Referirse al espacio europeo no solo es hablar de la construcción en materia de integración más exitosa que impera en el mundo, sino también de una zona de paz, la cual permitió que dicho continente deje de ser escenario de conflictos bélicos recurrentes, tal y como sucedió hasta 1945. Haber recibido el Premio Nobel de la Paz el 2012 es un reconocimiento a este trabajo.
Sin embargo, hace varios años el proyecto europeo viene siendo cuestionado. El euroescepticismo tiene cada vez más adeptos, y la pregunta es por qué. Un aspecto central para comprender la desazón de la población respecto a la Unión Europea es la última crisis económica iniciada el año 2008. Responsabilizar al euro puede tener algún sustento, pero esto no debe hacernos olvidar los beneficios generados a lo largo del tiempo producto de una mayor interdependencia entre sus miembros. De ahí que el problema no parezca ser la integración por si misma, sino más bien, lo que falta construir al respecto. La situación generada en Grecia, Chipre, España y Portugal demostró que la unión monetaria resulta insuficiente, y que los avances económicos registrados requieren un mayor nivel de integración política y económica, en áreas tan sensibles como la fiscal y la bancaria. La Unión Europea se ha planteado estas metas, pero en una coyuntura económica tan difícil como la actual, y con un alto nivel de desconfianza de la población, pedir más integración es imposible.
A esto habría que sumarle los problemas que plantea el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, al solicitarle a la Unión Europea una serie de cambios que haga de la relación de la isla con Europa una más flexible (de lo que ya es), manteniendo como medida de presión un referéndum sobre su permanencia en el bloque europeo, previsto para el 2017. Al igual que lo sucedido con la consulta escocesa, esta es una jugada muy arriesgada, no solo para la integración europea, sino también para los intereses británicos en la región a la que pertenece. Sin embargo, el ascenso de sectores de ultra derecha en la escena política británica (principalmente el UKIP[1]), está obligando a Cameron a tomar decisiones que favorecen su supervivencia política pero que podrían debilitar más a Europa.
Si bien no puede negarse que las decisiones más difíciles deben pasar por el filtro alemán, no por algo es la economía más grande de la eurozona, los anticuerpos que ha generado este liderazgo a partir del predominio de la austeridad en un marco de crisis resultan muy importantes para vislumbrar el futuro de la UE.
Justamente, el tema del ascenso de los radicalismos también es un aspecto a considerar para comprender la realidad europea en la actualidad. Así como Syriza en Grecia se plantó, mientras pudo hacerlo, ante las exigencias no solo europeas sino también del Fondo Monetario Internacional (FMI), algo que también podría suceder con Podemos en España; en el otro extremo, el ala más radical de la derecha europea tiene cada vez más partidarios, como viene sucediendo no solo en el Reino Unido, sino también en Francia (Frente Nacional), Finlandia (Auténticos Finlandeses), Italia (Liga Norte), Grecia (Aurora dorada), para señalar solo algunos. Si bien en Alemania, más aun considerando su pasado, estos sectores no tienen una participación política tan organizada, sí llevan a cabo marchas que cada vez congregan a más gente. La fractura que vive la política en Europa, con una mayor presencia de los extremos y, por ende, el auge del euroescepticismo, hacen difícil hablar en términos paneuropeos.
Otro punto que también debe resaltarse para seguir hablando de crisis en la Unión Europea es la debilidad existente en materia de liderazgo. El eje Paris–Berlín (Londres dejó hace mucho de serlo), predominante en la escena europea, se encuentra siendo seriamente cuestionado. Por un lado, Francia no solo tiene grandes problemas económicos, sino también cuenta con un gobierno desprestigiado con tasas de aprobación bastante reducidas. En este contexto, el país galo parece haber dejado en manos de los alemanes el timón europeo; no resulta casualidad que, no obstante el gobierno francés ha sido crítico de la austeridad promovida desde Alemania principalmente, no ha podido plantear una alternativa, sucumbiendo internamente ante la misma.
Por otro lado, si bien no puede negarse que las decisiones más difíciles deben pasar por el filtro alemán, no por algo es la economía más grande de la eurozona, los anticuerpos que ha generado este liderazgo a partir del predominio de la austeridad en un marco de crisis resultan muy importantes para vislumbrar el futuro de la UE. Teniendo en cuenta que el gobierno de Merkel debe asumir, al mismo tiempo, su rol como motor de la integración europea, pero también hacer frente a las demandas euroescépticas internas, las mismas que se ven acentuadas por las diferencias, por ejemplo, que se vienen dando entre la población alemana y la griega, hacen que las perspectivas para Europa sean bastantes sombrías.
Finalmente, no olvidar el problema de la inmigración ilegal, proveniente en mayor medida del norte de África y Medio Oriente. Este tema genera descontento interno, la mayor parte de las veces exagerado, alimentando a los diversos movimientos y partidos nacionalistas, señalando como responsable de la crisis a todo lo foráneo (incluso tratándose de Europa del Este). Asimismo, siendo una problemática central, de la mayor trascendencia en materia de seguridad, demuestra lo difícil que es trabajar en favor de una mayor integración en tanto los países miembros anteponen sus intereses nacionales al bien común, impidiendo que la Unión Europea haga frente a estas amenazas en forma conjunta, única manera de solucionar un problema de naturaleza global. Así, muchos se preguntan hasta cuándo resistirá Italia la crisis migratoria en el Mediterráneo, sin el apoyo comprometido de sus pares europeos.
A pesar de la crítica realidad descrita, la Unión Europea aún puede jactarse de tener cierto poder. Si el gobierno griego pensó que podía intentar una negociación en mejores condiciones amenazando con una salida de la zona euro, se equivocó. Ni el referéndum realizado en Grecia, haciendo clara la voluntad del pueblo de dicho país contrario a la austeridad, ni sus coqueteos con Rusia, fueron suficientes para que sus socios europeos, fundamentalmente Alemania, dieran su brazo a torcer. Más allá de algunos tímidos apoyos ideológicos de los gobiernos de Francia e Italia, Grecia tuvo que aceptar un plan de austeridad totalmente contrario a lo prometido en campaña por el primer ministro Tsipras. En otras palabras, si bien el proyecto europeo se encuentra siendo cuestionado desde diferentes ángulos, mantiene una cuota importante de poder por lo menos en temas relativos a la situación económica de los países miembros más débiles, aunque esto no sea suficiente de cara a lo que debe significar avanzar y profundizar el proceso de integración.
[1] Partido de la Independencia del Reino Unido
Oscar Vidarte Arévalo
Magíster en Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia y egresado de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Profesor del Departamento Académico de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.