Existe un notable y positivo cambio en las relaciones de los dos países que durante muchas décadas tuvo un carácter negativo provocado por la Guerra del Pacífico (1879-1883) y la posición chilena de maximizar sus fronteras quedándose con Arica. Hoy, a comienzos del siglo XXI, a pesar que ese infausto evento abrió una herida en el Perú y generó un triunfalismo en Chile, prevalece la diplomacia y las actitudes racionales. El patrón antiguo, basado en la desconfianza y la preparación militar, a juzgar por lo sucedido antes, durante y luego del fallo de la Corte Internacional de La Haya, demuestra que está siendo superado. ¿Cómo explicamos este resultado?
Nos parece que la razón principal pero no única de este cambio es la existencia de una mayor y mejor interconexión binacional. Esta interconexión es mayormente económica y se expresa en la mayor movilidad de fuerza de trabajo, mercancías y capitales entre ambos países. Todo ello hace que aumente el peso político de los grandes empresarios a ambos lados de la frontera sur, a quienes les urge la moderación y la diplomacia para mantener inalterados los flujos de mercancías y capitales de los que dependen sus oportunidades económicas.
A partir de la apertura irrestricta del Perú al mercado mundial de 1990, se inicia una gran ola de inversiones chilenas que los convierte en una de las principales fuentes de capital; sigue luego un comercio más intenso y aumentan los flujos migratorios, temporales y permanentes. En ese proceso, empresas de aviación como LAN y grandes tiendas comerciales como Saga Falabella y Ripley, simbolizan la nueva realidad interdependiente.
En paralelo, surgen las alianzas estratégicas de grupos peruanos (Romero principalmente) y varios grupos chilenos en bancos y puertos. Luego de la recuperación económica del Perú (más lenta y tardía que la de Chile), también ocurren inversiones peruanas en Chile, destacando la compra de la cementera Melón, la más grande del vecino país, por el grupo Brescia o las minas de Hotschild. Este mayor intercambio de mercancías y capitales, inédito entre los dos países, ha dado lugar a la formación de un gremio empresarial chileno-peruano muy activo en promover la integración.
A ello se añade el hecho de que el impulso económico chileno lo frena su limitada dotación de recursos energéticos, y sus malas relaciones con Bolivia (país con abundante gas, que se niega a venderlo a Chile a quien reclama acceso al mar). Por lo tanto, Chile y sus más grandes grupos de poder económico ven al Perú como un vecino que puede dotarlo de ese vital recurso y al cual no le conviene enfrentar. Los grandes proyectos mineros chilenos, que duplican en volumen de inversión a los peruanos, están detenidos por falta de energía. Por lo tanto, de nada le sirve a Chile, como propusiera uno de sus políticos conservadores (que consideraba que Chile no era un país andino, que debía conectarse con el mundo y “olvidarse del vecindario”), ignorar el peso de factores como la proximidad de los mercados y de las fuentes energéticas.
Otros factores que apoyan la moderación son de tipo social, algunos vinculados a lo económico y otros a lo académico. Destaca la masiva presencia de turistas chilenos en el Perú y la ola migratoria de trabajadores y trabajadoras peruanas en Chile. Son flujos de distinto orden, pero refuerzan la interconexión. Asimismo, también conviene considerar el rol silencioso, pero efectivo, de las redes entre académicos de ambos países que se iniciaron durante la dictadura de Pinochet (1973-1989), cuando exilados chilenos se instalaron en el Perú y se relacionaron amicalmente con sus pares peruanos, relaciones que se han extendido y profundizado cuando ambos países vuelven a la democracia (primero el Perú en 1980, hecho que acerca a muchos exilados deseosos de estar lo más cerca posible a Chile; luego Chile en 1989), idea que volveremos a mencionar más adelante.
Esta mayor interconexión económica, social y científica, a pesar de las asimetrías económicas (la mayor inversión chilena en el Perú) y militares (la abrumadora superioridad militar chilena), que alimentaron las viejas percepciones, han tendido a marcar más las relaciones binacionales y romper el patrón establecido durante la Guerra del Pacifico, haciéndose evidentes en los últimos años al primar la moderación sobre las posturas nacionalistas. De allí que, más allá del maximalismo y la arrogancia fronteriza chilena, del irredentismo o revanchismo peruano, del continuo intento chileno por mantener una ventaja militar, y de la respuesta por nivelarse; más allá del minado chileno de la pequeña frontera que nos separa en Tacna, el “triángulo seco” entre el hito 1 y la playa, que es parte del problema; el dato clave de la realidad es que ambos países se han moderado al estar más compenetrados.
Esta compenetración es clave en el caso de los poderes fácticos: los grandes empresarios. Son ellos y su ejército de consultores y emisores de opinión, también sus gremios, los que han logrado poner paños fríos a militares y políticos nacionalistas a ambos lados de la disputada frontera. Han sido entonces los intereses económicos principalmente quienes han impulsado una solución diplomática para que no se alterara el “clima de inversión”.
Esta interpretación realista emana no solo de los datos económicos, cuyas cifras no viene al caso mencionar. Surge también de discusiones enteradas en los círculos intelectuales peruanos y sus pares chilenos, que también han sido un factor moderador. Los temores de una confrontación han hecho que las comunidades epistémicas decidieran tomar un rol activo de modo que prevalezca la diplomacia y la “acción racional”. Tuve oportunidad, como parte de estos intercambios, de dictar una conferencia en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile en noviembre del 2012 y pude percibir un clima positivo de intercambio de ideas y una actitud favorable a la resolución pacífica de las diferencias.
El hecho que tanto el arbitraje como el propio resultado de La Haya fueran aceptados por ambos países (a pesar de la renuencia inicial chilena, que “se sorprendió” inexplicablemente ante la demanda peruana de justicia); indica que varias y poderosas fuerzas han contenido o aislado a las actitudes beligerantes, contribuyendo a que las clases dirigentes, los medios de comunicación y los Estados consideraran que el mejor camino, pese a quién pese, era el diplomático.
Queda por ver si esta tendencia se va a mantener en el futuro para terminar de resolver las diferencias y acordar mejores formas de tránsito marítimo.
Francisco Durand
Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú - PUCP