La cultura como tecnología, la virtualidad como medio

cultura a distanciaLa crisis que vivimos nos obligó a migrar a un territorio digital para el que muchos no estábamos preparados, lo que nos hizo replantear el potencial democratizador que puede tener el internet. La distancia geográfica se soluciona con un clic. El intercambio de ideas y trabajos es más barato y viable. Nuevas experiencias de interacción en la virtualidad se desarrollan. Esto revoluciona las humanidades y la producción cultural, porque la idea de un espectador o lector como ente pasivo, que debe quedarse callado para recibir información, se hace imposible. Entonces, un paradigma de competencia podría diluirse en un paradigma de cooperación, ya que el espacio digital es un espacio de coexistencia en horizontalidad.

La producción cultural ha perdido sus canales tradicionales de producción, distribución y consumo. Entonces tenemos que volver a interrogarla. Hace algún tiempo siento difícil pensar el lugar y la importancia de la cultura en la sociedad. Primero, porque un sistema capitalista otorga valor a las mercancías por su capacidad de intercambio, por lo que la cultura es solo otra mercancía. Su importancia radica en su capacidad de ser vendida y consumida, subordinada a productos con mayor demanda. Segundo, en crisis planetaria resulta una trivialidad pensar en teatro o en música cuando la urgencia es económica, alimentaria, de salud. ¿Cómo pensar en arte cuando la urgencia es por sobrevivir? Este texto quiere pensar este problema.

Desde una mirada capitalista, la producción cultural se determina por el mercado, y esto genera la exclusión de trabajos que no pueden masificarse. El Estado peruano parece ignorar sistemáticamente la producción cultural, pese a iniciativas relevantes como fondos de producción. Peor sería pensar en una “academia” de sujetos “ilustrados” que determinan el valor de lo creado con criterios endogámicos. Mercado, Estado y Academia son protagonistas de los procesos de creación artística o cultural, pero muy fácilmente se transforman en enemigos.

No es posible pensarse fuera de ellos, pero intentaré pensar el valor de la cultura fuera de nuestros tres protagonistas. Lanzo una pregunta tan fregada que preferimos ignorarla o darle respuestas fáciles: ¿la producción cultural tiene una función en la sociedad? Y si es así, ¿cuál es? Toda sociedad humana produce formas de música, de narración, de representación, de pintura, de distribución del espacio, de edificación. Nuestro cotidiano está poblado de productos y procesos que, mediante la acción humana, ordenan símbolos y significados en tejidos complejos que recibimos todos los días. Podríamos llamarla natural. Pero, ¿para qué sirve? ¿Por qué tiene que importarnos? ¿Por qué urge hacerse cargo?

Quiero ensayar dos respuestas. Para empezar, pensemos a los sujetos humanos como cuerpos que piensan, imaginan, sienten, hacen. Estas dimensiones conversan y no se pueden separar. Lo que hacemos es lo que imaginamos, lo que pensamos es lo que sentimos, y así podemos cruzar todo. Estas capacidades humanas no son espontáneas: son formadas y modeladas por la familia, educación, prensa, Estado, interacciones cotidianas. Productos culturales. Y todo producto cultural presupone, produce, expresa, debate, cuestiona, modifica una forma de entender el mundo.

Las personas somos constantemente bombardeadas por discursos. Un discurso suelto, una canción cuya letra no escuchamos, una obra de teatro que vimos una noche no cambia lo que somos. Pero nuestras ideas sobre el amor, lo divino, lo social, el otro, son generadas por narrativas, imágenes, sonidos que recibimos. Pasa que la experiencia humana es terriblemente limitada. Nuestro mundo es solo aquello a lo que accedemos, y como seres de carne estamos condenados, somos solo lo que pasa por nuestra carne. Para ensanchar nuestra experiencia necesitamos de prensa, educación, familia, amistades. Cultura. Porque nuestro único medio para acceder a la experiencia de alguien más pasa por las narrativas que produce o que le producen. Y se trata de hacernos cargo, pues nuestra imagen del mundo conversa con nuestras emociones y acciones. Esta imagen marca los actos de violencia que ejerzamos, consintamos o decidamos ignorar. De esta depende nuestra participación política, decisiones profesionales, ejercicio del poder, aquello que permitamos y aquello que no.

Uno de los métodos más efectivos del ejercicio del poder es la naturalización, es decir, la idea de que un acto de violencia es natural. Hemos vivido siglos asumiendo que las personas no blancas eran inferiores, que las mujeres tenían un limitado acceso a la racionalidad, que las personas no heterosexuales y las personas trans están enfermas. Estas ideas afectan nuestras prácticas, desde el insulto constante o el desacreditar la voz de otras personas. Así, cuando las comunidades indígenas protestan la destrucción de sus territorios, Alan García afirma que sus voces no son relevantes para el proyecto de nación, que son ciudadanos de segunda clase, y les califica de “perro del hortelano”. La prensa hace eco y sectores importantes de la población lo asumen como natural. El progreso, la reactivación económica, el bienestar dependen de la extracción de recursos. Poco importa que esto no sea sostenible a largo plazo y que destruya el espacio vital de millones de personas: el significado está instaurado. ¿Cómo hacer para des-naturalizarlo? No basta una obra, canción o discurso político, sino un esfuerzo comunitario tremendo de producción de sentidos nuevos. Así entiendo la cultura, como una tecnología de transformación de subjetividades. Opera todo el tiempo, lo notemos o no. Si no entramos en la disputa por la producción, la distribución y el consumo de productos culturales, renunciamos a un proceso que nos afecta.

Entonces, se nos hace necesario producir alternativas que permitan transformaciones concretas. Requerimos el ejercicio de la crítica, sí, pero más aún de la producción de estrategias y rutas de acción. Esto es urgente y no se puede postergar ni pasar solo por el esfuerzo individual, que por definición tiene un impacto limitado. La transformación de las prácticas de cada sujeto es necesaria, pero insuficiente. Urge la acción colectiva en un accionar que rompa con héroes y salvadores. No sirven solo individuos notables: necesitamos enlaces, articulaciones, asociaciones que posibiliten esta acción colectiva. Uno de los tantos problemas de nuestro país radica en nuestra fragmentación: quizás porque somos una población megadiversa, en un territorio heterogéneo y con desigualdades feroces, es difícil reconocerse en el otro, más aún trabajar con él. La izquierda peruana, y muchas propuestas de disidencia a los poderes de facto, caen históricamente en la fragmentación y tienen dificultades de plantear proyectos y hacer frente al poder. ¿Cómo se construye comunidad y acción colectiva? Empezando por reconocer un punto central: las comunidades no son espontáneas. Es necesario producirlas.

El catolicismo produjo una comunidad generando un sistema de ideas, prácticas, rituales. Los cursos de cívica que nos enseñaron en el colegio intentaban transformarnos en peruanos mediante imágenes, historias y sonidos. Las barras de fútbol comparten símbolos, prácticas, espacios, vestimentas. Las comunidades son construcciones, hechas por acción deliberada.

La producción cultural es una tecnología de construcción de comunidad. Esto ya existe, nos envuelve todos los días. Más cuando un Estado nos pide pensar que 32 millones de personas son tan peruanas como nosotros. Más cuando, pese a que discursiva y legalmente somos iguales, reconocemos que poblaciones enteras son tratadas como ciudadanos de segunda categoría. Cuando el acceso a los recursos más básicos está tremendamente segmentado.

La cultura, por supuesto, no salva el mundo. Es que no necesitamos salvarnos, sino chambear. Lo relevante es analizar procesos en desarrollo, reflexionar sobre sus procedimientos, y utilizarlos para nuestros fines.

cultura teatro a distancia

En este tiempo de aislamiento las obras artísticas se han debido adecuar a la tecnología, con públicos conectados virtualmente a la distancia.

Tenemos un problema de base aquí: en el Perú, las industrias culturales y creativas son muy pocas. La mayoría de las industrias oficiales y con presupuesto operan en Lima, y el acceso a estas está muy segmentado. Lo mismo podemos decir de la prensa y los grandes medios de comunicación. En un país muy grande y megadiverso, estas tecnologías, como todas, están centralizadas. No es un accidente: coincide y responde a un proyecto de nación de origen colonial que, durante toda la República, ha buscado la subalternización de la mayoría de sus habitantes. Por supuesto que simplifico, y no es posible obviar que muchos de los artistas con mayor impacto social y económico son ignorados en el Perú oficial. Sin embargo, al pensar la función de la producción cultural fuera del ineludible trinomio Mercado-Estado-Academia, es posible reconocer estas dos tecnologías que operan ya en nuestras sociedades, y se hace posible apropiarse de ellas y disputarlas. Son demasiado importantes como para no participar de ellas y hacernos cargo. La virtualidad es un excelente medio para realizar este proceso.

Vivimos una crisis sin precedentes que genera una devastación feroz. Las desigualdades históricas marcan la devastación del virus, sumadas a una acción gubernamental que aprovecha el panorama para desarrollar sus intereses a costa de las poblaciones vulnerables. La situación es lúgubre. Pese a esto, me resulta clave identificar qué campos de acción se abren, porque la desesperanza y la crítica son movimientos necesarios pero insuficientes. Se abre un proceso que nos hace vivir intercambios que no eran posibles antes. Ya estamos generando redes entre creadores a través de distintos espacios de Lima y del Perú, teniendo en el cotidiano articulaciones transformadoras a través de las regiones. Toda esta acción es aún muy pequeña, porque recién la estamos identificando. Es posible imaginar que estas rutas abrirán más caminos. Pero para eso es necesario hacernos cargo, pensar en colectivo, superar las taras del mundo pre-pandémico y ponernos a trabajar. El espacio virtual será una herramienta de democratización en cuanto lo usemos como tal.

Primavera 2020


Sebastián Eddowes

Dramaturgo, director e investigador teatral / Yale University-UPC-Compañía de la Siembra.