En los últimos años, Sebastián Rubio y yo hemos trabajado proyectos escénicos que tienen como soporte principal la biografía de los actores (y no actores). De estos procesos emergió como tema común el vínculo padre-hijo, el cual refleja no solo el universo familiar si no, además, la relación que establecemos como ciudadanos con nuestras figuras de autoridad y con nuestro origen. En los montajes previos a “Proyecto 1980-2000”, nos cuestionamos si lo creado abarcaba más allá de la esfera íntima y abordaba también temas sociales y universales capaces de establecer un puente con el espectador. Es por ello que la obra “El año en que nací”, de la argentina Lola Arias, fue de gran influencia para nuestro proyecto. En su obra, como en la nuestra, se revive el pasado de violencia y dictadura de nuestros países por medio de testimonios de jóvenes que crecieron durante esa época y cuyos padres estuvieron directamente relacionados con los eventos políticos de entonces.
Con más frecuencia, diferentes disciplinas como el cine y la narrativa reflexionan sobre la guerra interna y el período de corrupción y dictadura que vivió el Perú, y lo hacen casi siempre desde la mirada de la generación que lo protagonizó. Los integrantes del proyecto éramos niños entonces; sin embargo, abordar la memoria desde el presente y cuestionar cuál es nuestro rol frente al proceso de reconciliación son puntos que necesitamos discutir como generación. Como directores comenzamos preguntándonos si era posible reunir en un mismo proyecto a jóvenes que provienen de diferentes aristas de la historia, aún sabiendo que quizás sus padres nunca aceptarían participar en esta convivencia. La respuesta a esta pregunta no es sencilla y tampoco es única, es tan compleja como lo son las brechas sociales y las desigualdades económicas en nuestro país.
La relación de cada participante del proyecto respecto a los hechos políticos ocurridos entre los años 80 y el 2000 difiere mucho una de otra. En una misma mesa, se encuentran sentados una joven cuya vida se vio totalmente afectada por la masacre de la Cantuta y, a su lado, un joven que apenas había escuchado del caso. Lo que decimos en esta obra no surgió siempre de manera consciente, nació de nuestra memoria y, al mismo tiempo, de nuestra indiferencia y olvido. Podríamos decir que el proyecto situó a los participantes en un encuentro consigo mismos y con el otro, con la historia personal y la del país. Este encuentro no estaría completo sin el aporte del público.
Estrenamos el 2012 gracias al apoyo del Centro Cultural de España y desde entonces hemos tenido la oportunidad de presentar la obra en diferentes espacios. Ha sido enriquecedor compartir el trabajo con diversas audiencias: jóvenes que ignoraban lo ocurrido y adultos que lo vivieron en carne propia; peruanos capaces de reconocerse en las historias compartidas y extranjeros que pudieron conectar la experiencia de su país con la nuestra. Por otro lado, hemos recibido críticas por la ausencia de representantes de algunas aristas de la historia como lo son los grupos subversivos o los ciudadanos de provincias. Y en nuestra experiencia en el extranjero, hemos recibido algunos comentarios sobre la falta de una postura más determinante frente a los responsables de los eventos narrados.
Aún cuando nos lo propusimos, era imposible cubrir todas las aristas de la historia, y tal vez como país, en comparación a Chile y Argentina por ejemplo, nos encontramos todavía en una etapa temprana del proceso de reconciliación. Si bien es urgente para nuestra reconstrucción como nación, todavía nos cuesta mucho como sociedad abordar directamente el tema y asumir una posición. Con el teatro, nosotros hemos planteado, desde donde nos toca, un primer paso: el encuentro. Faltan aún muchos más y pueden discutirse mediante el arte pero sobre todo deben emplearse en la vida y esto nos involucra a todos. Me pregunto todavía ¿cuál es el rol que asumimos como generación frente al proceso de reconciliación del país? ¿Qué nos interesa hacer? ¿O qué es aquello que no nos interesa en lo más mínimo y preferimos olvidar? ¿Y qué es lo que deseamos dejar como herencia a las generaciones que vendrán después de nosotros?
Claudia Tangoa
Co-directora del Proyecto 1980-2000, el tiempo que heredé.