Iniciamos el tiempo de adviento; tiempo de irnos preparando para recrear en nuestras vidas la experiencia de Dios que viene a quedarse con nosotros, un tiempo que nos invita a pensar nuestras vidas y las formas de darnos a ella. Tiempo para adentrarnos en la experiencia de un Dios que contempla el mundo y dirige su mirada sobre cada uno de nosotros, “porque Dios ha puesto sus ojos en mi, su humilde esclava” (Lc. 1, 48). No se fija en las apariencias ni en las imágenes, Dios mira el corazón de la persona, “no se trata de lo que el hombre ve; pues el hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1Sam. 16, 7). Tiempo oportuno para reconocer las apariencias en las cuales vivimos inmersos.
En estos días las imágenes han tomado el lugar de la palabra, nos rodean, nos saturan a tal punto que distorsionan nuestra realidad, y nos presentan realidades virtuales que terminan ocultando a la persona. Constantemente se apela a los sentidos externos, tratando de evitar la búsqueda de la imagen verdadera, la que nos devuelva a la persona en su integridad. En un mundo de imágenes, de belleza y color, de sensaciones y perfumes agradables, las imágenes auténticas parecen desvanecerse entre tantas luces de neón. Incluso nuestras miserias parecen encontrar un lugar con el conjunto de imágenes que se suceden unas tras otras. Desastres naturales, derrames de petróleos, guerras, niños que mueren de hambre, bosques y glaciares desapareciendo, encuentran un lugar lúgubre que ayuda a resaltar la armonía artificial de las imágenes que nos presentan.
Y, nosotros, seguimos buscándonos en medio de tantas imágenes. Sin embargo, nos cuesta vernos en espejos que nos devuelven nuestro propio reflejo. No termina de gustarnos y preferimos espejos distorsionados, que engalanen nuestra alicaída realidad. Ha llegado el momento de recobrarnos a nosotros mismos, de recobrar nuestra propia vida, nuestra propia historia. Ha llegado el momento de recobrar nuestra persona en aquello que tiene de auténtico, de imagen verdadera, para recobrar nuestra realidad. Ha llegado el momento de sentir de una manera diferente nuestro mundo complejo, de integrar las diferentes dimensiones que lo configuran. Ha llegado el momento de atravesar la apariencia de las imágenes y captar los profundos cambios que experimenta la realidad; ha llegado el momento de reconocer aquello que habita las profundidades de toda realidad en las que el hombre está inmerso. Que este tiempo de adviento sea tiempo de preparación, de espera, de escucha atenta a lo que somos para poder acoger la vida que hay en nosotros. Feliz navidad.
César Torres Acuña