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Edición Nº 33

Alemania frente a un millón de nuevos migrantes
31 de diciembre, 2015

Según las más nuevas estimaciones, hasta fines del 2015 llegarán más de un millón de refugiados a Alemania. Actualmente son entre 7 y 8 mil por día. La mayor parte viene de países con una situación de guerra civil y de continuos atentados terroristas como Siria, Irak, Afganistán o Pakistán, de países en situaciones económicas difíciles de los Balcanes como Albania, Kósovo y Serbia, y de algunos países africanos donde hay un régimen autoritario (como Eritrea) o donde extremistas islámicos aterrorizan a la población (como en Nigeria).

La mayoría de refugiados, que en el mundo entero son unos 60 millones, se quedan en países vecinos. Por ejemplo, de los 4 millones de refugiados sirios, Turquía ha recibido dos millones, el Líbano un millón. Pero la situación en los campos de refugiados allá es muy difícil y ya no hay buenas perspectivas para regresar a Siria en corto plazo. Por eso, cada vez más se arriesgan a tomar rutas peligrosas, poniéndose en manos de traficantes de personas y pasando el Mediterráneo en barcos sobrecargados y no apropiados. Se estima que solamente este año más de 3 mil personas murieron en el mar durante su huida. Otros eligen caminos pesados, como la ruta de los Balcanes: de Turquía toman un barco para llegar a una isla griega -muchas veces no más lejos de unos pocos kilómetros-, después tratan de cruzar Grecia, entran en Macedonia, pasan por Serbia y Hungría, o Croacia, para finalmente llegar a Austria y Alemania.

Para entender esta crisis hay que explicar algunos aspectos del régimen fronterizo de la Unión Europea. Según el Acuerdo de Schengen, varios países de Europa han suprimido los controles en las fronteras entre sí y han trasladado estos controles a las fronteras exteriores con países terceros. Debido a los acuerdos de Dublín, los refugiados solamente pueden solicitar asilo en el país donde ingresan por primera vez al espacio Schengen. Si lo hacen en otro país van a ser expulsados al primero. Para países como Austria y Alemania esto creó una situación muy cómoda. Como no tienen frontera con un país fuera del espacio Schengen, casi no llegaron refugiados, y los que llegaron a España, Italia o Grecia no tenían derecho a viajar al norte. Pero este sistema fracasó. Faltaba la solidaridad de toda Europa con estos países del sur.

Cuando, con la crisis financiera y económica, los países fronterizos entraron en dificultades para recibir y mantener a los refugiados, los dejaron pasar al norte, lo que creó problemas muy graves sobre todo en Hungría, que los trataba muy mal.

Finalmente, por razones de humanidad, a principios de setiembre Alemania y Austria decidieron no expulsar a los refugiados sirios a los países donde entraron al espacio Schengen. En esta situación también influyó la foto del pequeño Aylan Kurdi en la playa, quien murió cuando su familia intentaba pasar de la costa de Turquía a la orilla de Grecia.

Otro aspecto importante para la actitud de la Canciller alemana, Angela Merkel, tenía que ver con la creciente xenofobia en Alemania. Frente a un gran número de atentados extremistas en contra de alojamientos de solicitantes de asilo (entre ellos unos 30 incendios provocados), y frente a manifestaciones antiislámicas y nuevos partidos derechistas, Merkel quiso insistir en la identidad alemana como acogedora y humanista y, en una conferencia de prensa del 31 de agosto, pidió al pueblo alemán aceptar positivamente este nuevo desafío, seguramente el más grande desde la unificación de Alemania, diciendo “Wir schaffen das!” (¡Lo vamos a lograr!). Pero a lo mejor ha sobrevalorado al pueblo alemán, y a su propio partido, porque están creciendo cada vez más las críticas en contra de esta decisión, pidiendo un límite fijo a la llegada de nuevos refugiados. Me dijo un diputado del partido de Merkel, el Partido Demócrata-Cristiano, que ahora se veía quiénes de sus miembros eran realmente cristianos y quienes solamente “conservadores”. Las iglesias católica y protestante apoyan muy claramente la postura de Merkel.

Desde el punto de vista ético -y es la misma Merkel quien insiste en ello- está muy claro que cada persona humana, independientemente de su origen, color de piel, cultura o religión, tiene la misma dignidad y el mismo derecho a un trato correspondiente a esta dignidad. Eso implica ayudar a personas en grandes emergencias -y los que dejaron su patria por el terror del así llamado Estado Islámico o una guerra civil, se encuentran en gran emergencia-.

Muchos refugiados realizan una larga travesía para llegar a Alemania: salen de Turquía (al cual llegaron huyendo de Siria) rumbo a Grecia, entran en Macedonia, pasan por Serbia y Hungría, o Croacia, hasta su destino final. Familias enteras, con niños pequeños, realizan el recorrido de 3700 km en medio de grandes necesidades.

Uno de los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia es la “destinación universal de los bienes”, lo que implica que no hay propiedad privada sin obligación social. De la misma manera, la solidaridad dentro de toda la humanidad no tiene límites absolutos en las fronteras de los Estados. Por eso, la famosa encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII -la primera encíclica que afirmó los derechos humanos y los legitimó desde la fe cristiana- también dice que “ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres” (PT 25).

Por eso, es necesario que haya un derecho al asilo, una obligación a recibir refugiados en situaciones de extrema emergencia. Pero, al mismo tiempo, está claro que no puede ser una obligación de pocos países, es obligación de la comunidad mundial de todos los Estados.

Tendrían que organizar mucho mejor la ayuda a los refugiados y la lucha en contra de las causas de migración. Por lo menos dentro de la Unión Europa debería darse esta solidaridad para repartir de manera equitativa las cargas relacionadas a la migración. Lamentablemente son, sobre todo los países del este de Europa que después de la caída del muro habían sacado mucho provecho de la solidaridad europea, los que ahora se resisten a aceptar un sistema de cuotas para la repartición de refugiados. Europa parece haber olvidado que en el 2012 recibió el Premio Nobel de la Paz por sus luchas en favor de la democracia, la paz y los derechos humanos.

Tal resistencia no solamente está contra la ética, además no es racional; pues debido al cambio demográfico en muchos países europeos, sería importante recibir migrantes por razones económicas para mitigar la reducción del potencial de mano de obra. Muchos de los migrantes son jóvenes o familias que llegaron con niños o irán a buscar sus hijos cuando se hayan establecido. Incluso llegan niños y jóvenes sin sus padres o parientes.

Una cuarta parte de los refugiados adultos tiene formación profesional (universitaria o parecida). Para migrar es necesario tener no pocos recursos económicos, una alta capacidad organizativa y, sobre todo, el deseo de buscar una vida mejor. Otros, hay que decirlo, llegan traumatizados por la crueldad que han vivido y van a tener muchas dificultades para superar sus terribles experiencias. También hay una parte poco cualificada que va a tener problemas para encontrar trabajo en las avanzadas economías de Europa. Pero si logramos una buena integración de estos migrantes en nuestros sistemas de educación y en el mercado laboral, la migración va a ser un proyecto por el cual todos pueden ganar: los europeos, porque reducen los efectos negativos del cambio demográfico; los refugiados, porque encuentran chances para una vida más digna y más segura; y, a largo plazo, los países de origen, cuando la situación haya mejorado tanto que una parte de los migrantes pueda regresar para reconstruir sus países –con los nuevos conocimientos y contactos que lograron en Europa-.

Está muy claro que estos efectos positivos no se darán automáticamente; presuponen una actitud de apertura y de bienvenida de parte de los habitantes, grandes inversiones en la formación de los migrantes (primero para que aprendan el idioma), pero también la disposición de los migrantes a aceptar las leyes de los países receptores y la pluralidad religiosa y cultural que existe en Europa.


Gerhard Kruip

Profesor de Antropología Cristiana y Ética Social del Departamento de Teología Católica y Teología Protestante en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, Alemania

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