Hasta hoy, muchas personas creen que hubo un fraude el año 2021, que el Congreso dio un golpe en el 2022 porque Castillo no iba a renovar contratos mineros, que existe una agenda para “homosexualizar” a los niños o que la pandemia y el cambio climático son inventos de Soros y Bill Gates. Todas estas narrativas son falsas, pero se difunden con gran facilidad distorsionando el debate democrático.
Es muy difícil ponerse de acuerdo si no compartimos una base común de información fiable. Por ello, existe una gran discusión global sobre el fenómeno creciente de la desinformación y los peligros que implica para la democracia. En especial, en el contexto del auge de las nuevas tecnologías de comunicación, que permiten la circulación masiva y desregulada de mensajes. La superabundancia de información ha llevado al colapso de la antigua función editorial de los medios de comunicación tradicionales (con sus pros y sus contras), y actualmente circulan con absoluta libertad mensajes que no pasan por filtros mínimos.
Pero no solo son las redes sociales: cuando medios de comunicación de gran audiencia y hasta líderes políticos se suman a la difusión de mensajes con información falsa, el problema se vuelve más complejo.
Es una paradoja: si hace varios años se acuñó el término “sociedad de la información” para referirse a la sociedad posindustrial y al auge de las nuevas tecnologías, actualmente parece que vivimos en una sociedad de la desinformación.
Sin embargo, hay que evitar las explicaciones simplistas que llevan a respuestas igualmente simplistas. ¿El problema es la tecnología? ¿Son suficientes las herramientas de fact-checking? ¿Es un tema de falta de ética de algunos comunicadores y políticos? Aquí proponemos algunas líneas de reflexión desde una mirada a la densidad cultural e ideológica del fenómeno de la desinformación en tiempos de crisis.
La desinformación como amenaza a la democracia
¿Qué es la desinformación? Cuando utilizamos este término, por lo general nos referimos a la difusión intencional de información falsa, engañosa o incorrecta con el objetivo de manipular al público. La desinformación constituye una amenaza para la democracia, entendida esta como un sistema en el cual la ciudadanía discute y decide colectivamente sobre los asuntos de interés público. Si la información de la que partimos ha sido deliberadamente distorsionada, ¿cómo podemos tener una discusión sana? Entre los riesgos que este fenómeno trae para la democracia, podemos identificar:
La preocupación contemporánea por estos fenómenos tiene que ver, en parte, con los llamados “medios sociales” como Facebook o TikTok, servicios de publicación de videos como Youtube o servicios de mensajería como WhatsApp o Telegram, donde los mensajes circulan de manera libre sin ningún filtro editorial. Más aún, muchos de estos sistemas utilizan algoritmos de personalización, es decir, analizan los intereses del usuario y le ofrecen contenido que consideran más relevante para él. Esto lleva a fenómenos de “cámaras de eco”, como han sido denominados, en los cuales si el usuario consume contenido sobre una determinada narrativa (por ejemplo, cualquier teoría de conspiración de moda) empieza a recibir cada vez más contenido relacionado.
La desinformación constituye una amenaza para la democracia, entendida esta como un sistema en el cual la ciudadanía discute y decide colectivamente sobre los asuntos de interés público.
Esto ha llevado a una gran preocupación internacional, al punto de que los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas han desfilado por sucesivas comisiones oficiales en EE. UU. y Europa para dar explicaciones sobre el tema. Asimismo, empresas como Facebook y Google han tomado algunas decisiones técnicas para ofrecer opciones de fact-checking, para regular mejor la publicidad sobre temas políticos y sociales, entre otros. De igual manera, en algunos medios se ha vuelto común una sección de fact-checking para contrastar noticias falsas virales.
Pero el asunto es más complejo, porque este tipo de narrativas de la desinformación circulan también en medios masivos de comunicación y son utilizadas sin rubor por líderes políticos. No se trata solo de mensajes underground que se mueven por fuera del sistema, sino que ya forman parte del pan nuestro de cada día. Por ello, algunos consideran que vivimos tiempos de “posverdad”, entendida como un fenómeno en el cual los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que las emociones, las creencias personales y las narrativas.
Entre las principales respuestas que se vienen discutiendo en la literatura, las instancias políticas y los propios medios, se encuentran:
La densidad cultural del fenómeno
¿Por qué la desinformación se difunde de manera masiva? En realidad, la pregunta es por qué ciertas narrativas se difunden de manera masiva. No toda noticia falsa, por el solo hecho de ser falsa, se convierte en un fenómeno viral.
Una explicación recurrente, desde el psicologismo, es el “sesgo de confirmación”: si una noticia confirma nuestras creencias preexistentes, la tomamos en cuenta; si las contradice, la rechazamos o la olvidamos. El problema es que este fenómeno siempre ha existido, y todos los estudios de comunicación -desde los clásicos estudios de la propaganda de Lasswell- parten del supuesto de que las mentiras políticamente intencionadas no pueden ser “inoculadas” en el cerebro humano, sino que son verosímiles en la medida en que hagan click con algo. Sin embargo, no en todas las épocas ha dominado esta sensación de “posverdad” y desinformación. ¿Por qué hoy sentimos que estos fenómenos amenazan la democracia de una manera particularmente intensa?
La tecnología puede tener un rol, pero es ingenuo echarle toda la culpa. Cada vez que ha aparecido un nuevo medio de comunicación, desde la imprenta, la radio o la televisión, ha habido grandes discusiones sobre la vulnerabilidad de la sociedad ante la todopoderosa propaganda. Lo cierto es que los seres humanos no somos consumidores pasivos de la información que circula por los medios técnicos: cargamos a esas narrativas de significados.
Desde la óptica de las mediaciones, una teoría latinoamericana de las comunicaciones que pone énfasis en los procesos sociales, políticos, culturales e ideológicos, realizamos una investigación[1] sobre la desinformación en torno a la pandemia. A través de un análisis cualitativo que incluía entrevistas y análisis del discurso en los comentarios de noticias publicadas en Facebook, encontramos que muchas de las noticias falsas que circularon con mayor fuerza podrían estar expresando, de manera distorsionada, ciertas “verdades” percibidas por los usuarios.
Así ocurre, por ejemplo, con las noticias falsas que describen a una elite poderosa que conspira contra la población para su propio beneficio (la idea de un virus “creado” por Soros o Gates, etc.). Hay aquí, a la manera de las historias de pishtacos en la tradición andina, un enmascaramiento mítico de una percepción muy real, comprobada una y otra vez a través del comportamiento inhumano de clínicas, comercializadores de oxígeno o incluso de las empresas que se acogieron a créditos durante la cuarentena y al mismo tiempo despidieron a sus trabajadores.
Cuando estos temas no se discuten abiertamente en los medios de comunicación, las personas buscan explicaciones y narrativas en otros espacios. Y aquí llegamos a otro tema: la pérdida de credibilidad de los medios es un contexto que tiene que abordarse en serio para combatir con real eficacia la circulación de fake news. Políticas públicas de comunicación que fortalezcan los medios públicos y el periodismo de servicio público, y políticas para diversificar la oferta mediática incorporando más voces y perspectivas, se hacen cada vez más necesarias para superar los riesgos actuales de la desinformación y la polarización.
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[1] Los pishtacos digitales. Noticias Falsas y burbujas de filtros en tiempos de pandemia: Una mirada desde las mediaciones. Maquet Makedonski (2021), tesis presentada para el magíster de comunicación política en la Universidad de Chile: https://repositorio.uchile.cl/handle/2250/186158
Invierno 2023
Paul Maquet
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