Editorial Edición Nº 23

Hay quienes señalan que la democracia no es necesariamente el mejor de los modelos políticos a seguir. La inventaron los griegos y a ellos no siempre les funcionó. En su versión más moderna está vinculada con la cultura occidental y no podemos decir que siempre funcione de la mejor manera. Sin embargo, estamos convencidos de que es el mejor sistema al que hemos llegado. No es perfecto y tiene muchos vacíos y posibilidades de transgresión, pero es a la conclusión más saludable a la que hemos llegado como sociedad. Y en el Perú su historia ha estado marcada por espacios cortos de tiempo. Si partimos del Fujimorato como la última etapa en la que no se respetaron los procedimientos democráticos en nuestro país, estamos hablando de apenas 13 años de ejercicio democrático en el que los distintos poderes políticos tratan de vivir en equilibrio y respetando las reglas de juego establecidas. Nuestra democracia va dando pasos de bebé, no siempre con seguridad, para poder ir avanzando. No podemos cerrar los ojos frente a la realidad de espacios de corrupción en las instituciones políticas del país. Pero tampoco podemos negar el esfuerzo de unos y otros por generar espacios de diálogo, donde la acción política sea el ejercicio de hombres y mujeres que creen que la democracia no es una utopía y que hay que irla construyendo con nuestras acciones y nuestros gestos en el día a día.

La democracia peruana está entonces en construcción, en camino, en proceso. No es algo logrado. Y la realidad de nuestro país nos muestra que esta democracia tiene que irse viviendo desde la diversidad que caracteriza al Perú. Si hay un rasgo importante en nuestra sociedad es que somos diversos. No somos una cultura homogénea. Ser peruano es ser blanco, ser negro, ser cholo, ser indio, ser mestizo, es hablar cantando, es hablar con dejo, es pronunciar la rr de una determinada manera, es hablar quechua, aymara o awajun. En el Perú somos diversos, como nuestra geografía, como nuestra comida, como nuestra fauna. Somos distintos, y eso que sería visto como una ventaja por muchos en nuestro caso es algo que juega en nuestra contra. No solo somos diversos, sino que no nos aceptamos los unos a los otros. Muchos preferiríamos que esa diversidad quede tan clara que no haya posibilidad de mezclarnos. Que el cholo, el blanco, el indio, el negro se queden donde están. Pero así no se construye nación, así no se construye una sociedad justa, así no se construye una verdadera democracia, donde todos, unos y otros, los de arriba y los de abajo, los de un color u otro, los de más plata o menos, los que creen o no, los que piensan distinto, todos puedan tener una voz, donde todos hagan escuchar su voz, donde todos puedan sentirse reconocidos. Si no somos conscientes de lo diferente que es el otro, no podremos hacerlo. El otro no tiene que ser una amenaza para mí, sino la posibilidad de reconocerme a mí mismo y de realizarme como persona.

P. Víctor Hugo Miranda, SJ

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