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Edición Nº 30

Ah, Señor… ¡Qué Monseñor!
1 de marzo, 2015

En el año 1989 yo cursaba el segundo año de secundaria. Ese mismo año se estrenó la película “Romero”, protagonizada por el actor Raúl Juliá. En ese año también pasaron otras cosas como la caída del muro de Berlín y, en el Perú, lo más crudo del terrorismo que cercaba cada vez más la capital.

Años más tarde -cuando fui dejando mi etapa de adolescente y me dejé afectar por la realidad y la música- pude observar con cierto asombro e interés la película “Romero”, esta vez emitida en un canal de televisión. A su vez, la vida de Romero fue muy bien descrita en la canción “El padre Antonio y su monaguillo Andrés”, escrita por el cantante y político Rubén Blades en el álbum “Buscando América”.

En mi temprana adultez ya había terminado mis estudios de Agronomía y viajado por muchas zonas del Perú, en especial las zonas cafetaleras y algunas zonas de los Andes central y sur. Si bien yo era un cristiano citadino, común y cualquiera, de misa cada vez que necesitaba algo, el encuentro con la realidad del campesino me hizo salir de aquellos sueños de aire acondicionado.

Ingresé al noviciado de los padres Jesuitas en el 2006. Allí, entre los estudios personales, pude aprender más sobre la situación de la Iglesia en América desde los Documentos de las Conferencias Episcopales de Puebla, Medellín, Santo Domingo y Aparecida como por los Decretos de las Congregaciones Generales de la Compañía de Jesús, en especial el Decreto 4 de la Congregación General 32: “la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios”.

Sin duda, estas lecturas y otras hicieron que no pueda sentir más que admiración por estos hombres de la Iglesia como Arnulfo Romero, Ignacio Ellacuría, Rutilio Grande, Pedro Casaldaliga, Ernesto Cardenal, Luis Espinal, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, entre otros y muchos religiosos y religiosas quienes entre el calor y entre los mosquitos hablan de Cristo.

Quizá, la máxima expresión del aporte de la Iglesia Latinoamericana sea el nombramiento del papa Francisco, de nacionalidad argentina, cuyas reformas están generando incomodidades al sector más conservador de la Iglesia. Los gestos y la espontaneidad –evangélicamente acertadas- de Francisco frente a los más necesitados (migrantes, enfermos, mujeres y niños) han dado un gran respiro de aire fresco a la Iglesia. Una iglesia que pedía a gritos una reforma desde un hombre con un liderazgo de la acción sincera y del acercamiento a los otros.

La canonización de Romero ha sido una gran noticia para toda la Iglesia en Latinoamérica. San Romero del Salvador o San Romero de América es el símbolo que se erige, hace justicia y nos recuerda a todos aquellos mártires de la Iglesia, quienes entre 1970 – 1989 dieron sus vidas en el país centroamericano. Entre ellos se cuentan 18 sacerdotes, cinco monjas, centenares de catequistas y otros miles de campesinos masacrados solo por la sospecha de estar influenciados por los “curas revoltosos”.

La canonización de Romero me llena de profunda emoción, me recuerda mis años de adolescencia cuando frente al televisor lloraba viendo cómo le disparaban al actor Raúl Juliá. Me recuerdo también tarareando el coro de la canción de Blades: Suenan las campanas, otra vez oh, oh, oh. Pero esta vez sonará de verdad, y me dará gusto porque he vivido para ver este momento.

Y finalmente, me recuerda el beso que di a la cruz que me entregaron a los dos años de terminado el noviciado y que hasta hoy en día me acompaña, reafirmando en mí las palabras de Pedro Casaldáliga: [Romero]… Tú nos adviertes que "el que se compromete con los pobres tiene que recorrer el mismo destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres", y nos recuerdas que, comprometiéndonos con las causas de los pobres, no hacemos más que "predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo".


Daniel Chaw, SJ

Religioso jesuita. Misionero del Marañón en el Vicariato San Francisco Javier de Jaén.

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