La Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, que recibió el nombre Río+20 por celebrarse veinte años después de la celebrada también en Río de Janeiro en 1992, culminó con el acuerdo titulado "El futuro que queremos"[1], un texto de 60 páginas que no ha suscitado el entusiasmo del público, y tampoco de los expertos, pero que ha permitido concluir de forma satisfactoria una Conferencia sobre la que existían enormes dudas acerca de su resultado. El recuerdo del fracaso de la Conferencia de Copenhague, en 2009, está todavía muy cercano. Probablemente la escasa "ambición" del acuerdo logrado explica, en parte, la poca atención que los medios de comunicación han dedicado a este evento. Pero tampoco podemos olvidar el contexto de crisis económica, y política, en Europa que ocupa la atención de nuestras sociedades.
Río+20 quería responder a los dos retos mayores de nuestro tiempo: la pobreza y la crisis medioambiental. Vistos por separado, estos dos retos, podríamos pensar que caminan en dirección inversa; mientras que países como China, India o Brasil han conseguido que millones de personas dejen atrás la pobreza para incorporarse a una difusa clase media, el medio ambiente ha visto un deterioro notable, especialmente en lo que afecta a la acumulación de gases de efecto invernadero y sus potenciales impactos sobre el cambio climático. También deberíamos añadir como impactos negativos al medioambiente: el consumo masivo de recursos forestales; la producción vegetal orientada a los biocombustibles y no para la alimentación; la sobre explotación de pesquerías; el acaparamiento de tierras en África o el aumento impresionante en la explotación de yacimientos mineros (como el oro o los minerales raros necesarios para la producción de equipos electrónicos). Sólo en México, en el período 2000-2010, se ha extraído más oro que en todo el período de la colonización española, que duró más de trescientos años: 191 toneladas, frente a 419 de este decenio del siglo XXI[2].
Si consideramos la cuestión de la pobreza tenemos que reconocer que el balance es más positivo, aunque siempre en términos relativos, porque como la población total del planeta sigue aumentando, y aunque son millones los que han salido del umbral de la pobreza, sigue habiendo mil millones de personas en todo el mundo que deben vivir con menos de un dólar diario, que es el indicador de pobreza extrema. Pero el balance de estos veinte años es totalmente negativo si consideramos el medio ambiente.
La historia de esta Conferencia se remonta a cuarenta años atrás, en 1972 se celebró en Estocolmo la Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente Humano, de la que surgió la Declaración de Estocolmo y aprobó el establecimiento del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUM). En 1983 la Asamblea General de Naciones Unidas estableció la Comisión Mundial para el Medioambiente y el Desarrollo, más conocida como Comisión Brundtland por su presidente, que en 1987 elaboró el famoso informe Nuestro futuro común. Este informe consolidó el término de desarrollo sostenible como aquél que podemos disfrutar hoy sin que comprometa el desarrollo de generaciones futuras, además señaló la necesidad de erradicar la pobreza como algo básico para un desarrollo sostenible medioambientalmente.
En 1992 se celebró una nueva Conferencia de las Naciones para el Desarrollo, también conocida como Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro. Reunió a más de 100 Jefes de Estado y de Gobierno y a representantes de 178 países. Los principales resultados de esta Conferencia fueron la Declaración de Río sobre el Medioambiente y el Desarrollo y la Agenda 21. Fruto de esta Conferencia fueron también el Convenio Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático y la Convención sobre Biodiversidad. Básicamente la estructura diseñada en Río 1992 es la que está vigente, es lo que se denomina "arquitectura institucional".
Solo en México, en el período 2000-2010, se ha extraído más oro que en todo el período de la colonización española, que duró más de trescientos años: 191 toneladas, frente a 419 de este decenio del siglo XXI.
Una última parada en nuestro recorrido fue Johannesburgo en el 2002. El objetivo era hacer balance diez años después de Río y reforzar el compromiso internacional. De nuevo una Declaración y un Plan de acción, sin demasiadas novedades. Inmediatamente el tema del desarrollo sostenible quedó desplazado por las cuestiones medioambientales y especialmente el cambio climático. Probablemente el gran fracaso de la cumbre de Copenhague de 2009 hizo ver que no es posible separar las cuestiones medioambientales de las del desarrollo. Todo este camino es el que preparó el terreno a Río+20.
Río+20 quería ser un nuevo estímulo para avanzar en las cuestiones medioambientales, pero también en las implicaciones sociales del desarrollo. Para buscar una fórmula que integrase las preocupaciones por los impactos medioambientales de la actividad humana, con el legítimo derecho de los Estados para que sus habitantes salgan de la pobreza, se acuñó el término de economía verde, que en su versión más positiva quiere ser un movimiento hacia energías renovables, sistemas más eficientes de producción y modos responsables de consumo. En su versión más negativa se trataría de mantener la actividad económica como en la actualidad (business as usual), incorporando una nueva línea de negocio que trataría de atraer nuevas inversiones, a las que ofrecería un buen retorno, por tratarse de nuevas tecnologías apreciadas y reconocidas socialmente. Pero a día de hoy no sabemos con exactitud qué quiere decir este concepto de economía verde porque Río+20 no ha dado muchas pistas salvo una declaración genérica, seguimos sin saber si es una verdadera alternativa o un slogan de moda.
La sociedad civil organizó en Río la Cumbre de los Pueblos, una Conferencia paralela de cientos de organizaciones de todo el mundo: ecologistas, activistas de derechos humanos, grupos indígenas, movimientos por la paz, grupos religiosos, una constelación de grupos que representan el amplio espectro de iniciativas sociales. Durante dos semanas organizaron más de 3.000 presentaciones, que incluyeron: debates, conciertos, conferencias, exposiciones y una marcha por el centro de la ciudad que congregó a más de 40.000 personas. La Cumbre de los Pueblos, que participa de la inspiración y el estilo del Foro Social Mundial, quiere ser una oportunidad para que la sociedad civil comparta entre sí, y con todos aquellos interesados, preocupaciones que no suelen tener fácil entrada en las discusiones oficiales, y lo que es más importante, alternativas que, a medida que pasa el tiempo, van siendo menos utópicas y más realistas.
El éxito de Río+20, si podemos hablar así, en el sentido de que se ha llegado a un documento final, hay que atribuírselo en exclusiva a Brasil que logró un acuerdo de mínimos, es cierto, pero que sirvió para devolver la confianza a este tipo de negociaciones. Tal vez este sea el efecto más importante de Río+20, devolver la confianza a un sistema de negociación que se había visto descalificado tras la Conferencia de Copenhague.
"El futuro que queremos" ha resultado ser un mundo bastante parecido al que ya tenemos, sin demasiadas concreciones. Sin ningún tipo de obligaciones nuevas, y con serias dificultades para hacer cumplir las que ya estaban contraídas. Combatir la pobreza sigue siendo el objetivo primero de este acuerdo que tampoco ha comprometido fondos nuevos o ha impuesto nuevas exigencias y no termina de aclarar cómo lo haremos sin degradar todavía más el medioambiente.
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[1] www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/CONF.216/L.1
[2] González, J.J. Minería en México. Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados. Documento Trabajo 121. México DF, 2011 (www3.diputados.gob.mx/camara/content/download/271334/837084/file/Miner%C3%ADa_en_mexico_docto121.pdf).
José Ignacio García, SJ
Director del Jesuit European Social Centre en Bruselas.