El Conflicto de Siria: de la Primavera Árabe a la Guerra Civil

El 17 de diciembre de 2010, el joven tunecino Mohammad Bouazizi decidió ‘quemarse a lo bonzo’ como protesta por la corrupción de su país. Su muerte dio lugar a una serie de revueltas que terminaron por producir la salida del gobierno de Ben Ali, tras más de dos décadas en el poder. Tras Túnez, otros revoluciones populares se extendieron por los países vecinos, dando lugar a lo que conocemos como “primavera árabe”. Las revueltas consiguieron derrocar a varios dictadores pero también han abierto conflictos que tardarán años en solucionarse.

La guerra de Siria

En Siria, desde el año 2000, gobierna Bashar al-Asad el cual sucedió en el cargo a su propio padre, quien presidió el país durante 29 años hasta su muerte. Padre e hijo pertenecen a la minoría alauita, una rama del Islam chií, mientras que la mayoría del país es suní. Las primeras revueltas llegaron a Siria en 2011 cuando la población civil, de mayoría suní, se alzó contra el gobierno reclamando mayores libertades y el respeto de los derechos humanos. Al-Asad respondió con puño de hierro a las revueltas provocando que las mismas no solo se agravaran sino que también se extendieran por otras ciudades hasta desencadenar una guerra civil. Al mismo tiempo y aprovechando la inestabilidad generada, Daesh (el autoproclamado estado islámico) empezó a expandirse desde Irak hacia Siria enfrentándose no solo al gobierno de al-Asad sino también a todos aquellos que no comparten su interpretación radical del Islam (chiíes, kurdos, suníes moderados, cristianos y demás minorías).

Tras meses de ataques y contraataques hemos llegado a una etapa de estancamiento en la que cada bando (gobierno, oposición y Daesh) se ha hecho fuerte en la parte del territorio que controla, lo que puede provocar una prolongación indefinida del conflicto. Parte de culpa de la misma la tienen los distintos aliados de cada bando, los cuales intentando defender sus intereses particulares tan solo contribuyen a la destrucción progresiva del país en lugar de buscar una solución conjunta al problema.

En este laberinto de nombres, de grupos y subgrupos, de aliados y enemigos, no hay que perder de vista los millones de víctimas de una guerra que va ya por su quinto año y de la cual no se vislumbra una cercana resolución. Según datos de ACNUR[1], la guerra en Siria se ha cobrado ya más de 100 mil víctimas, de las cuales un 40% de ellos son civiles, incluyendo a más de 10 mil niños. Pero el mayor drama es el de los refugiados y desplazados: al día de hoy, solo en países limítrofes como Turquía, Líbano, Jordania o Irak hay ya más de 4 millones de refugiados sirios.

El primer éxodo

En 2012, cuando la guerra en Siria era ya una realidad, comenzó el primer éxodo de refugiados. Familias jóvenes que buscaban criar a su hijo sin tener que temer por los obuses, veinteañeros que huían por el miedo a ser reclutados a la fuerza por el ejército o miembros de las distintas minorías que empezaban a sospechar las masacres que se avecinaban. Este es el perfil de los primeros refugiados que salieron a los países vecinos de Turquía, Jordania y Líbano principalmente. En los años siguientes, y a medida que la guerra se desplazaba hacia una u otra zona de Siria, el número de refugiados aumentaba como un constante goteo que llegó a su punto álgido a principios del año 2015. Algunos datos nos pueden ayudar a dimensionar la magnitud de la catástrofe: solo en Turquía ya hay más de 2 millones de refugiados sirios, en el Líbano uno de cada cinco habitantes es sirio y en Jordania la tercera población más grande del país es el campo de refugiados de Za’atari[2].

El caso del Líbano es quizá paradigmático. El Líbano es un pequeño país del Mediterráneo oriental, situado al norte de Israel y que hace frontera principalmente con Siria. Debido a las relaciones históricas entre ambos países los sirios podían entrar libremente en el país sin necesidad de visado. Esta política de fronteras abiertas hizo que en los primeros años de la guerra fueran muchos los sirios que buscaran refugio en el país vecino. La idea de éstos era instalarse en el Líbano de manera temporal a la espera de poder regresar a sus hogares una vez que el conflicto se resolviera. Lo que comenzó como una solución temporal se fue prolongando en el tiempo que, sumada a la continua llegada de refugiados en los meses siguientes, hizo que un país de poco más de 4 millones de habitantes acoja hoy día a más de 1 millón de refugiados sirios. En vista de la situación el gobierno libanés decidió restringir la entrada a los sirios pero la crisis humanitaria ya era descomunal.

Al día de hoy, solo en países limítrofes como Turquía, Líbano, Jordania e Irak hay ya más de 4 millones de refugiados sirios.

La situación de los sirios en estos países de tránsito es mala, ya que existe el temor a que los refugiados se instalen de manera definitiva y decidan no regresar a Siria una vez concluida la guerra. Los refugiados encuentran muchas dificultades, tanto a la hora de acceder a una vivienda como de encontrar un trabajo. De hecho, en el Líbano es casi imposible que un sirio obtenga un permiso de trabajo, por lo que se tiene que limitar a trabajar de manera ilegal por sueldos irrisorios. Otro ejemplo es la política educativa: hasta septiembre de 2015 los niños sirios no tenían el derecho de acudir a la enseña pública libanesa, provocando su aislamiento y su empobrecimiento gradual.

A estas restricciones de nivel político hay que añadirle las condiciones de pobreza en las que se ven obligados a vivir miles de refugiados. Falta de condiciones higiénicas, hacinamiento e infraviviendas son algunas de las realidades diarias de los refugiados. A todo ello hay que sumarle el desprecio por parte de la comunidad de acogida, que en algunos casos desemboca en violencia, como hemos podido ver en Turquía en los últimos meses. Ante esta perspectiva, y tras más de cinco años de conflicto, surge en los refugiados una nueva pregunta, ¿qué hacemos ahora? La respuesta es el segundo éxodo, esta vez hacia Europa, del que somos testigos en estos momentos.

El segundo éxodo

Una vez perdida la esperanza de regresar a Siria a corto plazo toca pensar en el futuro. Las soluciones intermedias de Jordania, Líbano y Turquía respondían a una situación de emergencia pero no ofrecen ningún horizonte de futuro. Tras comprobarlo in situ durante los últimos años, ahora los refugiados son plenamente conscientes de sus alternativas: morir lentamente en los países de tránsito, morir rápidamente en Siria o intentar vivir en Europa a costa de un viaje que también les puede costar la vida. La respuesta es clara; ante la muerte segura o la posibilidad, aunque vaga, de vivir, cientos de miles de sirios han optado por intentar llegar a Europa durante la primavera y el verano de 2015. Algunos han tenido la suerte de llegar a su destino, otros muchos se encuentran aún en los Balcanes[3] intentando encontrar algún país que les abra las puertas, y otros tantos se quedaron por el camino. Con la llegada del invierno es esta zona el flujo de gente se reducirá a la espera de la primavera siguiente.

¿Y el futuro?

Es difícil tener una respuesta clara. Los últimos atentados contra Francia y Rusia han hecho que la intervención militar en Siria aumente, y podemos estar a las puertas de una coalición internacional contra Daesh que cambie el rumbo de la guerra. Del mismo modo, el segundo éxodo tan solo ha supuesto un 10% del total de refugiados sirios en la zona, por lo que es de esperar que las imágenes de refugiados atravesando el mar para llegar a Europa se repita en los próximos años. ¿Y el retorno a casa? Ese es el objetivo, el sueño de millones de sirios y por el que trabajamos desde el JRS (Servicio Jesuita al Refugiado), pero hasta entonces seguiremos defendiendo, acompañando y sirviendo a las víctimas del odio y la guerra en Oriente Próximo.

[1] Agencia de la ONU para los Refugiados [N. del E.]

[2] El campamento de Za’atari es el mayor campo de refugiados de Oriente Medio. Se fundó el 29 de julio de 2012 para poder atender los enormes flujos de refugiados provenientes de Siria (Fuente: ACNUR). [N. del E.]

[3] La Península balcánica se encuentra situada al sureste de Europa. Conformada por: Albania, Bulgaria, Croacia, Grecia, Macedonia, Montenegro, Rumanía, Serbia, Kosovo, Estambul, Eslovenia, Eslovaquia, Hungría, Moldavia y Ucrania, Bosnia y Herzegovina [N. del E.]


Ángel Benítez-Donoso, SJ

Director adjunto del Proyecto Educativo del Servicio Jesuita al Migrante en Beirut (JRS Líbano).




Alemania frente a un millón de nuevos migrantes

Según las más nuevas estimaciones, hasta fines del 2015 llegarán más de un millón de refugiados a Alemania. Actualmente son entre 7 y 8 mil por día. La mayor parte viene de países con una situación de guerra civil y de continuos atentados terroristas como Siria, Irak, Afganistán o Pakistán, de países en situaciones económicas difíciles de los Balcanes como Albania, Kósovo y Serbia, y de algunos países africanos donde hay un régimen autoritario (como Eritrea) o donde extremistas islámicos aterrorizan a la población (como en Nigeria).

La mayoría de refugiados, que en el mundo entero son unos 60 millones, se quedan en países vecinos. Por ejemplo, de los 4 millones de refugiados sirios, Turquía ha recibido dos millones, el Líbano un millón. Pero la situación en los campos de refugiados allá es muy difícil y ya no hay buenas perspectivas para regresar a Siria en corto plazo. Por eso, cada vez más se arriesgan a tomar rutas peligrosas, poniéndose en manos de traficantes de personas y pasando el Mediterráneo en barcos sobrecargados y no apropiados. Se estima que solamente este año más de 3 mil personas murieron en el mar durante su huida. Otros eligen caminos pesados, como la ruta de los Balcanes: de Turquía toman un barco para llegar a una isla griega -muchas veces no más lejos de unos pocos kilómetros-, después tratan de cruzar Grecia, entran en Macedonia, pasan por Serbia y Hungría, o Croacia, para finalmente llegar a Austria y Alemania.

Para entender esta crisis hay que explicar algunos aspectos del régimen fronterizo de la Unión Europea. Según el Acuerdo de Schengen, varios países de Europa han suprimido los controles en las fronteras entre sí y han trasladado estos controles a las fronteras exteriores con países terceros. Debido a los acuerdos de Dublín, los refugiados solamente pueden solicitar asilo en el país donde ingresan por primera vez al espacio Schengen. Si lo hacen en otro país van a ser expulsados al primero. Para países como Austria y Alemania esto creó una situación muy cómoda. Como no tienen frontera con un país fuera del espacio Schengen, casi no llegaron refugiados, y los que llegaron a España, Italia o Grecia no tenían derecho a viajar al norte. Pero este sistema fracasó. Faltaba la solidaridad de toda Europa con estos países del sur.

Cuando, con la crisis financiera y económica, los países fronterizos entraron en dificultades para recibir y mantener a los refugiados, los dejaron pasar al norte, lo que creó problemas muy graves sobre todo en Hungría, que los trataba muy mal.

Finalmente, por razones de humanidad, a principios de setiembre Alemania y Austria decidieron no expulsar a los refugiados sirios a los países donde entraron al espacio Schengen. En esta situación también influyó la foto del pequeño Aylan Kurdi en la playa, quien murió cuando su familia intentaba pasar de la costa de Turquía a la orilla de Grecia.

Otro aspecto importante para la actitud de la Canciller alemana, Angela Merkel, tenía que ver con la creciente xenofobia en Alemania. Frente a un gran número de atentados extremistas en contra de alojamientos de solicitantes de asilo (entre ellos unos 30 incendios provocados), y frente a manifestaciones antiislámicas y nuevos partidos derechistas, Merkel quiso insistir en la identidad alemana como acogedora y humanista y, en una conferencia de prensa del 31 de agosto, pidió al pueblo alemán aceptar positivamente este nuevo desafío, seguramente el más grande desde la unificación de Alemania, diciendo “Wir schaffen das!” (¡Lo vamos a lograr!). Pero a lo mejor ha sobrevalorado al pueblo alemán, y a su propio partido, porque están creciendo cada vez más las críticas en contra de esta decisión, pidiendo un límite fijo a la llegada de nuevos refugiados. Me dijo un diputado del partido de Merkel, el Partido Demócrata-Cristiano, que ahora se veía quiénes de sus miembros eran realmente cristianos y quienes solamente “conservadores”. Las iglesias católica y protestante apoyan muy claramente la postura de Merkel.

Desde el punto de vista ético -y es la misma Merkel quien insiste en ello- está muy claro que cada persona humana, independientemente de su origen, color de piel, cultura o religión, tiene la misma dignidad y el mismo derecho a un trato correspondiente a esta dignidad. Eso implica ayudar a personas en grandes emergencias -y los que dejaron su patria por el terror del así llamado Estado Islámico o una guerra civil, se encuentran en gran emergencia-.

Muchos refugiados realizan una larga travesía para llegar a Alemania: salen de Turquía (al cual llegaron huyendo de Siria) rumbo a Grecia, entran en Macedonia, pasan por Serbia y Hungría, o Croacia, hasta su destino final. Familias enteras, con niños pequeños, realizan el recorrido de 3700 km en medio de grandes necesidades.

Uno de los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia es la “destinación universal de los bienes”, lo que implica que no hay propiedad privada sin obligación social. De la misma manera, la solidaridad dentro de toda la humanidad no tiene límites absolutos en las fronteras de los Estados. Por eso, la famosa encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII -la primera encíclica que afirmó los derechos humanos y los legitimó desde la fe cristiana- también dice que “ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres” (PT 25).

Por eso, es necesario que haya un derecho al asilo, una obligación a recibir refugiados en situaciones de extrema emergencia. Pero, al mismo tiempo, está claro que no puede ser una obligación de pocos países, es obligación de la comunidad mundial de todos los Estados.

Tendrían que organizar mucho mejor la ayuda a los refugiados y la lucha en contra de las causas de migración. Por lo menos dentro de la Unión Europa debería darse esta solidaridad para repartir de manera equitativa las cargas relacionadas a la migración. Lamentablemente son, sobre todo los países del este de Europa que después de la caída del muro habían sacado mucho provecho de la solidaridad europea, los que ahora se resisten a aceptar un sistema de cuotas para la repartición de refugiados. Europa parece haber olvidado que en el 2012 recibió el Premio Nobel de la Paz por sus luchas en favor de la democracia, la paz y los derechos humanos.

Tal resistencia no solamente está contra la ética, además no es racional; pues debido al cambio demográfico en muchos países europeos, sería importante recibir migrantes por razones económicas para mitigar la reducción del potencial de mano de obra. Muchos de los migrantes son jóvenes o familias que llegaron con niños o irán a buscar sus hijos cuando se hayan establecido. Incluso llegan niños y jóvenes sin sus padres o parientes.

Una cuarta parte de los refugiados adultos tiene formación profesional (universitaria o parecida). Para migrar es necesario tener no pocos recursos económicos, una alta capacidad organizativa y, sobre todo, el deseo de buscar una vida mejor. Otros, hay que decirlo, llegan traumatizados por la crueldad que han vivido y van a tener muchas dificultades para superar sus terribles experiencias. También hay una parte poco cualificada que va a tener problemas para encontrar trabajo en las avanzadas economías de Europa. Pero si logramos una buena integración de estos migrantes en nuestros sistemas de educación y en el mercado laboral, la migración va a ser un proyecto por el cual todos pueden ganar: los europeos, porque reducen los efectos negativos del cambio demográfico; los refugiados, porque encuentran chances para una vida más digna y más segura; y, a largo plazo, los países de origen, cuando la situación haya mejorado tanto que una parte de los migrantes pueda regresar para reconstruir sus países –con los nuevos conocimientos y contactos que lograron en Europa-.

Está muy claro que estos efectos positivos no se darán automáticamente; presuponen una actitud de apertura y de bienvenida de parte de los habitantes, grandes inversiones en la formación de los migrantes (primero para que aprendan el idioma), pero también la disposición de los migrantes a aceptar las leyes de los países receptores y la pluralidad religiosa y cultural que existe en Europa.


Gerhard Kruip

Profesor de Antropología Cristiana y Ética Social del Departamento de Teología Católica y Teología Protestante en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, Alemania




Una mirada a la violencia en el Líbano

En el exterior del hospital Rassoul al-Aazam, situado en la autopista que conecta el aeropuerto y el centro de Beirut, un hombre joven con ojos cansados y enrojecidos intenta describir lo que vio el día de la catástrofe. “Esta escena simplemente te hacer llorar. Es una situación indescriptible”, testifica Ahmad a un periódico local libanés[1]. La detonación de varias bombas le fracturó el pie a su hermano mayor, su familia dentro del hospital está todavía esperando los resultados de la radiografía.

El 12 de noviembre, en plena hora punta, dos terroristas suicidas se inmolaron en un área de comerciantes de Bourj al-Brajaneh, matando a 43 personas y dejando heridas a más de 200[2]. Momentos antes de detonar su cinturón de explosivos frente a una mezquita chií, un tercer atacante fue abatido por un vecino del barrio[3]. Los atentados en esta barriada popular en el sur de la capital libanesa fueron reclamados posteriormente por el grupo yihadista y proto-estado “Daesh” (acrónimo árabe para “Estado Islámico en Irak y Siria”, EI)[4].

La inmensa mayoría de la prensa internacional analizó los atentados a través de las lentes del sectarismo islámico. Sin intención, los periódicos transmitieron así el mensaje que Daesh quería difundir. En un comunicado[5], el grupo declaró que “soldados del califato” lograron matar cuarenta “rafidiya”, término árabe peyorativo calificando a los chiíes como gente que rechaza el islam.

Mientras que los grandes titulares internacionales anunciaron un ataque contra el “bastión de Hezbolá[6]” –pues la zona es principalmente controlada por ellos-, activistas y blogueros hicieron hincapié en que los atentados fueron dirigidos contra civiles y no contra militares de Hezbolá. La periodista libanesa Diana Moukalled, comentó que “el bastión” Bourj al-Brajaneh podría ser descrito como un barrio vibrante multicultural, poblado, no sólo por libaneses, sino también por refugiados palestinos y sirios[7]. ¿Por qué es tan importante la manera de hacer periodismo y el uso del lenguaje?

Para Annia Ciezadlo, corresponsal en el Líbano, París se ve más como una ciudad mientras que Beirut es considerada zona de guerra desde la perspectiva occidental[8]. La imagen y los estereotipos que tenemos sobre una región influyen en la forma en que percibimos la violencia y el grado en el que la estimamos. Sin embargo, pensar en Medio Oriente únicamente como baluarte ideológico o religioso deja de lado problemas de fondo, que son mayoritariamente de naturaleza política y económica.

Los atentados en Beirut no recibieron la misma cobertura en la prensa occidental que los ocurridos en París, al día siguiente, por distintas razones. La proximidad de un evento siempre juega un rol fundamental en la clasificación de las noticias en el periodismo. Por otra parte, el hecho de que Beirut no haya recibido esta ola de solidaridad, compasión e interés refleja también las estructuras de poder, dice Joey Ayoub, un bloguero de origen libanés[9]. Mientras que los atentados en Francia fueron llamados ataques contra la civilización en general o la civilización occidental[10], los hechos acaecidos en el Líbano no fueron descritos como terror contra la civilización libanesa sino como una agresión al partido milicia chií Hezbolá. Esta interpretación unidireccional crea una imagen errónea sobre el terrorismo yihadista de Daesh/EI y relativiza el sufrimiento de víctimas del terrorismo en Beirut, Ankara, Bagdad, Alepo u otros lugares, reclama David Shariatmadari[11].

¿La política libanesa cambiará a raíz de los atentados de Beirut? Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá, afirmó que el atentado no alterará la convicción de la milicia libanesa de luchar junto a Bashar al-Assad contra opositores del régimen sirio[12]. A pesar de que las fuerzas de inteligencia han logrado evitar varios golpes terroristas, la probabilidad de que los atentados continúen, dirigidos y ejecutados por células sirias y libanesas, se mantiene alta[13]. Esto se debe principalmente a una historia compartida que une estrechamente la política de Siria y el Líbano. Siempre que se prolongue la guerra de Siria, existirá un interés de los grupos yihadistas suníes en perjudicar a la población civil y propagar el miedo y el terror. Es por ello que contrarrestar la violencia política en el Líbano continuará siendo uno de los mayores desafíos para el país.

[1] Cf. Issa, Philip (2015): Burj al-Barajneh picks up the peaces after blasts, http://www.dailystar.com.lb/News/Lebanon-News/2015/Nov-14/322981-burj-al-barajneh-picks-up-the-pieces-after-blasts.ashx (30/11/2015).
[2] Cf. Abizeid, Marc (2015): Twin suicide blasts claimed by ISIS kill 43 in south Beirut suburb, http://dailystar.com.lb/News/Lebanon-News/2015/Nov-12/322792-two-blasts-heard-in-south-beirut-suburb-of-burj-al-barajneh-witnesses.ashx (29/11/2015).
[3] Cf. El Hage, Anne-Marie (2015): „Ce porc a ouvert sa veste en hurlant Allah Akbar!“, http://www.lorientlejour.com/article/954535/-ce-porc-a-ouvert-sa-veste-en-hurlant-allah-akbar-.html (29/11/2015).
[4] Cf. Rita Katz (2015): #ISIS Claims #Beirut #Lebanon bombing (Tweet: 12/11/2015), https://twitter.com/Rita_Katz (30/11/2015), cf. Sada al-Sham al-Islamiya: http://sadaislamic.net/wp/?p=209 (30/11/2015).
[5] Cf. Ibid.
[6] Partido político chií legal que posee un brazo armado ilegal. La milicia controla varios barrios en el sur de Beirut y ciertos territorios en el sur y este del Líbano.
[7] Cf. Moukalled, Diana (2015): Comparing live coverage between Paris and Beirut, http://english.alarabiya.net/en/views/news/middle-east/2015/11/18/Comparing-live-coverage-between-Paris-and-Beirut.html (29/11/2015), http://aawsat.com/home/article/498031
[8] Cf. Ciezadlo, Annia (2015): Paris is a city. Beirut is a ‚war zone’. Why the way we talk about those places matters, https://www.washingtonpost.com/posteverything/wp/2015/11/17/beirut-is-no-more-of-a-war-zone-than-paris-is-stop-talking-about-it-that-way/ (29/11/2015).
[9] Cf. Ayoub, Joey (2015): Beirut, Paris, http://hummusforthought.com/2015/11/14/beirut-paris/ (29/11/2015).
[10] Cf. Byrnes, Jesse (2015): Bush on Paris attacks: ‚This is the war of our time’, TheHill.com, http://thehill.com/policy/national-security/260145-bush-on-paris-attacks-this-is-the-war-of-our-time (29/11/2015), https://twitter.com/rupertmurdoch (29/11/2015), Martin, Iain (2015): Face it: Islamist fascists want to destroy Western civilization, http://www.capx.co/face-it-islamist-fascists-want-to-destroy-western-civilisation/ (29/11/2015).
[11] Cf. Shariatmadari, David (2015): Isis hates Middle Eastern civilisation too, http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/nov/16/isis-hates-civilisation-middle-east-violent-jihadi-ideology (29/11/2015).
[12] Cf. PressTV (2015): Hezbollah’s Nasrallah condemns Daesh attacks in Paris, http://www.presstv.com/Detail/2015/11/14/437649/Lebanon-Hezbollah-Nasrallah-speech (30/11/2015).
[13] Cf. Khaled, Hanan (2015): Lebanon identifies one oft he Beirut bombers; several suspects arrested, http://www.dailystar.com.lb/News/Lebanon-News/2015/Nov-14/323041-police-reveal-identity-of-one-of-beirut-attackers.ashx (30/11/2015).


Olivier Vogel

Estudiante en la Université Saint Joseph de Beyrouth (Líbano). Prepara tesis de Maestría en Justicia Transicional. https://donolito.wordpress.com




Triste noche en París

Desde el pasado viernes 13 de noviembre el mundo está conmocionado. Especialmente el mundo denominado ‘occidental’, pues el terror ha caído sin piedad sobre París. Ya no será posible en adelante mirar a esta esplendorosa urbe sin el recuerdo doloroso de esa noche, en la cual los disparos y explosiones destrozaron vidas y quisieron apagar la luz de las plazas y las calles.

Por encima del espanto es indispensable elevar el juicio y los sentidos, a fin de que este trance no produzca solo desconcierto en las riberas del Sena o en el resto del planeta. No era la primera vez que esto ocurría en la Ciudad Luz. Incluso luego del ataque fatal contra la revista Charlie Hebdo, perpetrado el 7 de enero de este año por un comando vinculado a Al Qaeda, hubo otros conatos de atentado que se quedaron a medias, o que fueron neutralizados, todo lo cual evidenció que Francia estaba plenamente en la mira.

Yihadistas diversos, no sólo pertenecientes al Estado Islámico (EI), apuntaban y apuntan hacia territorio francés al menos por dos motivos. Por un lado, porque es una de las potencias occidentales notables –al lado del Reino Unido, Alemania y Estados Unidos- y, por tanto, en el imaginario de los extremistas islámicos, forma parte de esa élite mundial que ha incursionado numerosas veces, no sólo en Oriente Medio, sino en el mundo árabe en general, o en las regiones que tienen gran población musulmana.

Para los devotos de la ‘yihad’ armada (la yihad -‘esfuerzo’ en árabe- puede ser, simplemente, la lucha por ser un buen musulmán), lo hiriente es esa presencia constante, reiterada, en zonas que ellos consideran suyos o parte de la ‘Umma’ (la comunidad de los musulmanes de todo el mundo). Dicho sentimiento, hay que decirlo, es frecuente en buena parte de estos países, pero solo minorías extremistas, como EI ó Al Qaeda, creen que hay que responder a esto con las armas de la crueldad y el crimen.

Francia, por ejemplo, no sólo forma parte de la coalición que ataca al EI en Siria e Irak; también incursionó militarmente en Mali, un país africano que no forma parte de la comunidad árabe pero cuya población es aplastantemente musulmana (90%). Lo hizo porque en el norte de ese país se desató una rebelión, inicialmente protagonizada por los tuareg (etnia nómada que vive en el desierto del Sáhara), pero que luego fue capitalizada y controlada por el grupo yihadista Ansar Dine.

Acudió en ayuda de su ex colonia y aunque la operación terminó en el 2014 (actualmente continúa, aunque ya no instalada en Mali), eso hizo que se granjeara el odio militante de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), un movimiento que opera en varios países del norte de África y controla diversos grupos. En suma, el país de Francois Hollande está en el horizonte bélico de este conglomerado de yihadistas, a los que desde hace unos meses se sumó con potencia, y sin piedad alguna, el EI.

El EI ya está escindido de Al Qaeda, desde que tomó un rumbo propio e instauró el Califato en zonas de Siria e Irak, a partir del año pasado. Aunque en el terreno de los hechos combaten –por el control de la rebelión contra el presidente sirio Bachir al Assad y el posicionamiento territorial-, sí coinciden en tener a Francia en la mira de sus odios. No era extraño, por eso, que París y otras ciudades estuvieran en riesgo. Las autoridades galas lo saben y, por ello, tienen montado hace meses un enorme aparato de inteligencia.

No vale la pena ahora lanzar críticas acerbas contra dicho cuerpo encargado de prevenir estos hechos monstruosos. Es imposible que un país, por certero que sea en sus políticas preventivas, apague totalmente la posibilidad de un ataque. Precisamente porque quienes tienen al terrorismo como método no son meros orates; más bien son personas que pertenecen a estructuras estables, bien diseñadas, que tienen objetivos políticos y son capaces, como se vio en París, de actuar de una manera muy coordinada.

Relegar al EI, que ya asumió la autoría de los ataques, únicamente a la condición de ‘desquiciado’ significa actuar con una desesperación inútil. La mayor prueba de sus propósitos políticos es que ya tienen un estado germinal, que además de contar con un ejército que sostiene enfrentamientos, administra el comercio, regula la seguridad pública y el comercio, y hasta tiene una moneda llamada ‘dinar’. Para islamistas de varias partes del mundo, incluso europeos, el Califato ya es una realidad.

Lo nuevo en este trance desgraciado es que parece que los seguidores de Al Bagdhadí, el Califa, ya han decidido no sólo fortalecer los cerca de 90 mil kilómetros cuadrados de territorio sobre los que reinan (para lo cual han montado todo una estrategia que provoca un ‘efecto llamada’ a los extremistas islámicos del mundo entero). Ahora lucen decididos a atacar a sus enemigos fuera, en su propia casa, una modalidad que más bien usa Al Qaeda, y cuya mayor expresión fue el ataque del 11 de septiembre del 2001.

Al Qaeda también aspiraría a un Califato, aunque una vez que haya logrado expulsar a las potencias occidentales de lo que considera sus territorios; el EI ya lo tiene, lo administra, en medio de una guerra pero de manera medianamente efectiva. Que salte ahora hacia otras zonas del planeta sí que es un problema que puede alterar, de manera dramática, la seguridad global. La prueba la hemos tenido en esta secuencia de atentados que ha hecho sentir que es una guerra que va en serio.

Desde otra esquina de este rompecabezas, se puede pensar que, como históricamente ha ocurrido con otros grupos armados, la sensación de que está siendo afectado militarmente incita al EI a dar un giro, mediático y militar, de gran envergadura. No le está resultando fácil mantener su utopía extremista: es atacado por los kurdos, por las potencias occidentales, por otros grupos que luchan contra Al Assad, por el propio ejército sirio. Es posible que, en este momento, le convenga un gran golpe.

Como fuere, el enfrentamiento está llegando a un punto muy preocupante: aun si los yihadistas de EI están diezmados, tienen capacidad de ataque y, para ello, ciertamente pueden contar con el apoyo de gente que va y viene de Europa hacia Oriente Medio, o de simpatizantes que viven en los mismos países a los que tiene como objetivos militares. En eso comenzaría a tener similitudes con Al Qaeda y, en suma, contribuiría a agitar el avispero mundial. La amenaza ya no se quedaría en Damasco y otros lares.

Un asunto que es esencial aclarar es si, en las masas de refugiados que están huyendo hacia Europa, van camuflados algunos yihadistas. Nada se puede descartar en un momento como el actual, pero no hay que olvidar que esas personas –pobres, demacradas, hambrientas- justamente están huyendo del EI y de sus masacres, de la guerra en Siria y de otros escenarios de horror. Ponerles ahora un estigma, al estilo de las más delirantes ultraderechas europeas, sería un acto de torpeza y de inmoralidad absolutamente repudiable.

Suena a -como ocurría en el Perú de los 80- creer que todo ayacuchano o todo sanmarquino era de Sendero Luminoso, un absurdo que causó dolor e inmensas injusticias. La mayoría de víctimas del EI, aunque ahora cueste verlo, son los propios musulmanes. Los chiís principalmente, a quienes los yihadistas suníes consideran apóstatas, aunque también suníes que no se sumen a su causa. Desde Europa y América Latina no se nota, pero para miles de fieles islámicos la existencia de este Califa es en realidad una tremenda desgracia.

De allí que en este instante terrible de la Historia convenga apostar por una solidaridad sin fronteras, sin distingos, por todas las víctimas. Nos duele París, como nos deberían doler Beirut, Faluya, Damasco, Bagdad, Tikrit, Aleppo o Mosul, la ciudad iraquí donde los yazidíes, una comunidad religiosa que hasta tienen una especie de ‘Papa’ (llamado hoy ‘Baba Sheij’) fueron masacrados por los yihadistas. No nos alcanzarían las banderitas de Facebook si además incluyéramos a las víctimas de Boko Haram.

No resulta fácil entender todo este laberinto, porque está compuesto de muchos elementos, no sólo religiosos, como la mayoría de personas cree. Allá y acullá, la gente no se está matando solamente por la defensa del Islam, o el Cristianismo. La fe extremista, si bien es parte del combustible, no es el único activador de esta violencia desgraciada. En el fondo, se trata de la incapacidad que hemos tenido, en Oriente y Occidente, de respetar territorios, formas de vida, cosmovisiones. De entendernos como humanos y, perdonen la ingenuidad, hermanos de una sociedad que sólo se salvará en el altar del entendimiento.

* Publicado en el portal ‘La Mula’ el 15/11/2015


Ramiro Escobar la Cruz

Periodista especializado en temas internacionales y ambientales. Columnista en el diario La República y colaborador en la revista Poder y, en el extranjero, con el diario El País (España) y el portal O’eco amazonia de (Brasil). Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú – PUCP, la Universidad Peruana de CIencias Aplicadas y de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.