Testimonio de la primera Congresista de EE.UU. nacida en la India

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Traducción: Sarah Brady

Pramila Jayapal es una política estadounidense de origen indio, miembro de la Cámara de Representantes (representa al 7º distrito de Washington) y perteneciente al Partido Demócrata. Desde su condición de migrante y política, ella comparte su experiencia y la misión que siente para con el país en este discurso adaptado que dio durante la ceremonia de graduación de escuela secundaria Franklin.

Es un verdadero honor servir como la primera mujer india-americana en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, la primera mujer Representante de mi distrito, y una de los seis miembros del Congreso nacidos fuera del país.

Esta es mi experiencia como mujer inmigrante que vino a este país a los 16 años para estudiar en la universidad, la cual me formó en lo que soy y por lo que lucho hoy. ¿Quién se hubiera imaginado que llegaría a ser Representante en el Congreso de los Estados Unidos? Les aseguro que no tenía la menor idea.

Soy una inmigrante orgullosa, nacida en India. Vine sola a Estados Unidos a los 16 años. Mis padres tomaron todos sus ahorros -unos $5,000 dólares en ese entonces- y los usaron para enviarme a la universidad porque creían que aquí encontraría la mejor educación y tendría un futuro brillante. Honestamente, yo no entendía el alcance de ese sacrificio hasta que mi proprio hijo cumplió los 16 años. Entonces comprendí qué valor se requiere para enviar a tu único hijo a cruzar un océano, quizás para nunca volver. Y debido a nuestro sistema migratorio quebrado, pasaron 18 años hasta que pude obtener la ciudadanía estadounidense, por lo que nunca pude traer a mis padres y hemos vivido en continentes separados todo este tiempo.

Llegando aquí, desde la India, mis padres tenían tres profesiones en mente para mí: doctora, abogada o empresaria. En ese tiempo, no teníamos dinero y solo podía hacer una llamada a casa cada año. ¡No había Skype ni nada de eso! Así que, en mi segundo año de universidad, usé mi llamada a casa para decirle a mi padre que ya no quería estudiar Economía, quería estudiar Lengua Inglesa. Luego sostuve el teléfono a un brazo de distancia de mi oído mientras él gritaba: “¡No te mandé a Estados Unidos para aprender inglés, ya sabes hablar inglés!”

Él estaba preocupado, como todo padre, así que le prometí que obtendría el mismo trabajo con un título en Lengua Inglesa que con uno en Economía. Por eso trabajé para un banco de inversiones en Wall Street y obtuve mi maestría en Negocios antes de darme cuenta que necesitaba hacer lo que yo amaba y lo que hacía cantar a mi corazón. Y necesitaba hacer que mi vocación y mi trabajo fueran uno.

Entonces dejé el sector privado y trabajé por toda una década en salud pública global, viviendo en comunidades de Tailandia y la India. Regresé a los Estados Unidos a fines de la década de 1990, tuve un hijo… y luego sucedió el 11 de setiembre.

Ese fue mi despertar político. En esos terribles días después del 11 de setiembre, algunos crearon un caldo tóxico utilizando ingredientes de miedo y patriotismo, intentando manipular al público y suprimir la disidencia. Decían que esa diversidad que tanto apreciamos estaba contaminada, que debíamos temer a las personas diferentes a nosotros. Vimos cómo personas con turbantes y piel marrón fueron sometidas a juicio -literal y figurativamente- por el color de su piel, su religión o su país de origen. Esta fue una de las horas más oscuras de la historia de nuestro país, y los efectos de esos tiempos aún permanecen.

Fui motivada a actuar por miembros de la comunidad que llegaron a mí, movidos principalmente por la preocupación de lo que pasaría con sus hijos.

Fundé Hate Free Zone -luego cambió de nombre a OneAmerica- para luchar por los derechos del inmigrante -civiles y humanos-. Dirigí esta organización durante once años, hasta llegar a ser la organización de defensa del inmigrante más grande del Estado. Hemos demandado exitosamente a la administración Bush, impidiendo la deportación ilegal de 4,000 somalíes musulmanes: padres, hermanos, hijos y tíos. Luchamos contra la islamofobia -esa misma islamofobia que vemos de nuevo hoy-; organizamos a miles de personas en todo el estado para demandar una reforma migratoria que dé paso a la ciudadanía a 11 millones de inmigrantes indocumentados; lideramos la lucha por la Ley DREAM[1] a nivel federal y estatal, con muchos otros; y se registró a 23,000 nuevos ciudadanos inmigrantes para votar.

A pesar de haber trabajado alrededor del mundo y fundar OneAmerica, nunca imaginé postular a un cargo político. Pero un día pensé, después de muchos intentos por tratar que los políticos elegidos nos apoyen en lo que necesitábamos, ¿por qué no postular? Al no postular estaba cediendo un espacio político muy importante. Y, particularmente, como mujer y persona “de color”, no veía suficientes personas como yo en esos espacios.

Me lancé al Congreso de mi Estado, siendo la primera mujer surasiática-americana elegida para el congreso de Washington, y luego la primera mujer india-americana en ser elegida para la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

El recorrido de nuestro mundo hoy puede sentirse alejado de la visión del Dr. Martin Luther King, de donde pensábamos que estaríamos. Estamos en un mundo donde el odio y la discriminación caracterizan gran parte de nuestra política, donde el presidente de los Estados Unidos ignora la Constitución y propone la prohibición del ingreso de personas de países musulmanes, donde hay gente que niega la existencia del cambio climático y bloquea el esfuerzo para salvar nuestro planeta para la generación de nuestros hijos, donde las vidas afro-americanas no parecen importar, donde la atención médica parece más un lujo que un derecho.

Jóvenes y familias enteras han salido a las calles de Estados Unidos a marchar en contra de las medidas restrictivas contra los inmigrantes.

Un mundo donde la universidad es un costo inaccesible para muchos: el estudiante promedio, en los Estados Unidos, se gradúa con $40,000 en deuda acumulada.

Pero sí creo que esta generación logrará salvar al planeta. Esta generación entiende, como quizás ninguna otra anterior lo ha entendido, que no estamos aislados en nuestras luchas. Somos interseccionales. Suelo decir que no soy mujer el lunes, inmigrante el martes, trabajadora el miércoles o mamá el jueves, soy todas esas cosas todo el tiempo.

Esta generación entiende la interseccionalidad no como un concepto, sino como una experiencia vivida. Ellos comprenden que, para crear la comunidad deseada, no podemos centrarnos en una jerarquía de opresiones, sino más bien que la justicia racial, económica y de género deben estar inextricablemente unidas; que la diversidad importa no como un casillero para marcar, sino porque las mejores decisiones son las que hacemos cuando todas las voces están presentes; y que el racismo institucional debe ser derribado y que es la equidad y no la igualdad lo que buscamos.

Recuerden -y esto viene de alguien que ha sido arrestada por liderar protestas de desobediencia civil y que cree que la organización comunitaria es el único camino que nos mueve hacia adelante- que, si bien debemos oponernos a la injusticia y participar plenamente de la resistencia, también debemos PROPONER la justicia.

¿En qué tipo de mundo queremos vivir?, ¿cuál es la visión por la que estamos dispuestos a luchar? Por eso propuse la Ley “Universidad para todos” en la Cámara de Representantes y he trabajado con Bernie Sanders, quien la presentó en el Senado, para asegurar estudios universitarios gratuitos e INVERTIR en nuestros jóvenes, para que no estén atados a una deuda insuperable solo por perseguir esa educación que nuestro país necesita de ellos.

Por eso también estoy orgullosa de ser parte de la lucha para asegurar un sueldo mínimo de $15 por hora en mi ciudad de Seattle, y pelearé en el Congreso para que cada persona, en cada ciudad y pueblo de mi país, tenga un salario decente que les permita poner comida en la mesa, un techo sobre su cabeza y envejecer con dignidad. Y por eso he creado una junta política de justicia ambiental en el Congreso, porque el cambio climático es nuestra más grande amenaza como sociedad. Debemos asegurarnos de avanzar en este tema mientras también nos aseguramos que las personas de grupos marginalizados y de bajos recursos -quienes son los más afectados por el cambio climático- tienen la posibilidad de encontrar la ayuda que necesitan para hacer la transición a una economía de energía sostenible.

Esa es mi agenda. Cada quien tendrá que pensar la suya. Pensar no solo a qué van a OPONERSE, sino también que van a PROPONER. ¿Cuál es su solución a los problemas que enfrentamos? Y más que todo, recuerden el poder que tienen. Nadie se los puede quitar. Y si alguien les dice que no pueden hacer algo, que no son suficientemente buenos, o fuertes, o inteligentes o lo que sea, les sugiero voltear y decirles: “mírame hacerlo”. No se lamenten, organícense en sus comunidades. No se sienten, pónganse de pie. Así que, mientras hacemos nuestro camino en el mundo, recordemos las palabras y la vida del Dr. Martin Luther King.

El amor transforma. El amor es poder. El amor resalta la grandeza que compartimos, y hace posible lo imposible.

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[1] Ley de Desarrollo, Ayuda y Educación de Menores Extranjeros.

Verano 2017-2018


Pramila Jayapal

Miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Representa al distrito 7° de Washington. Anteriormente se desempeñó como directora ejecutiva de OneAmerica, un grupo de defensa de la inmigración.

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