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Edición Nº 20

El Concilio Vaticano II y el Perú
27 de julio, 2012

El Concilio Vaticano II fue fruto de una honda inquietud en la misma Iglesia. Esta inquietud surgió de un deseo de acercar la Iglesia más al pueblo creyente pero también a los no católicos que compartían algunos de los mismos ideales, sobre todo en el plano de la justicia social y la solidaridad humana.

En primer lugar, en los años de la pos-Guerra surgió una nueva sensibilidad social que se manifestaba en muchas formas. En Francia y luego en España muchos sacerdotes se integraron al movimiento de sacerdotes obreros. En París el abate Pierre, ex soldado, fundó una “ciudad de papel” para los pobres. En el Perú Mons. José Dammert alabó los esfuerzos del abate Pierre e hizo un llamado para hacer algo parecido con respecto a las barriadas, en ese entonces un fenómeno relativamente nuevo. En 1959 el mismo abate Pierre llegó al Perú y visitó las barriadas. A raíz de su visita se fundó los “Traperos de Emaús” con el fin de ayudar a los marginados. Asimismo, el padre Iluminato fundó la Ciudad de los Niños para huérfanos. En la misma época los Padres de Maryknoll fundaron cooperativas de crédito en Lima y en el Altiplano.

Esta inquietud inspiró la primera carta pastoral (1958) de los Obispos sobre la cuestión social. En ella los Obispos hicieron un llamado a favor del salario justo y elogiaron la creación de las cooperativas de créditos. Un año después, en 1959, se realizó la Primera Semana Social en Lima. Durante la Semana se discutía la necesidad de una reforma agraria y otros temas cadentes. Entre 1956 y 1963 el Arzobispo Jurgens, de Cusco, llevó a cabo una reforma agraria de tierras pertenecientes a la misma Iglesia.

En 1959 el papa Juan XXIII (1958-1963) anunció su intención de convocar un Concilio Ecuménico. Finalmente, en octubre de 1962 se inauguró el Concilio. De los casi 2,500 Obispos que asistieron, 600 eran latinoamericanos. El propio Cardenal Landázuri integró la Comisión Conciliar de Religiosos. José Dammert, quien había sido obispo auxiliar de Lima y en el momento del Concilio era el Obispo de Cajamarca, tuvo varias intervenciones. Un tercer miembro de la delegación peruana fue Alcides Mendoza, Obispo de Huancavelica y posteriormente Arzobispo del Cusco.

El Concilio fue fruto en buena medida de Cardenales, Obispos y teólogos europeos.  Entre jesuitas que destacaron cabe mencionar al cardenal Agustín Bea, quien personificó el movimiento en favor de la unión con los no católicos; y los teólogos Karl Rahner, Henri DeLubac y Jean Danielou.

Para los latinoamericanos el concilio representó una transición importante hacia una nueva Iglesia latinoamericana. Si bien algunos de los temas no parecían tan pertinentes, tales como el diálogo con los protestantes (en esa época no había tantos como ahora), había otros temas que eran más relevantes. Por ejemplo, dada la escasez de sacerdotes el cardenal Landázuri propuso restaurar el diaconado casado. La propuesta fue aprobada y en los años posteriores al Concilio se ordenaron varios diáconos casados en el Perú.

El problema de América Latina consistía más bien en cómo liberar a los pobres de situaciones de miseria y de marginación.

Pero el concepto más importante, que tiene sus raíces en el Concilio, fue la Teología de la Liberación. En el Concilio el tema clave fue “diálogo”. Pero, como el padre Gustavo Gutiérrez ha notado, ¿qué sentido tiene el diálogo en un continente dividido entre ricos y pobres? El problema de América Latina consistía más bien en cómo liberar a los pobres de situaciones de miseria y de marginación. Solo entonces se podría hablar de “diálogo”. De otro lado, el concepto de una Iglesia inculturada tiene su semilla en el Concilio. El Obispo Samuel Ruiz de Chiapas volvió del Concilio entusiasmado con la idea de fomentar la participación de los laicos en la Iglesia. En su caso concreto esto significó formar a catequistas mayas. Los padres de Maryknoll y los de los Sagrados Corazones que trabajaban en el surandino hicieron lo mismo. La fundación del IPA (Instituto Pastoral Andino) se fundó con la idea de formar a catequistas de toda la zona del altiplano.

Apenas terminó el Concilio la Iglesia peruana se dedicó a la tarea de difundir su mensaje. En una semana pastoral, organizada en 1963 por el Obispo Dammert, el padre Jorge Alvarez Calderón y el canónigo Fernando Boulard, con la asistencia de unos 200 sacerdotes de 20 diócesis distintas, se presentaron los grandes temas del Concilio. En otra Semana Pastoral, en 1964, el tema principal fue la reforma litúrgica; y, en 1965, el Instituto Pastoral Latinoamericano de CELAM organizó una serie de encuentros para sacerdotes y religiosos y religiosas en Arequipa y Cajamarca.

En 1967 se organizó en Lima la Misión Conciliar. Bajo la dirección del dominico Vicente Guerrero se puso en marcha una campaña para difundir el mensaje del Concilio a los laicos. Durante la campaña unos 119 sacerdotes españoles llegaron para colaborar con 250 sacerdotes que trabajaban en la Arquidiócesis. Muchas religiosas también colaboraron en la campaña.

Más allá de estos encuentros y campañas de difusión, se crearon nuevos programas pastorales cuya finalidad fue forjar una Iglesia más dinámica con una participación real de los laicos. Por eso, además de la labor de formar catequistas adultos, también se crearon concejos de laicos en las parroquias y se les invitó a participar más activamente en la misma liturgia, como lectores, ministros de la Eucaristía y cantores. También, se organizaron cursos bíblicos. Un ejemplo importante fueron las jornadas teológicas que la Pontificia Universidad Católica organizaba cada año. En los veranos centenares de laicos de todo el Perú y de países vecinos se dedicaron a estudiar los grandes temas bíblicos y aplicarlos a la realidad social latinoamericana.

Algunas regiones destacaron por su asimilación del espíritu del Concilio. En la diócesis de Cajamarca, bajo el obispo Dammert; las diócesis y prelaturas del surandino; en la región amazónica y en los pueblos jóvenes de Lima nació una nueva Iglesia socialmente comprometida. En las parroquias de los pueblos jóvenes se podía palpar la existencia de una Iglesia “entusiasta”: liturgias bien participadas, cursillos bíblicos bien atendidos, servicios educativos para todos, adultos y jóvenes, y con frecuencia, atención médica gratuita, etc. La antigua parroquia clerical en que el padre mandaba y los fieles escuchaban dejó de existir. Ahora, después del Concilio, las parroquias se convirtieron en comunidades de fe, de amor. Y esto fue el fruto principal del Concilio.


Jeffrey Klaiber, SJ

Historiador. Docente de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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