Rosa es una mujer de, quizá, treinta y pico de años, difícil de calcular por las cicatrices del tiempo en su piel y por la ingenuidad de su corazón que vibra como la de una niña de doce. Ella es una persona con habilidades especiales, como podría diagnosticarla un médico o un psicólogo; pero, mejor dicho, ella ¡es especial! Sabe disfrutar de la vida al mismo tiempo que sufrirla.
Ella no sabe de estadísticas ni de reconstrucción con cambios como tal, no sabe analizar los severos daños que engendra la corrupción en su país, pero conoce todo lo que pasa en su pueblo, al norte del Perú. Ella sabe lo que le pasa a una niña a la que abusan. Levanta su voz de protesta y pide ayuda para que no abusen más de esa niña, en todos los sentidos de la palabra.
Así como Rosa, o como Arlette Contreras (ultrajada por Adriano Pozo, pero que fue absuelto por “el poder de la justicia” a pesar de los videos que existían como pruebas), hay muchísimas mujeres viviendo, doliéndose y soñando con un Perú más humano. Como ellas, queremos denunciar al país lo que nos incumbe a todos nosotros (ciudadanos, miembros de la sociedad civil y poderes del Estado) por el maltrato y discriminación a las mujeres de todas las sangres, razas y condiciones del país.
La discriminación de género atraviesa todo y está en todo: en los hogares, medios de comunicación masiva, arte y academia. La discriminación, subyugación y maltrato se debe en parte a la permisibilidad masculina y femenina que no quiere, o no puede, decir ¡basta ya! Sí, el maltrato a la mujer está en la estigmatización de la mujer de la costa, de la selva y en la paisana Jacinta. Está también en las mujeres que criaron a muchos de niños y niñas que conducen o dirigirán grandes empresas y el país…, está en las nanas y hasta en las intelectuales que son muchas veces relegadas en su profesión.
Nos urge tomar acciones para romper esta crisis social y cultural que nos inserta en una ola de feminicidios y
de acosos. Nos urge un cambio de actitud y establecer mecanismos de respeto que reconozcan el valor de las
mujeres ofreciéndoles oportunidades de equidad y así puedan desarrollar todas sus habilidades. Junto a ellas,
unámonos para construir una sociedad en la que cada persona es vital porque, como dice Kimberlé Crenshaw,
cuando entre uno entramos todos.
Rosa, por ser diferente, era excluida y maltratada por la gente de su pueblo, y le tiraban piedras para que se
vaya. Ella se volvió huraña hasta que otra mujer le dio acogida y cariño. Poco a poco se fue acercando a Rosa, esquivando las piedras que en autodefensa le tiraba. Hoy Rosa no lanza piedras para defenderse, ella busca las más bonitas de la playa para transformar lo que era el instrumento de su martirio en un regalo para quienes la conocen. Así como ella, nosotros podemos transformar las piedras en rosas, sólo basta darnos cuenta que la inclusión, el respeto, la acogida, la valoración y el dar oportunidades permiten que cada persona contribuya a la construcción de una sociedad más humana.
P. Carlos Miguel Silva Canessa, SJ