El Perú que eligió a Humala como Presidente era un país polarizado. De allí resultó su victoria por tan estrecho margen. Ollanta representaba a la izquierda, es decir, a la necesidad de hacer importantes cambios al statu quo; y mucha gente, entre la que me incluyo, tenía temor de que buscara perennizarse en el poder al estilo chavista. Por supuesto, había que reconocer que una evolución de ese tipo era difícil en un país que no estaba en crisis y que tenía importantes contrapesos de poder en la clase empresarial, entendida como poder económico, y los medios de comunicación, como bien lo indicó en su momento Steven Levitsky[1].
A estas alturas el Presidente ya debe ser consciente que su percepción como candidato, de los poderes que tendría como primer mandatario, eran errados y sobre dimensionados. Me imagino que ahora sabe que en las alturas del Ejecutivo es muy difícil manejar la barca que navega por ríos tumultuosos y que hay piedras (poderes) que desde ‘abajo’ no se ven, pero que al final impiden hacer los giros que tenía pensados. También debería saber de la soledad del poder, de cómo ha sido aislado, separado de muchos de los que lo apoyaron para ser elegido, y está ahora rodeado de cortesanos (en especial su esposa Nadine Heredia) que le informan y cuentan las cosas a su manera para que tome las decisiones que a ellos les parecen bien, porque convienen a sus intereses.
Salvo el caso de Velasco a quien tuvieron que defenestrar porque no se alineó a sus intereses, esa ha sido la historia de los ‘revolucionarios’ peruanos. La derecha en nuestro país, por lo menos desde el primer gobierno de Belaunde, siempre ha logrado envolver en su maraña a quienes estaban llamados a realizar importantes reformas –que la realidad exigía– y habían sido elegidos porque las ofrecieron.
El Ejecutivo se debate hoy tratando de 'poner parches antes de que salten los chupos', olvidando lo importante en aras de los urgente.
Lo que la miopía de la clase dirigente peruana no ha sido capaz de ver, con pocas excepciones, es que muchos de esos cambios y reformas resultan indispensables si queremos construir un país viable en que nunca sea necesario ‘hacer maletas y emigrar a Miami’ o a cualquier otra parte. La incultura e ignorancia de la clase ‘alta’ es tan grande que, difícilmente, ven más allá de sus narices e intereses inmediatos a la hora de tomar decisiones que exigirían algunos sacrificios de corto de plazo, pero que redundarían en beneficio de ella misma por la mayor estabilidad y predictibilidad que resultaría de su aplicación.
Un ejemplo es el cumplimiento de las ofertas electorales y planes de gobierno. Desde que se constituyó el ‘Observatorio de cumplimiento de planes de gobierno’ y empezó a publicar sus informes durante el segundo gobierno de Alan García, el tema empezó a ser parte de la agenda en algunos medios, aunque con cierta timidez. Al final, tenían miedo de enfrentarse al poder político[2] y la institución no tenía fondos que le permitieran forzar una publicación. Asimismo, mucha gente nos consideraba románticos, ya que según decían, los gobiernos jamás cumplirían con sus ofrecimientos. En verdad, la intención era empezar a crear cierta consciencia de la obligación de los gobernantes de cumplir, y el derecho de los electores de exigírselo, sabiendo de antemano que estos procesos toman mucho tiempo. Sin embargo, considero que logramos introducir el tema en la agenda pública y, por ejemplo, Pedro Pablo Kuczynski –quien colaboró con el Observatorio como experto para evaluar el cumplimiento del gobierno aprista en la parte económica de su Plan de gobierno– fue más adelante, siendo muy cauto y cuidadoso a la hora de elaborar su propio Plan, cuando fue candidato para las últimas elecciones, pensando probablemente que luego se le exigiría su cumplimiento; y hace poco Keiko Fujimori le reclamaba a Humala por no cumplir con sus compromisos, ‘olvidando’ que su padre jamás lo hizo y, por el contrario, aplicó las recetas de su opositor. Si nos ponemos a revisar los periódicos y programas anteriores al 2001 comprobaremos que a nadie se le ocurría exigir a los gobiernos que cumplieran con sus ofrecimientos, y los planes de gobierno eran unas cuantas ideas sueltas escogidas para impactar a la gran masa, hasta que Vargas Llosa hizo preparar el Plan de gobierno del Movimiento Libertad[3] que más adelante aplicó parcialmente el gobierno fujimorista.
Lastimosamente hay períodos de involución, y aún cuando era lógico y razonable que se le exigiera a Humala que cumpliera con la parte del Plan de Gobierno de la primera vuelta que no había sido modificada por los documentos publicados durante la segunda, los medios y los políticos –con pocas excepciones– han preferido los temas banales y superficiales, además de hacer presión ‘obligando’ al gobierno a olvidarse, por lo menos públicamente, de la ‘Gran Transformación’ para concentrarse en la ‘Hoja de Ruta’ que, evidentemente, no es un Plan de gobierno. De esa manera se le ha privado de objetivos claros y definidos y de un ‘Norte’ que sería necesario compartir con la población para hacerlo viable. El resultado es que el Ejecutivo se debate hoy tratando de ‘poner parches antes de que salten los chupos’, olvidando lo importante en aras de lo urgente.
Otro gran problema de este gobierno ha sido la falta de cuadros y de un verdadero partido que lo sostenga, que hacen por lo menos dificultoso que ‘las promesas cumplidas’ mediante la promulgación de normas puedan implementarse. Son ejemplos paradigmáticos la Ley del Servicio Civil (30057), y la Ley de Consulta Previa (29785), que salió a poco del cambio de mando, que están por ahora casi olvidadas y con posibilidades de no aplicarse nunca por los ‘costos políticos’ que implican.
Hay sin embargo cosas que aplaudir, como la impopular decisión de aumentar el sueldo a los ministros y así derogar los límites a los sueldos de los servidores públicos que de forma populista había establecido el gobierno anterior, quizá por temor a perder el control político de ciertas instituciones cuando en éstas trabajara gente bien pagada y poco susceptible a la corrupción. Asimismo, pese a toda la crítica neoliberal que se niega a la mínima intervención del Estado, incluso la de promoción, he visto con simpatía la propuesta de diversificación productiva, planteada por Piero Ghezzi. Es indispensable industrializar nuestro país y promocionar la inversión extranjera en tecnología de punta al mismo tiempo que se incentiva la investigación y desarrollo (Research & Development) en las empresas. Uno de los objetivos a lograr es dejar de ser un país minero-dependiente. Aun cuando hay que reconocer que algo hemos avanzado en ese aspecto, el efecto de la baja del precio de los metales está afectando el crecimiento, y los reclamos desde un sector del empresariado por Conga, Tía María y otros sólo muestra que todavía no se han dado cuenta que esos proyectos deben, necesariamente, pasar por convencer a las poblaciones afectadas y no sólo a sus líderes, cuyos movimientos están limitados por la percepción de sus electores de ciertos temas y empresas. Quienes suponen que tales desarrollos se pudieron sacar adelante, pasando por encima de los pueblos que se oponen, no saben de política o creen que la forma de ejercitarla es autocráticamente, al estilo nazi, pasando incluso por baños de sangre. Recordemos que en Cajamarca llegaron a haber muertos.
En cuanto a la reforma del Estado y la profesionalización de la carrera pública, que estaba expresamente mencionada en la ‘Hoja de Ruta’, se ha promulgado (como dijimos) la Ley del Servicio Civil, pero la implementación está medio paralizada. Tenemos que terminar con esa arcaica costumbre de renovar todos los cargos cada vez que cambia el gabinete o el gobierno. Así no hay continuidad y se pierden largos períodos en la adecuación. ¿Hasta cuando la oposición y los medios van a seguir pidiendo la cabeza de ministros cuando lo ideal sería que permanezcan todo el período presidencial para evitar que los nuevos tengan que aprender y enterarse, con la consecuente pérdida de tiempo? Los cambios sólo deberían producirse en situaciones límite y no cuando los medios y la oposición los reclamen. Esa es una forma banal de hacer política.
Otro asunto de importancia es el de la Regionalización, que no funciona o lo hace con muchos defectos y problemas. Además de corrupción hay un déficit de gestión en el uso de recursos, pero lo más importante es a lo que le han temido todos los gobiernos hasta ahora: la reestructuración de las regiones, que tendrían que ser transversales y no un calco de la división política por departamentos, como se hizo para evitar problemas y salir del paso. Los avances con las macroregiones podrían servir de punto de partida.
La caída en la aprobación presidencial (que por largo tiempo fue superior a la de sus antecesores en el mismo período de gobierno) dice a su favor, en medio de sus miserias y el carga montón contra el protagonismo de Nadine Heredia, de una oposición que no es capaz de poner énfasis en lo importante (Ejem. educación y salud) y se dedica a criticar las formas más que el fondo; esto han motivado batallas de mucha bulla pero de poca significación para el país. Todos parecen estar concentrados en las próximas elecciones, como lo muestra el eco que tiene en los medios la Megacomisión y las acusaciones contra Alan García, quien tiene temor de salir mal parado de las investigaciones.
Estamos a la mitad del gobierno de Humala; sin embargo, me atrevería a decir que éste y los dos gobiernos anteriores son el camino, espero que sin retorno posible, de la construcción de una democracia duradera que puede leerse como que finalmente estamos dejando de ser el Perú adolescente, a que hacía alusión el título del libro de Luis Alberto Sánchez, aunque todavía estamos lejos de la madurez que ojalá algún día alcancemos.
________________
[1] Entrevista en ‘La hora N’ con Jaime de Althaus de 1° de junio de 2011.
[2] Al final del gobierno aprista (2006-2011) el programa de un canal de TV me hizo una entrevista como Director Ejecutivo del Observatorio de cumplimiento de planes de gobierno, en la que demostré que el nivel de cumplimiento no había llegado al 35%; luego entrevistaron a Alan García, quien evitó el tema del Plan y se dedicó a enumerar sus obras. El 27 de julio de 2006, a la hora programada, emitieron sólo la última entrevista.
[3] Luis Bustamante Belaunde me contó que ese Plan se quedó en su oficina del Congreso antes del Autogolpe del 5 de abril. Nunca más lo recuperó.
Alonso Núñez del Prado
Magíster en Derecho de la Integración y en Derecho Constitucional. Master of Business Administration (MBA), graduado en Lingüística y Literatura, Filosofía. Fundador y director ejecutivo del Observatorio de Cumplimiento de Planes de Gobierno. Profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio y conferencista. Presidente y director de varias entidades del sistema asegurador.