Lo que denominamos apostolado intelectual es central en la misión de la Compañía hoy, como lo ha sido desde sus inicios. La complejidad de los problemas del mundo hace siempre urgente y central la reflexión intelectual para poder realizar un servicio calificado a la humanidad desde la misión de la Iglesia. La Compañía de Jesús nace asociando la profundidad espiritual, la cercanía a los pobres y la comprensión intelectual de los procesos humanos. Hoy confirma ese modo de proceder que lleva a profundizar el compromiso con el apostolado intelectual.
El Santo Padre Francisco, en la visita que hizo a la Congregación General 36ª, en octubre pasado, confirmó a la Compañía esta dimensión de su identidad. Nos invitó a seguir trabajando desde la profundidad espiritual con profundidad intelectual y visión de los procesos en marcha en las personas y en las relaciones entre ellas y con la naturaleza. No se trata –nos dijo- de ocupar espacios, sino de generar y acompañar procesos de crecimiento y transformación según corresponda a cada circunstancia, según personas, tiempos y lugares, como le gustaba decir a Ignacio de Loyola. No es posible una visión profunda de procesos complejos sin análisis y reflexión. El discernimiento que lleva a escoger las acciones a realizar necesita de esa profundidad intelectual.
Esta característica de la identidad de la Compañía de Jesús, desde su misma fundación, ha sido subrayada fuertemente desde la Congregación General 34ª. Al describir los trazos de lo que es un jesuita, y la misma Compañía de Jesús, deja claro cómo el apostolado intelectual es una dimensión del conjunto de la misión: debe ser parte de todo lo que hacemos, como desarrolló el P. Kolvenbach en diversas ocasiones[1]. La Congregación General 34 reafirma la distintiva importancia de la calidad intelectual de cada trabajo promovido por la Compañía, que así contribuye a descubrir el creativo trabajo de Dios[2]. Las siguientes congregaciones generales resueltamente insisten en la labor intelectual como característica de nuestro modo de proceder y compromiso con una evangelización integral.
Por consiguiente, la dimensión intelectual debe estar presente en toda acción apostólica emprendida por la Compañía de Jesús como cuerpo, en cada una de sus obras apostólicas y en la actividad personal de cada jesuita. La labor intelectual requiere esfuerzo y dedicación. Requiere sensibilidad a las situaciones de las personas y los pueblos. Necesita mirar más allá de sus muros para acompañar los procesos complejos de la historia humana.
Para el jesuita, y las instituciones animadas por la Compañía de Jesús, no basta alcanzar la profundidad intelectual. El verdadero desafío es que sea apostolado, es decir, un modo de anunciar más efectivamente la Buena Noticia del Evangelio, de aprender a captar la presencia de Dios en el mundo y la acción de su Espíritu en la historia, para sumarse a ella y contribuir a la liberación humana. La labor intelectual es apostolado:
a. Cuando se realiza en el mundo, es decir, cuando encuentra su sentido fuera de sí misma, no encerrada en sus intereses sino en función de las personas, de los temas y problemas de la humanidad, por consiguiente, también de la Iglesia.
El apóstol escucha y atiende, contempla, la situación del mundo. Sigue el modelo de la meditación de la encarnación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: la Santísima Trinidad escucha y siente la situación del mundo, de tantas y tan diversas gentes, entiende de qué se trata y toma la decisión de hacerse parte para abrir el camino a la liberación.
b. Cuando tiene una orientación evangélica porque le duele lo que sucede a los seres humanas y a la creación. La labor intelectual es apostolado porque se orienta clara y explícitamente a la construcción de un mundo más cercano a las características del Reino de Dios: la justicia, la paz y el amor, vínculo fundamental entre los seres humanos y con Dios.
c. Cuando se es consciente de la necesidad de hacerlo en colaboración con otros. Cuando sabe que la profundidad intelectual requiere la escucha, el diálogo, salir al encuentro. El trabajo intelectual es apostolado cuando se realiza a la intemperie, no encerrado en un gabinete ni seguro de sus propias certezas. Cuando es capaz de dialogar con otras disciplinas, enriquecerse de otras perspectivas y diversas visiones del mundo, la ciencia y la cultura. No se encierra en su propia verdad.
Sigue la dinámica de la encarnación, que sigue a la contemplación del mundo. En Nazareth se produce el encuentro entre la voluntad liberadora de la Trinidad y la humanidad. La fe de María hace posible el nacimiento de Jesús quien crece en familia con José, se abre a la realidad de su pueblo empobrecido y colonizado, escucha la palabra profética de Juan Bautista y llama a sus discípulos a colaborar en la obra liberadora a la que ha sido enviado.
d. La labor intelectual en la Compañía es apostolado cuando se vive como misión recibida, como envío. Por tanto, se realiza como servicio. No busca el reconocimiento ni la gloria de las personas o las instituciones. Es un esfuerzo intelectual realizado por apóstoles, es decir, por personas, jesuitas y otros, hombres y mujeres, que lo viven como misión. La frecuente aridez de este trabajo, o el eventual reconocimiento, se vive como respuesta generosa a la llamada recibida de ponerse el servicio de la liberación del mundo.
En síntesis, la labor intelectual es apostolado si mantiene vivo el vínculo entre la reflexión profunda, la preocupación por la vida de las personas y la construcción de un mundo más humano y cristiano. Nuestra labor intelectual es apostolado si se hace con profundidad, apertura al mundo y orientada a la justicia social y la reconciliación entre las personas y con la creación. Siempre en diálogo con otros, creyentes y no creyentes. Aceptando con alegría la riqueza de la diversidad cultural. Se hace responsable de lo que propone. Sabe siempre que se debe a una comunidad de personas en una sociedad y a una comunidad de investigadores y pensadores. Se hace mirando a las personas en un espacio concreto, pero mira también al mundo: es universal y local. Por eso es intercultural: inculturada, dialogal y universal.
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[1] Por ejemplo: The intellectual dimension of jesuit ministries, Krakow, Poland, 2002.
[2] CG 34 D. 16
Invierno 2017
Arturo Sosa, SJ
Superior General de la Compañía de Jesús. Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Andrés Bello y Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Central de Venezuela.