“El retorno de la ultraderecha en Alemania y sus cimientos nazis” o “¿Vuelven ‘los nazis’ en el Bundestag?”, así se leían los títulos de artículos periodísticos tras las últimas elecciones parlamentarias para el Bundestag (el parlamento alemán) en el cual el partido populista de la ultra derecha, Alternativa para Alemania (AfD), obtuvo 12,6% del voto popular. Con 32,9% y 20,5%, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), respectivamente, en coalición desde 2013, vivieron una derrota histórica. La noticia de que un partido nacionalista entrase en el Parlamento Alemán por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial causó sorpresa y preocupación internacional. ¿Pero es la AfD un partido neonazi? Vale la pena reflexionar sobre la trayectoria de este joven partido político para entender su impacto en el panorama político alemán.
Es cierto que la AfD es el primer partido político abiertamente chauvinista y xenófobo que obtiene escaños en el Parlamento Federal desde la Segunda Guerra Mundial. También es cierto que algunos políticos de la AfD coquetean con un discurso neonazi. Sin embargo, es una cruda simplificación concebir a la AfD como un partido neonazi –en contraste, por ejemplo, con el partido neofascista Partido Nacional demócrata de Alemania (NPD)[1]-.
El grupo que impulsó la fundación de la AfD en abril 2013 estuvo integrado por profesores, economistas, políticos y periodistas liberales conservadores, muchos de ellos ex miembros de la CDU, del Partido Liberal (FDP) y hasta del partido de ultra izquierda, Die Linke. El fundador principal de la AfD fue un profesor de economía de la Universidad de Hamburgo, Bernd Lucke. La ideología que unió a ese grupo fue su euroescepticismo: rechazaban el euro y los rescates a los países periféricos de la Unión Europea (UE) y aspiraban a la disolución ordenada de la zona euro y a la vuelta del marco alemán. El partido argumentaba que los bancos, los fondos de cobertura y los grandes inversores privados deberían pagar los costos de sus operaciones de alto riesgo. De tal manera que en la campaña electoral de las elecciones parlamentarias de 2013 dominaban dos temas: el euroescepticismo y la democracia directa.
Es importante destacar que esa primera generación de políticos de la AfD se autodenominaba como «eurocrítico» y no «antieuropeos», buscando desvincularse de la extrema derecha y acercarse más a los liberales. Rechazaban la idea de una unión de transferencia o un estado europeo centralizado: el partido estaba a favor de una Europa de estados soberanos con un mercado interno común, pero querían racionalizar la UE y reducir su burocracia. Buscaban cambiar los tratados europeos para permitir que cada estado pueda salir del euro, la reorganización de la política de inmigración para establecer un sistema basado en méritos (utilizados en democracias como Canadá, Australia y el Reino Unido), y que los solicitantes de asilo puedan trabajar a nivel nacional. Apenas meses después de su fundación, y bajo la candidatura de Lucke, la AfD como partido liberal conservador obtuvo el 4,7% de los votos, casi alcanzando el 5% establecido por la ley para entrar al Bundestag.
La AfD no tiene cimientos nazis, sino cimientos liberales conservadores, pero fue captado por portavoces que cada vez más utilizan el lenguaje de la ultraderecha y capitaliza el apoyo de los grupos extremistas, volviéndose cómplice de sus agendas.
Todo eso cambió en el 2015. En la denominada “crisis de refugiados” llegaron cerca de 1 millón de solicitantes de asilo a Alemania, sobre todo de países musulmanes como Siria, Afganistán e Iraq. Esa inmigración fue desordenada (en gran parte por la falta de voluntad política de muchos líderes europeos para brindar ayuda y una solución solidaria) y, por lo tanto, estuvo acompañada de serios problemas logísticos y de integración. Es en ese contexto que surgieron las luchas internas entre diferentes facciones de la AfD, entre el grupo moderado y cercano al conservadurismo liberal de Bernd Lucke y el otro, mucho más derechista y cercano al conservadurismo nacionalista liderado por Frauke Petry. Petry y sus seguidores ganaron, Lucke y sus confidentes dejaron el partido.
Con la victoria del ala Petry, la inmigración musulmana se convirtió en el eje central de la retórica de la AfD, que se autoproclamó el salvador de la nación alemana en contra de la “invasión musulmana”. Así, en la campaña electoral de las elecciones parlamentarias de 2017 solamente dominaba un tema: el control de las fronteras con un evidente tinte xenófobo, e islamófobo[2]. El partido demandó la reintroducción de controles en las fronteras alemanas o incluso el “cierre” de las fronteras, la pérdida del derecho de asilo para las personas de países que la AfD consideraba “países de origen seguros” (como por ejemplos los países del África del Norte).
Contrario a lo que muchos piensan, la AfD no tiene cimientos nazis, sino cimientos liberales conservadores, pero dicho partido fue captado por portavoces que cada vez más utilizan el lenguaje de la ultraderecha y capitaliza, de esa manera, el apoyo de los grupos extremistas, volviéndose cómplice de sus agendas. Desde el 2015, los líderes de la AfD provocan, con el uso de un vocabulario neonazi, lo que resultó en varias demandas por amotinamiento del pueblo (Volksverhetzung), un concepto del derecho penal alemán que prohíbe la incitación al odio contra un sector de la población. Para dar algunos ejemplos: el presidente de la AfD en el estado de Turingia, Björn Höcke, demandó cambiar los términos de tratar al período nazi, para lograr un "giro de 180 grados en la política del recuerdo" y llamó el Monumento del Holocausto en Berlín un “monumento de la vergüenza”. El candidato del Bundestag del Dresde, Jens Maier, relativizó la acción del terrorista de derecha noruego Anders Breivik, diciendo que este se había convertido en un asesino en masa por “desesperación” sobre los extranjeros. Contra Höcke y Maier se abrieron procedimientos de exclusión del partido, pero sin consecuencias.
Muchos se preguntan si la AfD va a ser en el futuro la tercera fuerza en la política alemana. Por un lado, se puede argumentar que la victoria de la AfD se basa en el tema de la inmigración y que ese tema no tiene una solución fácil. La estrategia de Merkel ha sido rehuir cualquier debate sobre asuntos fundamentales, incluyendo los problemas reales que se dieron con la –éticamente correcta– acogida de los refugiados en 2015. Con el resultado electoral de este septiembre está pagando el precio de lo que muchos perciben como arrogancia política: 89% de los votantes de AfD piensa que las políticas de inmigración de Merkel ignoran las “preocupaciones de la gente” y 85% quiere fronteras nacionales más fuertes. Las decisiones que se toman en las cabinas de votación tienen un fuerte componente emocional, y existen pocos temas tan emocionalmente cargados como la inmigración y el miedo al “otro”.
Por el otro lado, la AfD es un partido débil, dividido por batallas internas. Frauke Petry, hasta entonces copresidenta del partido, y últimamente líder de la “nueva ala moderada” del mismo, y algunos de sus seguidores, se negaron a unirse al grupo parlamentario del partido y renunciaron a la AfD días después de su victoria electoral. Con eso parece que el partido fue captado una segunda vez por un auto-coup (autogolpe) de la ultra ultraderecha. Sin embargo, la relación con sus votantes, que se define más por oposición a otros partidos, es débil: 60% de los votantes de AfD ha votado “contra el resto de partidos”, y solo el 34% por convicción a AfD, 82% piensa que 12 años de Merkel fueron suficientes.
Similar a las elecciones previas, la campaña electoral de los grandes partidos fue aburrida y mostró que no hay real diferencia entre el CDU y el SPD, partidos políticos que, durante las últimas décadas, han convergido hacia el centro político. Muchos optaron por votar por uno de los partidos pequeños debido a que la batalla entre estos dos se considerada ya decidida. De esta manera, otros ganadores fueron el Partido Democrático Libre (FDP) y el Partido Verde (Grüne).
Para la AfD será difícil presentar una política de oposición coherente, una verdadera “alternativa para Alemania”. Si su estrategia se basa solamente en provocaciones y apelaciones al ideario de la ultraderecha y neo-nazi, es poco probable que vayan a poder mantener dos tercios de sus votantes, mientras los que sí son votantes frustrados, probablemente conservadores y hasta xenófobos, no se identifican con el ideario autoritario, anti-democrático, racista y neofascista del nazismo.
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[1] La NPD carece de representación en el Bundestag y los parlamentos regionales, pero tiene un representante en el Parlamento Europeo. En el pasado ha sido representado en los parlamentos regionales de los estados de Sajonia y Mecklemburgo-Pomerania Occidental.
[2] Según la AfD, “el islam no pertenece a Alemania”, los minaretes y el uso de burkas deberían prohibirse.
Verano 2017-2018
Feline Freier
Profesora del Departamento Académico de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico e investigadora del CIUP. Ha brindado asesoría a diversas instituciones y organizaciones internacionales como la Fundación Naumann para la Libertad, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Unión Europea (UE) en Alemania, Argentina, Uruguay, Ecuador y Sudáfrica. Es afiliada del Refugee Law Initiative de la Universidad de Londres e integrante fundador del Colectivo Internacional de Jóvenes Investigadores en Migración (CIJIM).