El año 2019 se ha batido, trágicamente, el récord de deforestación anual en la región panamazónica. Solamente en Brasil se ha deforestado más de un millón de hectáreas de bosques, agravando así la crisis ambiental y augurando un panorama sombrío para el futuro de la región y de la humanidad.
El bosque amazónico cumple un rol fundamental, no solamente para el país sino para el conjunto del planeta, al ser una importante reserva de carbono, así como de agua dulce, ya que genera el 50% de las lluvias que normalmente son producidas por la evapotranspiración en la región sudamericana. El bosque tropical húmedo es el ecosistema predominante en la región amazónica y constituye un importante consumidor de calor, ya que absorbe, prácticamente, la mitad de la energía solar a través de la formación de nubes. Además, al absorber gran parte del CO2 atmosférico, contribuye a mitigar el calentamiento global.
La principal contribución a la producción de Gases de Efecto Invernadero (GEI) por parte del Perú y de los países de la región proviene de la destrucción de los bosques amazónicos y no tanto del consumo de combustibles fósiles, como sí ocurre en otras partes del mundo. Los expertos calculan que entre el 18% y el 25% de las emisiones globales de CO2 son el resultado de la destrucción y la degradación de los bosques. Para el caso de Brasil, la deforestación representa aproximadamente el 75% del total de sus emisiones de GEI, mientras que en el caso del Perú gira en torno al 47%.
Una de las causas históricas de deforestación ha sido la tala y quema del bosque, con la finalidad de expandir la frontera agrícola de panllevar, por colonos y pequeños agricultores. Sin embargo, en las últimas décadas, la causa más grave e importante de deforestación se debe a la expansión de la agroindustria, principalmente orientada a la ganadería, la soya, la caña de azúcar y la palma aceitera. Estos procesos han llevado, en los últimos años, a un incremento crítico en las tasas de deforestación en todos los países amazónicos.
La deforestación creciente podría convertir la floresta tropical en una gran sabana seca sin bosque, o incluso en zonas totalmente desérticas, tal como se puede apreciar en algunos territorios del Brasil o en las zonas impactadas por la minería del oro en la región de Madre de Dios.
Hacia el año 2014 se calculaba que la deforestación acumulada en Brasil superaba los 760 mil km2; es decir, un territorio mucho mayor al de Francia, y que equivale también a aproximadamente el 60% del territorio peruano. Sin embargo, a partir de 2015, las tasas de deforestación en la región se han incrementado peligrosamente. En el caso de Brasil, entre 2015 y 2016 esta tasa se incrementó en 29%. Esta tendencia se ha agravado aún más con la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, quien ha venido promoviendo políticas que han sido calificadas de abiertamente “anti ambientalistas” por distintos expertos en la materia.
Uno de los impactos más graves del cambio climático en la región amazónica es el que afecta la biodiversidad y, por lo tanto, también a la alimentación y la salud de las poblaciones locales.
En el resto de países amazónicos las cosas no son mejores. En Colombia, se calcula que entre 2016 y 2018, se deforestaron 25 mil hectáreas de bosques primarios y, en total, en el año 2018 se deforestaron 199 mil hectáreas en la región amazónica colombiana. En Bolivia, se calcula que en 2016 se deforestaron aproximadamente 295 mil hectáreas (según datos oficiales de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra–ABT); y durante los primeros siete meses de 2019, la misma ABT señala que se han deforestado unas 953 mil hectáreas, es decir, casi un millón. Por último, en el caso de Perú, durante el 2018 se deforestaron más de 200 mil hectáreas en territorio amazónico.
La deforestación acumulada durante los últimos 40 años ha significado la destrucción de más de 2 mil árboles por minuto de manera ininterrumpida. Se calcula que hasta 2017 se destruía el equivalente a una cancha de fútbol por minuto, pero a partir de 2018 esta tasa se ha duplicado; es decir, en 2019 se ha deforestado el equivalente a 2 por minuto.
Junto con los bosques, el agua que circula por la Amazonía es fundamental para el futuro de la humanidad y el cambio climático. En efecto, esta región no solo constituye una de las más importantes reservas de agua dulce para el planeta, sino que, además, el agua que vierte al Océano Atlántico contribuye a regular la temperatura de las corrientes de agua, contribuyendo así a controlar la temperatura global. Uno de los efectos inmediatos de la deforestación constituye la disminución de lluvias, impidiendo la regulación adecuada de la temperatura de las aguas oceánicas. No hay que olvidar que, el calentamiento de las aguas, ya sea en el Océano Pacífico o en el Atlántico, asociado a los vientos que circulan en la región, constituyen una de las causas principales para la ocurrencia de lluvias o sequías en la región amazónica, causando importantes impactos en la vida de la gente.
El impacto del conjunto de estos cambios ha estado produciendo en la región amazónica, de manera muy seguida, eventos climáticos extremos con una frecuencia inusitada. En los años 1998, 2005, 2010 y 2016, se produjeron sequías extremas, tres de las cuales han sido consideradas entre las peores sequías de los últimos ciento veinte años, en los que se cuenta con información registrada. Según un informe científico, el año 2015 fue el más caluroso en la región amazónica desde 1900. Y la sequía del 2016, vinculada al Fenómeno del Niño, ha sido considerada como una de las más graves, quizás la peor en cincuenta años, impactando un territorio mayor que otras anteriores. Asimismo, se ha comprobado que desde 1980 se está incrementando la duración de la temporada seca en la región, afectando los cultivos y los ciclos de vida de plantas y animales.
En las últimas décadas también se han producido fuertes inundaciones en la región amazónica, como aquellas producidas en 1999, 2009, 2011, 2012, 2014 y 2015. Las dos últimas impactaron más a la región amazónica sur en Perú, así como en las regiones amazónicas de Bolivia y de los estados brasileños de Acre y Rondonia. Las inundaciones de 2011 y 2012 han sido consideradas como dos de las peores de la historia, llegando los ríos a alcanzar caudales muy grandes que solamente habían ocurrido otras dos veces más en el último siglo. Asimismo, en abril de 2012 se llegó al récord histórico de crecimiento de caudal en la Amazonía peruana.
Uno de los impactos más graves del cambio climático en la región amazónica es el que afecta la biodiversidad y, por lo tanto, también a la alimentación y la salud de las poblaciones locales. Las sequías e inundaciones extremas, junto con los cambios en los vientos y en el ritmo de las estaciones, han generado la desaparición de diversas especies de flora y fauna al alterar los ciclos vitales de las plantas y animales. La alteración en el ciclo anual de las plantas también tiene un impacto directo sobre los animales y los seres humanos que consumen sus frutos. Por ejemplo, según estudios científicos, en los últimos años se han notado alteraciones importantes en el ciclo vital de frutas de importante valor nutritivo y comercial come el camu camu, del pijuayo o del aguaje, generando impactos negativos en los hábitos de alimentación y en la economía de muchas familias amazónicas.
Este panorama, abiertamente sombrío, debe llevarnos a tomar conciencia sobre lo que viene ocurriendo con los bosques amazónicos y a revisar nuestros hábitos de consumo, pero sobre todo debe ser un llamado a nuestras autoridades para que implementen políticas más claras y decisivas para la protección de nuestros bosques y ríos amazónicos. El futuro de nuestro país y del mundo entero depende de ello.
Otoño 2020
Oscar Espinosa de Rivero
Doctor en Antropologia. Profesor principal del Departamento Académico de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).