Entrevista a Roberto Jaramillo SJ, actual Presidente de la CPAL.
Por Diana Tantaleán
(Apostolado Social)
La Conferencia de Provinciales jesuitas en América Latina (CPAL) coordina y planifica, a nivel interprovincial, la presencia y el compromiso de la Compañía de Jesús en el continente latinoamericano. Roberto Jaramillo SJ, su Delegado Social hasta el mes de marzo y hoy el Presidente de la CPAL, nos comparte en esta entrevista su visión y el trabajo de los jesuitas en los temas más resaltantes en estos tiempos: Amazonía, Cambio Climático, migraciones y corrupción.
La CPAL tiene, como uno de sus desafíos, el aumentar la conciencia y la práctica amigable con el medioambiente. Pero no podemos hacerlo solos y, para ser sincero, creo que hemos hecho poco en ese sentido.
Una de las maneras en que lo hacemos es a través de la Asociación de Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL), que también realiza un trabajo de reflexión sobre los fenómenos del cambio climático y sobre cómo enfrentarlo de manera local o regional. La AUSJAL tiene un “grupo de homólogos del medio ambiente”, del cual participa el Sector Social de la CPAL, trabajando en cómo hacer sus campus cada vez más amigables y educativos con el medio ambiente, de manera que los estudiantes puedan reproducir, en su acción profesional y en sus casas, lo que ven en la universidad.
También en los Centros Sociales jesuitas hay trabajos de promoción y cuidado con la tierra, de producción de alimentos y seguridad alimentaria, concretamente en el Programa Comparte, con 14 centros a nivel de Latinoamérica. Ellos trabajan con más de 200 asociaciones de productores en pequeñas parcelas y productores de las periferias urbanas, formando en la consciencia de que otras maneras de producir son posibles, siendo amigables con el ambiente y buscando insertarse de manera escalable en las economías locales, regionales o internacionales.
El equipo del Proyecto Pan Amazónico está, también, muy presente en la Red Eclesial Pan Amazónica (REPAM) que busca concientizar, no solo al interior de la Amazonía, sino de la Iglesia toda, sobre el cuidado de los ríos, de las etnias, de las culturas y de los recursos naturales que viven en ese macro sistema del cual, finalmente, dependemos todos nosotros.
La Amazonía es un lugar paradójico, tiene recursos muy abundantes todavía, pero es muy frágil.
Las comunidades indígenas de la Amazonia son las más pobres y sufren las consecuencias de la codicia de las empresas, agroindustrias y de la economía de mercado, que la piensan como una gran alacena con mucha agua, madera, minería, tierra, pero donde –dicen y sostienen ellos- “hay poca gente”. En el fondo, sí se ha entendido que la Amazonia es un bioma con características únicas, pero no les interesa aceptarlo ni mostrarlo de esa manera porque detrás de su percepción hay codicia de bienes: de recursos naturales y de tierras.
La Amazonía nunca ha salido de los ciclos extractivos. Primero fue el "palo Brasil", cuando se llevaban colorantes para Europa en el siglo XVII; después fue el caucho, y luego se pensó la Amazonía como "un lugar despoblado" como destino para personas sin tierra; así fueron llevando culturas, pueblos y mecanismos que terminaron agotando la tierra, destruyendo los bosques y contaminando las aguas. Ahora hay un nuevo ciclo extractivo: uno turístico, que pretende vender la Amazonía como algo estético, pero no para defenderla como un patrimonio de todos.
En estos ciclos sucesivos los indígenas han pagado el peor precio. Sus comunidades fueron quedando sin tierras y sin espacios de caza ni de producción, muchas veces sin ciclos económicos que les permitan mantener su cultura viva. La más extrema manifestación de todo esto son las comunidades que han perdido su lengua, su religión y sus tradiciones; muchas de ellas, al ser urbanizadas, han tenido que reinventar su identidad política. Lo que no quiere decir que dejen de ser indígenas.
Pero hablando en general, y ya no sólo de las comunidades indígenas, las comunidades humanas asentadas en la Amazonia tienen pobrísimas condiciones de vida: mala alimentación, pocas expectativas de vida, bajísimos niveles de enseñanza, precaria atención en salud, malas y escasas vías y formas de comunicación, pobres niveles de participación política.
Este es uno de los trabajos más importantes y se realiza a través de dos redes: el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), fundado por el padre Arrupe, y el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).
El SJR tiene su base fundamentalmente en Colombia, donde atiende a la población desplazada internamente y a quienes solicitan refugio en otros países. Durante muchos años ha sido un actor importante en los flujos producidos por el conflicto guerrillero y paramilitar en Colombia. En los últimos años, con el agravamiento de la situación en Venezuela y la crisis de su relación con Colombia, ha ido aumentando también el flujo de venezolanos refugiados en Colombia o colombianos deportados que requieren atención en su país después de pasar muchos años en Venezuela. También se atiende el flujo hacia los países del sur, pasando fundamentalmente a través de Ecuador.
El SJM, por su parte, tuvo su inicio hace casi 20 años, trabajando especialmente con migrantes forzados. Este se estableció, fundamentalmente, en tres lugares, que corresponden a los flujos migratorios más grandes: el primero, y el más deshumano de todos, es Centroamérica-Norteamérica (CA-NA), que es el flujo de personas de Guatemala, El Salvador y Honduras, llamado Triángulo Central Centroamericano, hacia Estados Unidos; pero también, dada la situación en Estados Unidos, de personas que buscan ahora mejores situaciones en Costa Rica y a Panamá.
Estas personas, en su camino a EEUU, atraviesan México en condiciones absolutamente inhumanas. Son explotadas por “polleros” o “coyotes”, a quienes les tienen que pagar miles de dólares para poder pasar de una frontera a otra atravesando ríos, fronteras, carreteras, etc. Viajan en condiciones de absoluta desprotección, sin papeles ni comida; muchas veces con niños y mujeres embarazadas o con ancianos. México mismo, en los últimos años, endureció las medidas de represión y control en su frontera sur. Por eso estas personas han intentado pasar mejor a Nicaragua, que ofrece un panorama menos violento a nivel social, o a Costa Rica y a Panamá.
La situación de CA-NA se agrava más porque muchos haitianos y cubanos que estaban en Brasil, pero que ya no encontraban tantas oportunidades por la situación del país, quisieron entrar a EEUU migrando por Ecuador, Colombia y Panamá, aprovechando la Ley de “pies Secos” que el presidente Obama derogó en diciembre. Esta ley decía que, si un cubano ponía pie en territorio norteamericano, lo tenían que recibir; sin embargo, ahora hay muchos haitianos y cubanos que han quedado frenados en la frontera norteamericana con la derogación de la ley.
Otra de las zonas de trabajo del SJM es en la triple frontera Perú-Bolivia-Chile; se trata del flujo principalmente de colombianos y bolivianos que buscan posibilidades de vivir en Chile, atravesando Ecuador y Perú. También se integra a esta zona el Centro Zanmi, en Belo Horizonte (Brasil) que trabaja con haitianos, senegaleses y bolivianos. Esta es una labor más aislada, pero pertenece a la región sur. Los jesuitas de Porto Alegre también tienen un programa que no está integrado dentro del Red Jesuita con Migrantes, y que realizan en alianza con ACNUR[1]: un programa de asentamiento de familias de refugiados, sobre todo del Asia Menor.
La tercera región del SJR es la Caribe, que atiende especialmente los flujos de la población haitiana hacia República Dominicana. Ambos países tienen una frontera definida, pero históricamente permeable; hay miles de haitianos maltratados en República Dominicana en condiciones de vida muy difíciles. Incluso hace unos cuatro años hubo intentos legales, de parte de República Dominicana, de desnaturalizar a los hijos dominicanos de haitianos no registrados en el país. Eso sin hablar de la oleada de migrantes producida primero por el terremoto de Haití en 2010 y recientemente por el huracán Mateo de 2016.
La Red Jesuitas con Migrantes agrupa, pues, el SJR y los SJMs, y anima sus acciones manteniendo el contacto con los organismos de Iglesia que trabajan la problemática de las migraciones en el Continente, así como con ACNUR o la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que son organismos multilaterales.
En este trabajo participan, fundamentalmente, muchos laicos generosísimos; hombres y mujeres que dedican tiempo y esfuerzo para defender a los migrantes, hacer incidencia en los países y parlamentos, y en la atención directa en los albergues.
Estoy absolutamente convencido de lo que dice el Papa: no hay que construir muros sino puentes. La actitud de construir muros, de separar e impedirle a la gente movilizarse, va contra los derechos humanos y es una política suicida, recordemos que es en la riqueza de la diversidad donde podemos crecer juntos. No hay nadie sensato que defienda la segregación o exclusión por razones de nacionalidad, lengua, costumbres o religión, no es ético ni moralmente justificable.
En estos últimos tiempos el problema del refugio, la migración y la deportación ha crecido y nos desafía cada vez más. Nos desafía a intentar respuestas en red, no solo de jesuitas sino red con otros, aprender y apoyar esfuerzos que hacen los gobiernos, las municipalidades y otras iglesias.
Todas estas medidas responden a un proteccionismo económico, y el problema es cuando ese tipo de protección se convierte en agresión a los derechos humanos de los migrantes o de los refugiados.
Hay una urgencia en repensar el modelo económico de nuestros países, de hacer alianzas entre nosotros y ser menos dependientes de las grandes economías mundiales. Durante los últimos 20 años AL tuvo una producción muy dependiente de estos mercados, y hoy que ellos necesitan proteger sus economías, nos quedamos “colgados de la brocha”. No supimos en qué canasta pusimos los huevos y se nos quebró todo. Sin embargo, el hecho de que México esté empezando a comprar maíz de Argentina o de otros lugares de AL, y a vender sus aguacates en AL, son señales de que las cosas pueden cambiar en el árbol económico internacional.
Es paradójico ver hoy gobiernos ultra conservadores y ultra neoliberales defendiendo sus mercados con fórmulas económicas que hace 20 años se defendían aquí; y a nosotros nos va a tocar hacer lo mismo, pero por “rebote”.
Hay que arriesgarse a pensar un modelo económico para AL, no simplemente dar respuestas individuales que no permitan hacer bloque. Este es el desafío: cómo pensar nuestras economías a partir de una posibilidad de no injerencia de los mercados del norte.
Eso tiene que ser un pacto político y social, dejar de pensar que “el sueño es vivir como en el extranjero”, con el modelo del consumismo, del neoliberalismo y la cultura del descarte. El sueño es comer bien, vivir bien, es poder producir y consumir aquí, es estimular mercados regionales y locales.
Creo que el problema de la corrupción y los escándalos que han surgido, y que apenas está iniciando, solo puede encontrar solución si hay un pacto político y social, si hay un resurgir de los resortes más íntimos de la dignidad de las personas, de los pueblos, de las organizaciones, de las empresas y las familias.
Mucha gente dice que la corrupción es generalizada y la justifica diciendo: “si todo el mundo recibe, ¿por qué yo no voy a recibir?” Ahí está el problema, en la conciencia personal, en la destrucción de la dignidad. Cuando los principios se venden, se desbarata la posibilidad de la armonía social y el respeto, la dignidad se va por el caño. La única salida de este espiral de degradación es recuperar la dignidad desde los valores más básicos del ser humano, la honestidad.
Aquí mismo dicen que van a caer dos o tres, pero que la gente poderosa no va a caer. Sucede lo mismo en Colombia, México y en todas partes. Si para acallar los escándalos que arma la prensa se entregan 4 cabezas, pero las raíces del mal no son extirpadas, esto va a reproducirse y seguir creciendo como un cáncer.
La corrupción es un problema de fiscales, de investigación y de controles, pero es fundamentalmente un problema ético espiritual. Ahí es donde la Iglesia toda, y los jesuitas desde el trabajo en red que hacemos, tenemos la responsabilidad de crear conciencia, de reforzar los resortes espirituales para que la gente diga “no”, que un hermano le pueda decir a su hermano “no”, que un hijo le pueda decir a su padre “no me vendo”, que un cura le pueda decir a su superior “no se hace”. No se trata de crear bandos, sino de rescatar a otros, desde la propia dignidad, para que sean dignos también.
Solo si se reconstruye el ser humano desde dentro, y esa persona es capaz de tomar opciones y decisiones éticamente responsables, donde la conciencia no se vende, será posible construir otra América, otros pueblos, otra Iglesia.
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[1] El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Otoño 2017
Roberto Jaramillo, SJ
Antropólogo colombiano, con estudios en Filosofía y Teología. Actual Presidente de la Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina (CPAL) y ex Delegado Social de la misma.