Vivimos tiempos de cambio de era, de diferentes crisis que cuestionan nuestra humanidad. A nuestras emblemáticas crisis económica, política y ambiental, se suma la crisis por la pandemia de la COVID-19 que, con sus dolorosos efectos de muerte y daños a millones de personas, mostró descarnadamente los problemas que tenemos que resolver pronto como mundo para seguir adelante, especialmente las diferencias que tenemos que condenan al 20% de la humanidad a la pobreza. (1)
En este escenario, ya desde la pandemia se ha hecho más evidente que teníamos un serio problema alimentario, que afecta a estos millones de pobres y los condena al hambre. Lo cual, asimismo, se ha visto agudizada por la guerra ruso-ucraniana, que viene restringiendo la disponibilidad de granos y fertilizantes, que ampliaría esta afectación a muchas más familias.
En América Latina, inicialmente la crisis alimentaria fue asociada a nuestros grandes bolsones de pobreza, que se mantienen a pesar de nuestro crecimiento económico, y a nuestra dependencia de productos alimentarios importados (2). Sin embargo, los últimos reportes internacionales vienen mostrando que es la región que mejor viene respondiendo a la crisis, tanto por la priorización de medidas públicas, como principalmente por su diversidad de productos alimentarios y el aporte silencioso de los agricultores familiares que los cultivan.
La pandemia nos develó nuestros problemas de seguridad alimentaria, originados principalmente por el mayor peso de productos importados en la canasta familiar que impulsaron el alza de su precio y las dificultades de acceso de la población.
En el país, como lo indica Zegarra (3), la pandemia nos develó nuestros problemas de seguridad alimentaria, originados principalmente por el mayor peso de productos importados en la canasta familiar (trigo, lácteos, aceites…) que impulsaron el alza de su precio y las dificultades de acceso de la población. Sin embargo, la afectación a la población no es de una magnitud extrema, pues a pesar de grandes preocupaciones por la urea somos el segundo país de la región que mejor está respondiendo a la crisis gracias a sus agricultores familiares, nuestra cultura y diversidad agrícola.
Ello se muestra en los resultados de la campaña agrícola 2021-2022 (4), que culminó con producciones y volúmenes de alimentos que sufrieron una ligera baja, pero que se han mantenido en el mismo nivel durante los últimos cinco años, mostrando nuestra resiliencia rural y el valor de los campesinos que con pandemia y sin pandemia no dejaron de cultivar, y sin ayuda del Estado.
El escenario de crisis alimentaria proyectado para los próximos dos años en el país tendrá sus propias características e impactos, distante de escenarios catastróficos como recientemente ha reconocido la FAO para América Latina y el país.
Una importante característica es que la producción alimentaria nacional no sufrirá un impacto severo por la falta de insumos. Las proyecciones de siembra para la presente campaña 2022-2023 (5) muestran que solo se disminuirá la siembra de algunos productos hasta un 10% menos que la campaña pasada; entre ellos, maíz, arroz y papas en zonas costeras. Como siempre, la gran mayoría de agricultores familiares y comuneros siguieron sembrando con sus propios recursos, con sus propias semillas, con su trabajo familiar, con sus propios insumos orgánicos y, asimismo, continuaron con sus crianzas de animales menores, vacunos, porcinos, ovinos, camélidos y peces para garantizar su autoconsumo y aportar a los mercados locales y regionales.
Sin embargo, los mayores problemas alimentarios estarán por el lado del acceso. La gran mayoría de la población urbana, especialmente de Lima, han incrementado su población pobre por la falta de recursos y trabajo. Estos limitados ingresos de las familias y la pobreza extrema de importantes sectores impiden conseguir alimentos en la magnitud de sus necesidades y, de otro lado, la especulación permanente de los precios que ha normalizado el mercado. Un mercado precario donde aún el abastecimiento de los productos es controlado por los “reyes” de la papa, pollos, cebollas, papayas y naranjas. O por grandes empresas oligopólicas de la leche, harinas, aceites, y carnes en un extremo de la cadena y, en el otro, los agricultores familiares que siguen entregando sus productos en precarias ferias locales o en los puertos al “mayorista” o “regatón” sin mayor control, transparencia de precios y seguridad de pago.
El hambre no ha esperado y nuestra población en pobreza tampoco, por ello tenemos la respuesta de las ollas comunes, el incremento del consumo de alimentos locales y realmente varias soluciones colectivas también a la salud, la educación y servicios.
Junto a ello también tenemos dificultades en el uso y buen consumo de los alimentos. La FAO, OMS, PMA en sus informes reconocen que un gran problema en todos los países, especialmente en América y el Perú: la desnutrición crónica y anemia que compromete a grandes sectores de la población infantil y también la malnutrición por el uso indiscriminado de alimentos ultra procesados, aceites y azucares que están haciendo crecer la obesidad en la población. En el país casi el 20% de los niños menores de 10 años muestran esta condición (6). Ello, también, incentivado por el consumo de comidas rápidas basadas en estos productos, dejando de lado nuestra gran diversidad y productos naturales que tradicionalmente hemos consumido. No por gusto tenemos una de las mejores gastronomías del mundo. Sin dejar de lado que tenemos, en las nuevas generaciones, una cultura alimentaria basada en alimentos poco saludables, como panes, dulces, frituras, gaseosas y enlatados.
Este escenario en el país, que ha sido configurado por nuestros problemas para un desarrollo equilibrado y sostenible, viene siendo asumido por nuestra población vulnerable con mucha resiliencia. El hambre no ha esperado y nuestra población en pobreza tampoco, por ello tenemos la respuesta de las ollas comunes, el incremento del consumo de alimentos locales y realmente varias soluciones colectivas también a la salud, la educación y servicios.
Por ello consideramos que nuestras mayores preocupaciones deben estar orientadas a buscar alternativas para que la población no pase hambre, especialmente los 4 millones de personas en mayor pobreza, así como la población con recursos limitados, facilitando su acceso a alimentos sanos y nutritivos que nuestro agro está en capacidad de abastecer.
En este camino deben priorizarse algunas acciones: en primer lugar, facilitar una mejor llegada de los alimentos a las ciudades y a la población. Empezando por mejorar los mercados locales y ferias rurales por las municipalidades, así como generar más canales de llegada de alimentos directamente a los consumidores a través de ferias y compras por internet.
Luego, para proteger a la población vulnerable se tiene que continuar apoyando la respuesta comunitaria de las ollas comunes con recursos alimentarios y apoyo a su organización; así como continuar con la mejora de las capacidades de las mujeres que las sostienen, mantener el apoyo de los programas sociales a la población más pobre y las escuelas, entregando bonos de ayuda alimentaria directamente a la población más carente.
También, sensibilizar e impulsar mecanismos de consumo saludable de alimentos, a través de la escuela, centros educativos, centros laborales, comedores, así como apoyando la preparación de platos saludables en restaurantes, el emprendimiento de alimentos naturales preparados y también controlando y contrarrestando las campañas de consumo de alimentos “chatarra”.
De todas maneras, se requiere apoyar al agro, especialmente a los agricultores familiares, facilitándole recursos para mejorar su producción, tanto en crédito, como en semillas y animales mejorados, asistencia técnica, infraestructura de agua y almacenamiento. Asimismo, con canales para incrementar el precio de sus productos a través de venta directa, asociaciones, cooperativas.
Bibliografía
Verano 2022 / 2023
Alex Laos
Resucita Perú Ahora
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