Tras el escándalo Cambridge Analytica[1] resulta evidente que la actitud frente a los medios digitales, las “redes” o medios sociales, y la manera como vivimos nuestra vida digital, requiere una evaluación crítica. Indiscutiblemente, parte de la vida diaria de muchas personas (pasar tiempo usando medios como Facebook o Instagram) resulta en riesgos y transformaciones significativas que no solemos considerar como tema de discusión, y menos como un asunto que requiere formación. Elaborar estos asuntos puede permitir un avance en esa dirección.
Primero, el caso Cambridge Analytica (CA) muestra tanto el enorme poder de empresas como Facebook, como su tremenda fragilidad. Los miles de millones de usuarios de esta red generamos cantidades ingentes de datos a cada momento; estos datos son usados por Facebook como base de un negocio altamente rentable: agregar información que sirve para construir publicidad y servicios altamente precisos, dirigidos exactamente a las personas que le interesan a los anunciantes y proveedores. Basta que Facebook tenga la información personal de cada usuario para que sea posible que aparezcan anuncios respecto a actividades que ni siquiera se han realizado en la red, sino durante el tiempo que la hemos tenido abierta mientras hacíamos otra cosa. La publicidad es muy pertinente, y por ello, atractiva.
El costo de recibir esta publicidad a cambio de un servicio gratuito y conveniente -como Facebook- es entregar el control de nuestra actividad digital y, a la larga, de nuestra privacidad a una empresa que vive de vender nuestra información. ¿Qué información? Revise este artículo del New York Times[2], que describe al detalle lo que Facebook extrae de nuestra actividad cotidiana, para que estime el costo que pagamos por la conveniencia de nuestro entretenimiento y comunicación.
No es solo Facebook: Google guarda también mucha información de cada acto que realizamos a través de sus muchos servicios; otras empresas como Spotify o Uber lo hacen con los aspectos respectivos a su actividad. Así es: el modelo de negocios se basa en esa cesión de información, y descansa en nuestra complacencia o disposición a hacerlo.
La situación se vuelve más compleja cuando una empresa permite que terceros extraigan información, como fue el caso CA. A través de una aplicación sencilla, CA logró conseguir información de muchas personas; usando herramientas desarrolladas por Facebook, a disposición de los anunciantes y sus aliados programadores, se logró extraer información de los contactos de las personas que inicialmente habían sido objeto de extracción. El resultado fue información de 87 millones de personas, la que fue usada con fines políticos, para apoyar la elección de Donald Trump: a los que podían simpatizar con ese candidato, se les ofrecía información favorable, mientras que aquellos que no simpatizaban o podían hacerlo, se les daba información que generara dudas o resistencia sobre la otra candidata, Hillary Clinton.
La herramienta usada fue una encuesta, una de esas que muchas veces aparecen en el muro de Facebook, y que parece inofensiva o apenas un juego banal: preguntando algo ligero, o directamente humorístico, pero solicitando acceso a los datos personales del que responde. Muchos ni siquiera fueron conscientes de lo que hacían, y otros simplemente aceptaron por no tener presente el riesgo que implicaba.
Sin embargo, esto no fue un “hackeo”, es decir un ingreso ilegal, no autorizado, a los servicios de Facebook: fue complemente legal, hecho usando herramientas y funciones que Facebook pone a disposición de cualquier desarrollador; es decir, de cualquier experto en crear aplicaciones y servicios dentro de Facebook. La enorme cantidad de datos disponibles permitió extraer mucha información y darle un uso, cuando menos, discutible desde un punto de vista ético. Pero no fue hecho con herramientas ilegales o informales.
Ahí reside la parte más importante de la conversación: nada de lo que ha pasado es formalmente incorrecto, sino apenas, quizá, un abuso de confianza de parte de Facebook. Todo lo que pasó era posible gracias a las reglas que Facebook ha diseñado y puesto a disposición del público por años, y si bien los aspectos más técnicos y relacionados con los desarrolladores son algo opacos y difíciles de entender para el consumidor en general, no es que sean mucho más complejos que las condiciones de una tarjeta de crédito o de un contrato de telefonía móvil.
[Nuestros] datos son usados por Facebook como base de un negocio altamente rentable: agregar información que sirve para construir publicidad y servicios altamente precisos, dirigidos exactamente a las personas que le interesan a los anunciantes y proveedores.
La pregunta obvia es qué tanto los consumidores somos capaces de entender estas cosas y, sobre todo, de reconocer los riesgos de nuestras decisiones y actividades en espacios como Facebook. Si bien el grueso de las interacciones no es peligroso, en el sentido convencional del término, sí implican consecuencias complejas y, por lo general, indeseables.
Usar los medios digitales, sean cualesquiera que sean, es una transacción singular. No se trata de servicios malignos, pero sí son empresas inmensas que existen para generar ganancias para sus accionistas. Todos los actos están orientados a la ganancia, y sin importar el grado de seriedad y responsabilidad con el que actúen, habrá momentos en que tengan que priorizar el modelo de negocios frente al bienestar de los consumidores. Además, al ser empresas transnacionales, pero que se relacionan directamente con el consumidor de cada país, sin intermediarios locales, la posibilidad real de recurrir a instancias legales locales es baja. El Estado Peruano tiene poca capacidad efectiva para influenciar el curso de las acciones de estas empresas, y aunque puede multarlas o sancionarlas, o quizá incluso expulsarlas, la retribución para el usuario local afectado será mínima, si llega a existir.
Ante los medios digitales se necesita considerar dos cuestiones: la ingenuidad de los adultos y la naturalidad de los jóvenes. Los primeros no usan de manera crítica los medios porque no tienen el tiempo o la disposición para hacerlo, porque el entorno les ofrece consejos y prácticas que no son muy sofisticadas, o porque replican las prácticas de comunicación más convencionales, adquiridas en otros contextos, sin darse cuenta de la diferencia. Los jóvenes asumen que los medios digitales son su espacio natural, y aceptan las sugerencias implícitas de cómo comportarse y cómo relacionarse con otros que los medios les hacen, puesto que estas sugerencias son acogidas en momentos en que no se cuenta con visiones alternativas o críticas de la vida social. Aunque el resultado es el mismo, las fuentes de los malos hábitos son distintas; pero la ausencia de visiones criticas produce que ambos grupos, adultos y jóvenes, no cuenten con las herramientas comunicativas que les permita saber en qué se están metiendo y qué deben evitar hacer, no porque no sea conveniente o entretenido, sino porque tiene consecuencias de largo plazo.
A un nivel práctico, hay varias acciones que se pueden tomar. Hay que poner lo menos posible de información personal; ciertamente, evitar enunciar en la sección “familia” a familiares o amigos cercanos, puesto que esta información no es relevante sino como forma de conectar a la gente con fines de marketing. Tampoco es bueno poner mayor mención de asuntos personales, como viajes, visitas, check-ins, compras; en todo caso, se puede hacer luego del hecho, y evitando identificar claramente los lugares visitados para que los medios no rastreen nuestra actividad.
Es sano diversificar: usar medios distintos para distintos propósitos (WhatsApp es mejor que Facebook Messenger por razones técnicas), poner fotos en Instagram pero no en Facebook, no usar servicios de música o video en un solo sitio (como en FB o Google) sino en otros (Spotify, Amazon). Al mismo tiempo, no se debe hacer clic en publicidad, nunca; y por ello tampoco se debe contestar encuestas o usar juegos o cualquier cosa que parezca inofensiva pero que requiera “dar acceso a todo tu perfil”, que fue el método usado por CA.
No es difícil controlar el muro: nada de etiquetas sin permiso y nada de muros libres para que cualquier pueda poner algo sin autorización; esto se bloquea con facilidad usando los controles de privacidad disponibles en la parte superior de la página de Facebook. Todo lo que parezca sospechoso, todo lo que provenga de sitios o páginas que no reconocemos, o que no nos son familiares, debe ser evitado; no debemos colocar en nuestros muros información o enlaces que no sean realmente confiables, y esto implica evitar noticias de apariencia oficial pero que en realidad provienen de sitios con mucha publicidad o con enlaces que se abren automáticamente. Todas esas son formas de intentar capturar nuestra información.
Pero la medida más crítica es no aceptar amigos que no son claramente reconocibles; en muchos casos, se trata de bots; es decir, de software que automáticamente busca gente que tiene perfiles de ciertas características y trata de convencerte que le dejes acceder a tus datos como “amigo”. A veces aparecen pedidos de alguien que ya se tiene como amigo: esto suele ser un intento de conseguir información. Lo llamamos “hackeo”, pero es apenas un engaño.
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[1] En marzo, la empresa consultora fue acusada de adquirir, de forma indebida, información de millones de usuarios de Facebook para manipular psicológicamente a los votantes en las elecciones de EEUU de 2016. [N. del E.]
[2] www.nytimes.com/es/2018/04/12/facebook-index-informacion/?rref=collection%2Fsectioncollection%2Fnyt-es&action=click&contentCollection=brian-x-chen®ion=stream&module=stream_unit&version=latest&contentPlacement=1&pgtype=undefined
Invierno 2018
Eduardo Villanueva-Mansilla
Profesor asociado del departamento de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sus temas: nuevos medios, vida digital, informática comunitaria, aplicaciones y usos sociales de la tecnología de información y comunicación; derechos digitales.