Reflexionar sobre el papa Francisco y la sinodalidad creo que es una tarea muy precoz. Deberán pasar años para poder medir el impacto que dejó Francisco con esta propuesta de reforma eclesial a todos los niveles: personal, pastoral, administrativo, institucional, etc. Como el mismo papa Francisco señaló, la sinodalidad es el camino de la Iglesia del tercer milenio. En un mundo lacerado por las polarizaciones, los intereses subalternos y el egoísmo hecho indiferencia pura, una propuesta de diálogo que conduzca a la vivencia de una cultura del encuentro es una postura profética fiel al espíritu del evangelio de Jesús.

"La Iglesia sinodal es la Iglesia que discierne todas las voces para que, una vez escuchándonos, podamos juntos escuchar la voz del Espíritu que habla en cada acontecimiento."
El camino sinodal nos va demostrando que, para volver a las fuentes, hay que estar dispuestos a escuchar las fuentes de nuestro propio ser, personal y social. Nos recordaba Francisco que «una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha», es decir, la escucha ya es una realidad de evangelización. Escuchándonos ya estamos haciendo presente el reinado de Dios. Escuchándonos estamos evangelizando y siendo evangelizados. Jesús, en su escucha atenta a las necesidades y realidades humanas, escuchaba la voz de Dios y encontraba los criterios para actuar[1]. Sin la capacidad de escucha, no hay posibilidad de entender las preguntas de hoy y corremos el riesgo de dar respuestas que, en vez de sanar, dañen más a nuestros interlocutores. Por eso, comunicarse desde el corazón, desde la sinceridad de la vida, por dura que sea, es el camino de la sincera conversión; de allí las palabras del papa Bergoglio: «la conversación nos lleva a la conversión». Y este es el proceso que el papa ha querido reimpulsar: una conversión del corazón para una renovación pastoral y una reforma estructural. Todo cambio, para que sea eficaz y duradero, debe nacer de la escucha de la voluntad de Dios que quiere que el ser humano viva, que su máxima creación se desarrolle plenamente cuidando, respetando y promoviendo su entorno natural y social. Los muchos condicionamientos humanos a los que nos estamos sometiendo y que hacen cada vez menos humana la vida nos urgen a caminar hacia las vías del encuentro, del reconocimiento, de la tolerancia que promueve la dignidad de todos. Esta urgencia para el mundo es un llamado para la Iglesia que brota del mismo Dios, cuando escucha, mira y siente el sufrimiento de su pueblo[2].
Por ello, para Francisco, la sinodalidad no es una reforma más o una actualización pastoral pragmática, «el propósito del sínodo no es producir documentos, sino plantar sueños, suscitar profecías y visiones, permitir que florezca la esperanza, inspirar confianza, vendar heridas, tejer relaciones, despertar un amanecer de esperanza, aprender unos de otros y crear un ingenio brillante que ilumine las mentes, caliente los corazones, dé fuerza a nuestras manos»[3]. Hablamos entonces de una profunda renovación existencial, pues, en su modo de ser y hacer, la Iglesia se juega el modo en que el Dios de Jesús es transmitido a toda la humanidad. De allí la metodología propia del camino sinodal que es el discernimiento. Escuchar para discernir y discernir para decidir. No podemos renunciar a la escucha bajo el temor de no saber discernir entre lo que viene de Dios y no. Cada criatura, tocada por Dios a través del Espíritu, tiene la potestad de manifestar el deseo de Dios. La Iglesia sinodal es la Iglesia que discierne todas las voces para que, una vez escuchándonos, podamos juntos escuchar la voz del Espíritu que habla en cada acontecimiento, tanto los que ayudan a crecer como los que amenazan la creación. El discernimiento se convierte en el modo en que la conciencia se confirma como el espacio más íntimo de Dios en el ser humano (Concilio Vaticano II). Los grandes retos a los que nos enfrentamos: las guerras comerciales vestidas de armas, la inteligencia artificial que entra como un entretenimiento más, entre muchos otros, nos demuestran que las leyes y las normas establecidas, aun siendo universales, son obsoletas frente al hambre del humano por dominar lo humano. El discernimiento nos abre, desde la conciencia personal y comunitaria, a un horizonte mucho más amplio y profundo. La sinodalidad es ese puente que une realidad con esperanzas porque nos confirma que no podemos vivir ni estar solos —aunque por momentos sea sanador y necesario—, sino que vivimos interconectados y que ignorar al otro es ignorar la realidad. Así, Francisco es un profeta que prepara a la Iglesia para enfrentar un mundo desde la reconciliación y la proximidad; de otra manera, el prójimo se transforma en enemigo y la conversación en polarizante discusión.
"La sinodalidad es ese puente que une realidad con esperanzas porque nos confirma que no podemos vivir ni estar solos, sino que vivimos interconectados y que ignorar al otro es ignorar la realidad."

Según el Documento Final aprobado por el papa Francisco como magisterio ordinario:
"en términos simples y sintéticos, se puede decir que la sinodalidad es un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer la Iglesia más participativa y misionera; es decir, para hacerla más capaz de caminar con cada hombre y cada mujer, irradiando la luz de Cristo."[4]
Más adelante señala que:
"la sinodalidad define el modo de vivir y operar que califica a la Iglesia e indica al mismo tiempo una práctica esencial en el cumplimiento de su misión: discernir, alcanzar el consenso, decidir mediante el ejercicio de las diferentes estructuras e instituciones de la sinodalidad."[5]
Entendido el camino sinodal como un proceso, se puede concretar este horizonte con la metodología de la «conversación en el Espíritu», una metodología que se utilizó en las dos sesiones de la XVI Asamblea Ordinaria del Sínodo de Obispos en octubre de 2023 y octubre de 2024. Ya el mismo papa Francisco había hecho uso de este «método» en el Sínodo sobre los jóvenes en 2018, cuando pidió que después de cada cuatro intervenciones de los participantes se guardara tres minutos de silencio. Con el desarrollo del camino sinodal, la metodología también evolucionó. Su aplicación es un modo de comprobar cómo el Espíritu puede obrar en las personas. Se puede empezar a conversar desde posiciones contrarias, pero, haciendo espacio al silencio, se camina hacia un consenso que permite a los participantes poder escuchar y hacerse escuchar, pasando así de las ideas a los afectos. Esta metodología ha regido las asambleas sinodales parroquiales, diocesanas y episcopales de varias partes del mundo, preparándose la Iglesia toda para la gran Asamblea Eclesial Sinodal de 2028 en Roma.

Francisco ha mirado alto y lejos. Una Iglesia sinodal y misionera es el modo en que el evangelio de Jesús puede hablarles a todos sin miedo porque empieza con la escucha, la acogida, el servicio generoso y gratuito como máxima expresión de amor. Reconociéndonos como una comunidad de personas, relaciones, procesos y vínculos —los títulos de cada una de las partes del Documento Final— podemos descubrir al dios que actúa en la vida y en la historia, en cada contexto y acontecimiento, todo lo que permite el amor radical de Jesús hecho misión para la sanación de tantas heridas que siguen abiertas y para la salvación integral del mundo: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»[6].
Primavera 2025
[1] Marcos 7:29.
[2] Éxodo 2: 24.
[3] Documento preparatorio para el Sínodo sobre la Sinodalidad, octubre 2021.
[4] Parte I - El corazón de la sinodalidad. (2024). En Documento Final, párr. 28.
[5] Parte III - «Echar la red». (2024). En Documento Final, párr. 87.
[6] 1 Juan 4:16.

Asesor de Sinodalidad en la Arquidiócesis de Lima.
Administrador de la Parroquia San Pedro, Santuario Arquidiocesano del Corazón de Jesús.
Cuando el Papa habla a los periodistas: Paola Ugaz frente al mensaje de León XIV
León XIV y la cultura del cuidado. Un legado de cuidado, la herencia de Francisco