El Papa Francisco está revelándose como una autoridad eclesial que toma seriamente en cuenta la densidad de la vida económica, social y política. Es consciente que es en medio de la historia concreta de la humanidad que debe anunciar el Evangelio. Es por ello, que se le siente tan cercano y que esferas de la sociedad mundial demuestran un profundo interés por él. El sello que está imprimiendo a su papado está teniendo consecuencias múltiples en la vida de la Iglesia. Quiero señalar una de ellas: su concepción sobre las mujeres, cuestión sobre la cual, a lo largo del tiempo, ha habido mucha polémica sobre la forma de entender el papel de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia.
Francisco parte de una afirmación fundamental: la igual dignidad de la mujer en su condición de ser humano. Si bien su discurso puede ser materia conocida (en gran parte tratada en documentos eclesiales[1]), y por supuesto materia de múltiples y ya antiguas agendas de los movimientos feministas, no deja de aportar un aire fresco.
En este punto de partida, Francisco está recordando una afirmación central que se inscribe en una tradición bíblica que logró trascender, aunque de manera contradictoria, las determinantes culturales de la sociedad judía del antiguo testamento. Esa tradición también está presente en los Evangelios, en los que se da cuenta de la relación horizontal, respetuosa, no discriminatoria, que Jesús tuvo con las mujeres, independientemente de su condición y prestigio social u origen étnico, generando muchas veces la sorpresa de su entorno[2].
Esa dignidad humana de la mujer ha sido puesta en cuestión a lo largo de la historia, relegándola a una condición sub humana pasible de un trato opresivo y denigrante, sujeta al tutelaje; es decir, depender de la autoridad y voluntad de alguien superior. Aún hoy existen sociedades en la que esta concepción sigue vigente. La forma en que el grupo Boko Haram dispone de la vida y de los cuerpos de niñas, adolescentes y adultas es una muestra, pero podríamos tener ejemplos mucho más cercanos.
Por tanto, recordar que la mujer es un ser humano (como lo hace Francisco), es oportuno y central.
Francisco saca las consecuencias de esa primera afirmación señalando que debe profundizarse la comprensión de los diversos derechos de la mujer, recogiendo así buena parte de la trayectoria de lucha de las mujeres por sus derechos durante más de dos siglos.
En su discurso en el Encuentro Culturas femeninas: entre igualdad y diferencia remarcó que “Se trata de estudiar criterios y nuevas modalidades con el fin que las mujeres no se sientan invitadas, sino plenamente participes de los varios ámbitos de la vida social y eclesial”. Recalcó que es necesario “promover la presencia eficaz de la mujer en diferentes ámbitos de la esfera pública, en el mundo del trabajo y en lugares donde se adoptan decisiones importantes, y al mismo tiempo mantener su presencia y atención preferencial por y en la familia”.
Francisco no pierde de vista la estrecha relación de las diversas dimensiones y su carácter dinámico, tomando en cuenta tanto las limitaciones y sufrimientos que aquejan a las mujeres como las potencialidades de las que son portadoras, así como la cuestión de acceso al poder de decisión. En La Alegría del Evangelio señala: “Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia… Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias” (EG. n. 212). Por ello el Papa menciona permanentemente la necesidad de conocer y comprender la situación que viven las mujeres. A la vez, reitera la necesidad de que ellas participen en las instancias de decisión, en la sociedad y también en la Iglesia.
Lo expresado por el Papa está confirmado por la forma en la que se está trabajando en el Vaticano. Dos ejemplos demuestran esta coherencia entre el discurso y la práctica. Uno, al que me refiero brevemente por la falta de espacio, es tomar en cuenta su palabra.
A sugerencia del Consejo de Asesores[3], Francisco creó, en diciembre 2013, una comisión para la protección de los niños contra la pedofilia. Es significativa la presencia de las mujeres en la Comisión, al lado de dos expertos hombres, tanto en el caso de las víctimas como de profesionales laicas. Están la irlandesa Marie Collins, víctima durante su infancia de abusos por parte de un sacerdote; la psiquiatra infantil, Catherine Bonnet; la psiquiatra Sheila Hollins; la ex primera ministra, luego ministra de Justicia, y después embajadora de Polonia ante la Santa Sede durante 10 años, Hanna Suchocka.
Hay muchas otras comisiones que se podrían mencionar.
Si bien la Iglesia ha avanzado en las últimas décadas en reconocer los derechos de la mujer como persona, es real que su presencia en el aparato eclesiástico ha estado en ámbitos muy restringidos, sin una participación más plena. Muy al inicio de su papado, Francisco expresó: “Es preciso profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Sólo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia»[4].
En diciembre del 2014 el Vaticano dio por concluida la prolongada visita apostólica a las congregaciones de religiosas norteamericanas. Al presentar su informe el presidente de la Congregación de religiosos remarcó: “esta Congregación se compromete a colaborar para que la determinación de Francisco de que “el genio femenino” encuentre expresión en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes…”[5].
Sin duda, el Papa Francisco está abriendo puertas a las mujeres, tanto en la sociedad como en la Iglesia, siguiendo el genuino sentido del mensaje evangélico portador de esperanza, anunciante de liberación y convocante a la fraternidad y a la sororidad.
[1] La Carta Apostólica sobre La Dignidad de la Mujer de Juan Pablo II (1988) tiene aportes importantes así como la Carta a las Mujeres del mismo Juan Pablo II con ocasión de la realización de la IV Conferencia sobre la Mujer en Beijing (1995).
[2] Hay una frondosa producción teológica sobre el carácter liberador o no de la Biblia desde el punto de vista de la mujer. Aportes centrales como el de Elizabeth Schüssler Fiorenza y el de numerosas teólogas de América Latina permiten calibrar la enorme riqueza de la Biblia en ese tema. Cf. también María Clara Lucchetti Bingemer.
[3] Conocido como el Grupo de los 8 y que está presidido por el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, de Honduras.
[4] Entrevista con el Padre Antonio Spadaro, SJ para La Civiltà Cattolica y otras 15 revistas jesuitas; septiembre, 2013.
[5] Conferencia de Prensa el 16 de diciembre del 2014 presentando el Informe Final de la visita. Consultado el 11 de febrero en <http://www.infovaticana.com/2014/12/16/concluye-la-visita-apostolica-las-monjas-norteamericanas>
Carmen Lora
Revista Páginas