Editorial Edición Nº 42

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Estamos invadidos por la violencia, feminicidios, asaltos, corrupción. Ante esto, nos escandalizamos y sufrimos la muerte de Eyvi. Pero, ¿realmente tomamos medidas que eviten estas situaciones? Lo que surgen son noticias sensacionalistas, propuestas de medidas como la castración química, comisiones investigadoras del Congreso que se avalanchan sobre algunos y protegen a otros, idas y venidas en el poder judicial; todas ellas con normas “sancionadoras y castigadoras”. Sin embargo, no vamos a la raíz del problema: ofrecer una buena educación. ¿Es tan difícil educar bien?, es decir, formar personas con valores y capacidad crítica, que vivan en constante búsqueda de lo que es bueno para todos; y no sólo transferir una suma de conocimientos que muchas veces no son entendidos por los alumnos y, lo que es peor, ni siquiera por algunos docentes.

Observamos que el Estado no cuenta con una política educativa clara, programática y adecuada a la realidad del país, sino que hay múltiples normativas y propuestas, muchas de ellas desarticuladas, sujetas a la veleta del gobierno de turno, con evidente discontinuidad. Es verdad que existen algunas instituciones privadas y públicas que ofrecen educación de calidad, pero solo para un pequeño porcentaje de la población. La gran mayoría de nuestros estudiantes terminan la secundaria, si la terminan, siendo analfabetos funcionales. Según datos del MINEDU, en 2º de secundaria solo el 15.8% de los alumnos de zonas urbanas, y 2% de las áreas rurales, alcanzan niveles satisfactorios de comprensión lectora; y en formación ciudadana solo el 16.4% del área urbana y el 4.3% de la rural. No entienden lo que leen y no pueden escribir lo que quieren. ¡Esto es una injusticia!, les estamos negando las oportunidades a las que todo peruano tiene derecho. Esta es una forma de violencia. Jóvenes, que no llegan a los 20 años, perciben que han perdido quince años de su vida, y van desarrollando impotencia. Algunos de los que terminan la secundaria, con suerte, lograrán realizar estudios superiores, si podemos llamar así a la formación que ofrecen cuantiosas instituciones cuya calidad deja mucho que desear. Al concluir estos, un porcentaje elevado conseguirá un puesto de trabajo que no estará relacionado con su carrera, generando mayor frustración.

Si bien resaltan la violencia y la corrupción como los grandes problemas nacionales, existen también otros no menos preocupantes, como la pobreza, exclusión, informalidad, falta de institucionalidad, autoridades sin capacidad de gestión, etc. Cambiar esta realidad exige contar con una buena educación, lo que es tarea de todos. Primero, es obligación del Estado ofrecer una política que permita una educación de calidad conjuntamente con el compromiso de asignar recursos económicos y recursos humanos cualificados. Segundo, los docentes deben comprometerse con su vocación de maestros con una formación permanente y una actitud de servicio y dedicación a sus alumnos. Tercero, los padres de familia, y la sociedad civil en general, están llamados a vigilar y exigir al Estado y a los maestros que cumplan todo lo anterior.

El reto es grande y complejo, pero posible si se cuenta con la voluntad de querer transformar la educación del país. Los alumnos no pueden ser simples consumidores de los deseos creados por la sociedad del descarte, creyendo que su felicidad depende de estos. La misión del profesor es que los niños comprendan y sepan,
por decisión propia, lo que es bueno o no. Los padres de familia deben estar comprometidos con la educación de sus hijos a través del ejemplo. Finalmente, la comunidad educativa debe tomar conciencia que nuestro saber ha sido aprendido a través de la experiencia acumulada de la sociedad, más aún considerando la riqueza multicultural del Perú, y que es tarea de todos enriquecerla y compartirla.

P. Carlos Miguel Silva Canessa, SJ

Invierno 2018

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