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Edición Nº 69

No nos robarán la esperanza
Pedro Velazco SJ
19 de diciembre, 2025

It’s time! es el canto de Mariah Carey que anuncia en las redes y medios que ha iniciado el tiempo de navidad, en el que nuestras ciudades son invadidas por el fulgor de las luces, la decoración y el pop navideño, elementos que suelen distraer nuestra atención de lo central en la Navidad: el nacimiento de Jesús, motivo de esperanza de quienes lo reconocemos como el salvador de la humanidad. Para nosotros, la Navidad no es sólo marketing; es, fundamentalmente, esperanza.

Lamentablemente, hablar de esperanza en el Perú de hoy resulta contracultural. El panorama social y, en particular, el político parece volcarnos más bien a la desilusión y a la resignación de un futuro inmediato desalentador. Sin embargo, en contextos complicados como el nuestro, es de vital importancia reflexionar sobre el sentido de la esperanza y su matiz proactivo, propio de la fe cristiana.

El fundamento de nuestra esperanza

La esperanza cristiana brota de la vida de Cristo –memoria Christi–; no es la mera resignificación creyente de las tendencias positivas de la historia humana (Moltmann, 1999). Jesús de Nazaret es nuestra esperanza (Col 1,27), y su persona, así como su proyecto constituyen el fundamento de toda espera. El acontecimiento central de esta memoria es la resurrección de Jesús y la promesa de participar con Él de la vida que nunca acaba (2Cor 4,14). Esta convicción confiere sentido a nuestra vida presente: sin la esperanza en la resurrección, todo es vano e inconsistente (1Cor 15,14). En definitiva, la esperanza cristiana es escatológica porque revela la promesa de que la última palabra en la historia será de vida: la muerte no vencerá (Jn 11, 25-26).

La esperanza cristiana es compromiso

Aunque la esperanza cristiana –la resurrección– es de orden escatológico, no puede permanecer mirando al cielo (Hch 1, 11) y ajena al hic et nunc del mundo. La esperanza amplía los límites de lo ya establecido sin rendirle culto (Mardones, 1983). Por el contrario, es apertura y transformación del presente; “abarca tanto lo esperado como el mismo esperar” (Moltmann, 1972). La esperanza es operativa y no permanece soñando utopías o fabricando ilusiones vanas: es partera de realidades que nos comprometen con la defensa de la vida y la justicia (Gutiérrez, 2014). Mientras el optimismo espera que las cosas mejorarán sin intervención propia, la esperanza debe crear en nosotros un cor inquietum; de lo contrario, se negaría a sí misma. Sin mediaciones, la esperanza se torna en ídolo, la religión en opio del pueblo y el creyente en un mentiroso (Mardones, 1983).

La humanización del Hijo, motivo de esperanza

En esta línea, la vida entera del Hijo de Dios es también motivo de esperanza, particularmente el misterio de su humanización: la encarnación y el nacimiento. En Él, Dios muestra su deseo de asumir nuestra condición para salvarnos (Flp 2,7), revelándonos, en esta kénosis, el misterio y la verdad de nuestra naturaleza (Concilio Vaticano II, 2014). Al contemplar al niño Jesús renovamos la esperanza de que en lo pequeño y desde lo humilde se realiza la redención. Cada año, la celebración de la Navidad nos mueve a ir al encuentro de los pequeños y sencillos de corazón para descubrir la grandeza de Dios (Lc 2,15).

Al contemplar al niño Jesús renovamos la esperanza de que en lo pequeño y desde lo humilde se realiza la redención.

No nos dejemos robar la esperanza

La esperanza cristiana es objeto de oración y reflexión durante el tiempo de Adviento y Navidad; para este propósito, pueden ayudarnos las palabras del papa Francisco en su visita al Perú: “Hermanos peruanos, tienen tantos motivos para esperar; lo vi, lo toqué en estos días. Por favor, cuiden la esperanza, que no se la roben.  No hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos, para que todos estos motivos que la sostienen crezcan cada día más. La esperanza no defrauda (cf. Rm 5,5)”. (Francisco, 2024).

¿Qué vio y tocó Francisco en su visita al Perú para decirnos tan bellas palabras? ¿Cuáles son los motivos que deberían sostener nuestra esperanza?

No todo está decidido

En el Perú de hoy, debemos recordar que no todo está decidido. Si pensamos que la democracia, las instituciones y la honestidad han perdido el partido, no es así: sólo tienen el marcador en contra. La esperanza, en medio de esta crisis moral –y frente a quienes creen haber vencido–, aviva en nosotros la certeza de saber que el bien vencerá, no como un placebo o un simple consuelo, sino movilizándonos a compartir con otros esta certidumbre: no todo está decidido. No dejaremos que nos robe la esperanza una retórica que pretende tirar la toalla y silenciar los esfuerzos de una ciudadanía que no está dispuesta a dar el pitazo final en esta contienda.

Lo que hemos aprendido

Al contemplar el panorama institucional, político y ético de nuestra sociedad, es inevitable preguntarse si habremos tocado fondo. Ante la corrupción, la polarización política y la fragmentación social, la esperanza cristiana nos mueve a mirar los errores como lección aprendida y no volver a cometerlos. Algunos lo expresan con la consigna: ¡Por estos, no! Y, aunque el temor de tropezar con la misma piedra se presenta en el panorama electoral, la esperanza puede más. ¿Habremos aprendido de nuestros errores? ¿Estaremos dispuestos a transitar del ¡Por estos, no! al ¡Por estos, sí! aunque sean pocos? Si no lo hacemos, habremos permitido que nos roben la esperanza.

Algo tenemos que hacer

La esperanza cristiana es partera de nuevas realidades, es inconformista por naturaleza y el cristiano, por tanto, es un agente de transformación que mira críticamente las diferentes propuestas políticas, sociales o económicas, con la plena conciencia de que ninguna se identifica totalmente con el Reino de Dios, por más cristiana o católica que se autodenominen. El cristiano, en su discernimiento, recurre a su reserva escatológica que le permite buscar alternativas creativas frente a propuestas polarizantes y maniqueas.

Hoy resuena entre los colectivos una convicción: algo tenemos que hacer. Y es verdad: no podemos ser espectadores de la voracidad que saquea las arcas estatales, del descaro de quien delinque impunemente y, mucho menos, de la gangrena que va amputando las instituciones del Estado. El compromiso que brota de la esperanza cristiana nos interpela a hacer algo; de lo contrario, nos jugamos el llamarnos verdaderamente cristianos en el Perú de hoy.

¿Haremos algo o nos dejaremos robar la esperanza?

BIBLIOGRAFÍA

Concilio Vaticano II. (2014). Gaudium et Spes. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. En Concilio ecuménico Vaticano II. Constituciones, decretos y declaraciones. BAC.

Francisco. (2018). Homilía de la Eucaristía en la Base aérea Las Palmas (Lima) del 21 de enero del 2018. web: https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2018/documents/papa-francesco_20180121_omelia-peru-lima.html.

Francisco. (2024). La esperanza no defrauda nunca. Mensajero.

Gutiérrez, G. (2014). Compartir la palabra (4ta ed.). CEP.

Mardones, J. María. (1983). Esperanza cristiana y utopías intrahistóricas. Fundación Santa María.

Moltmann, J. (1972). Teologia de la esperanza (2.a ed.). Sigueme.

Moltmann, J. (1999). La resurrección: Razón, fuerza y meta de nuestra esperanza. Concilium. Revista internacional de teología, 283, 111-122.

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Pedro Velazco SJ
Pedro Velazco SJ

Jesuita, teólogo, promotor vocacional de jesuitas de la Compañía de Jesús en el Perú.

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