Uno de los principales problemas al que se enfrenta la construcción democrática en nuestro país es la débil institucionalización de los partidos políticos, que además expresa una persistente crisis de representación política, continuidad o consecuencia del colapso del sistema de partidos a inicios de la década de 1990. Paralelamente, a partir del proceso de descentralización, hemos presenciado una explosión de movimientos locales y regionales, generalmente fugaces, durante cada proceso electoral subnacional. Para complejizar aún más esta situación de atomización política y precariedad institucional, también debemos decir que no se han generado crisis políticas de gran magnitud luego de más de una década de iniciada la transición democrática.
Es indudable que algunos cambios en el diseño estatal han contribuido a reforzar la percepción respecto a la inevitabilidad de la extinción de los partidos políticos. El proceso de descentralización iniciado en el 2002, reactivó a diversos espacios políticos regionales que en general lograron canalizar las demandas sociales postergadas por el centralismo limeño. Los partidos políticos nacionales ciertamente han perdido influencia en el ámbito local y regional, a la vez que proliferan propuestas electorales en estos territorios sumamente volátiles. Este resurgimiento de un movimientismo político precario, a partir de la descentralización, ha reforzado la tesis generalizada en la década pasada en virtud de la cual se sigue sosteniendo la existencia de una creciente crisis de representación, causa a su vez de una situación constante de movilización y conflictos sociales no canalizados por el sistema político.
Sin embargo, también es significativo tomar en cuenta los importantes cambios existentes en la configuración del poder a partir de 1990 que se iniciaron con el desmontaje del Estado populista y la construcción del Estado neoliberal. Es decir, entender la crisis partidaria en el Perú implica apreciar con claridad el reordenamiento de las coaliciones dominantes y la reestructuración de nuevas formas de representación política, embrionarias durante el auge del Estado Neoliberal y visibles en el momento actual. Los clivajes[1] Estado-mercado y Centro-región, reforzados por la quiebra del estatismo, han escindido las sociedades políticas en dos bloques en tensión permanente, que por un lado representan la aspiración de sectores de la población que pugnan por la reconstrucción de un Estado redistribuidor, descentralizado y garante de derechos colectivos; y por otro, de grupos contrapuestos a las políticas redistributivas, que defienden las propuestas de liberalización económica y privatización estatal.
De esta manera, lo que aparece en los años recientes son dos espacios diferenciados de representación política definidos por su relación con el Estado y la disputa por su control. En ese marco, si contraponemos a los defensores de una mayor redistribución económica frente a quienes proponen la cada vez menor intervención del Estado en el libre mercado, desde el 2000 se ha reconstituido una débil bipolaridad ideológica izquierda- derecha, cuya manifestación principal ha sido la votación diferenciada entre Lima y las regiones en las dos últimas elecciones generales. El clivaje Centro-región, a su vez, ha establecido nuevos instrumentos de representación política, caracterizados por su pluralidad y localismo; en tanto, los partidos políticos se han adecuado a las actuales condiciones de movilización y regionalización de los intereses políticos, reformulando su estructura organizativa.
Las estructuras partidarias se han acondicionado a los cambios institucionales realizados en las últimas décadas, convirtiéndose mayoritariamente en máquinas de afiliación y propaganda que se activan en los procesos electorales, pero que además mantienen alianzas estables y descentralizadas con movimientos políticos y sociales en base al clientelismo y al patronazgo. Esta adaptación evolutiva de los partidos políticos, tanto de izquierda como derecha, a contracorriente de un discurso catastrófico, finalmente han logrado una estabilización relativa del régimen democrático, en base a un protosistema pluripartidista débilmente polarizado, que desde la década pasada incluye -al menos en el ámbito nacional- a Patria Roja, el Partido Nacionalista, el APRA y el Fujimorismo. Otros intentos de construcción de partidos nacionales han logrado escaso arraigo en las regiones o son mayormente franquicias electorales.
Si bien es cierto que se puede cuestionar la capacidad de los partidos nacionales para lograr una inserción en los espacios regionales, lo cierto es que la mayoría de los anteriormente mencionados han logrado conquistar curules “regionales” en los parlamentos, o en los últimos procesos electorales subnacionales han ganado algunas presidencias regionales o alcaldías, aún cuando no participaran en el Congreso (Patria Roja). Desde el otro lado, la figura del bróker u operador político que en algunas investigaciones se propone como el eje actual del sistema de representación, no explica en su complejidad todo el mecanismo de intermediación política regional y local, pues enfatiza con exceso la supuesta fragilidad del sistema político y no aborda la estabilidad actual, producto de las negociaciones de los “partidos locales” con los “partidos nacionales”. En realidad de lo que se trata es de una coexistencia bastante equilibrada y complementaria entre estructuras políticas en los distintos niveles territoriales, con pocas perspectivas en el corto plazo de competencia entre unos y otros.
Los partidos nacionales no sólo tienden actualmente a abandonar el campo local y priorizar la competencia por la presidencia y el parlamento nacional. Generan también alianzas que trascienden las elecciones con movimientos políticos regionales y locales, algunos de los cuales no sólo son membretes electorales alrededor de caudillos, pues empiezan a consolidar una identificación con su territorio y una expansión interregional. Esta presencia de organizaciones políticas en la dimensión local y regional hace cada vez más difícil para los partidos nacionales el presentar candidaturas regionales, pero genera también interacciones que aún deben ser estudiadas con mayor rigurosidad. A modo de exploración, sería interesante revisar tres experiencias regionales y su significado en este esquema de compleja intermediación política: Perú Libre en Junín, el Movimiento de Afirmación Social (MAS) en Cajamarca y Tierra y Libertad en el Cusco.
En el primer caso se trata de una organización política construida alrededor del liderazgo carismático de Vladimir Cerrón, médico formado en Cuba y vinculado con una izquierda extremista. Su relación, por lo tanto, con otras organizaciones ideológicamente más moderadas es tensa y escasamente unitaria. Extrañamente, la relación con el gobierno de Humala ha sido fraternal y colaborativa, en especial en los últimos meses a raíz de la visita del presidente y el anuncio de inversiones en la región. En el polo opuesto respecto a su relación con el gobierno, el MAS de Gregorio Santos es una expresión regional de Patria Roja que intenta trascender hacia una propuesta nacional. Ha adquirido protagonismo dentro de una estructura poco afecta al recambio dirigencial y presenta candidaturas a la región, las provincias y distritos de Cajamarca (donde tiene inscripción electoral). Finalmente, Tierra y Libertad es legalmente un movimiento político regional, que promociona a Oscar Mollohuanca aunque forma parte del mismo partido nacional fundado por el líder ambientalista Marco Arana (hoy llamado legalmente Frente Amplio).
Estas tres organizaciones políticas tienen aspectos comunes que pueden darnos luces sobre la gestación de una nueva institucionalidad partidaria: son “organizaciones ideológicas”; buscan afirmarse y expandirse territorialmente y establecen relaciones de carácter simétrico con el Estado y los partidos nacionales. Estas tres características son contrarias a la figura del operador, pues no priorizan la negociación más que la búsqueda de institucionalidad y por lo tanto podrían servir como criterios para determinar una tipología de organizaciones políticas en las regiones. A modo de conclusión, podemos finalmente advertir que es necesario profundizar en la investigación sobre la problemática político-regional, específicamente la organización de los intereses políticos. Muchos de los movimientos regionales y locales podrán fracasar y desaparecer, pero las tendencias señaladas al parecer nos brindan algunas pistas que es necesario seguir e interpretar.
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[1] En Ciencias políticas, divisiones políticas e ideológicas (N. E.)
Miguel Cortavitarte Lahura
Politólogo. Instituto de Ética y Desarrollo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.