La identidad cultural, al igual que las otras identidades que poseemos los seres humanos, es algo que está en permanente flujo y transformación; sin embargo, mucha gente piensa que la identidad de los pueblos indígenas es algo fijo e inamovible. Esta idea es absolutamente errónea y, al mismo tiempo, podría resultar muy peligrosa en la medida en que promueve estereotipos y genera formas disimuladas de discriminación.
El paso del tiempo hace que todas las identidades se transformen. Evidentemente, todo proceso de cambio significa la aparición de aspectos nuevos que se suman a otros que permanecen. En otras palabras, los cambios que aparecen con cada generación aportan nuevos elementos a las identidades culturales, pero esto no significa que todo lo antiguo desaparezca. Hay cosas nuevas y cosas que se mantienen.
Este proceso, totalmente natural y generalizado en el mundo, a veces lleva a una sensación de preocupación ante la posible pérdida de aspectos que una determinada sociedad considera como fundamentales para su propia cultura. Este es uno de los principales dilemas que enfrentan los pueblos indígenas amazónicos, dilema que se acentúa debido al contexto de amenazas que están viviendo en la actualidad.
En efecto, la invasión de diversas empresas multinacionales, de proyectos de desarrollo venidos de fuera y de actividades ilícitas dentro de sus territorios, así como el impacto de la educación moderna y el creciente número de jóvenes que migran a las ciudades, son considerados como graves amenazas que podrían conducir a la desaparición de sus propias culturas y sociedades.
Esta nueva situación también fomenta tensiones entre diferentes generaciones, ya que muchas veces las personas mayores no saben qué esperar de la gente más joven. Al igual que en otras partes del mundo, los padres y madres de familia indígenas se preocupan por el bienestar de sus hijas e hijos y por el de las generaciones futuras.
La experiencia de la adolescencia y de la juventud ha traído a los pueblos amazónicos una serie de desafíos que antiguamente no existían. Incluso, para algunos de ellos, constituye un fenómeno relativamente reciente. Hasta hace algunas décadas, en estas sociedades, se pasaba directamente de la niñez a la adultez luego de cumplir con los rituales correspondientes de pubertad. Apenas un niño o niña estaba físicamente en condiciones de tener hijos y de demostrar su capacidad para obtener los alimentos necesarios para sobrevivir, ya podían convertirse en padres o madres y asumir todas las responsabilidades propias de la adultez. Por ello, quienes hoy consideramos como adolescentes y jóvenes recién aparecieron en la Amazonía junto con la escolaridad, la vida urbana y la cultura moderna.
En el pasado, además, las personas vivían prácticamente en las mismas situaciones que las de las generaciones anteriores y se dedicaban, en su vida cotidiana, a hacer casi lo mismo: cazar, pescar, cultivar la chacra, casarse, cuidar y educar a sus hijos e hijas, viajar y visitar a parientes y tener, cada cierto tiempo, celebraciones que marcaban el paso de la vida y reafirmaban sus vínculos sociales. Las posibilidades que les ofrecen la educación, las ciudades y la vida moderna han transformado este ciclo tradicional y generan muchas incertidumbres.
Estas incertidumbres y dilemas también son compartidas por los y las jóvenes indígenas, quienes enfrentan constantemente tensiones producidas por los cambios culturales. Su vida cotidiana está marcada por numerosas presiones: por parte de otros jóvenes no indígenas, de sus maestros o empleadores, de los medios de comunicación, del Estado, de la sociedad mestiza o, incluso, a veces también por parte de sus propios parientes y familiares que les dicen, de distinta forma, que no es valioso ser indígena, que no pueden ser indígenas y profesionales al mismo tiempo, que no les sirve de nada hablar en su propio idioma o que ser indígenas es vivir en el pasado. De una u otra manera, les repiten la idea de que, si quieren vivir bien, deberían dejar de ser indígenas. Estas presiones generan un ambiente que les impide vivir de manera integral y coherente como ciudadanos plenamente modernos y, al mismo tiempo, mantener sus tradiciones y la riqueza de su herencia cultural.
En los contextos urbanos, el contacto constante con la sociedad mestiza les exige adaptarse, no siempre de una manera positiva, eventualmente intensificando o acelerando los procesos de transformación o de pérdida cultural.
La educación y la vida urbana han traído para la juventud indígena amazónica nuevas costumbres y formas de vida tanto positivas como negativas. Por un lado, ofrecen espacios y experiencias que les permiten acceder a herramientas y conocimientos que pueden servirles, no solo para ganarse la vida, sino también para eventualmente defender sus derechos y territorios en permanente amenaza, pero, al mismo tiempo, pueden generar el debilitamiento y hasta la destrucción de los valores, creencias y relaciones sociales que constituyen las bases mismas de las sociedades indígenas.
En la ciudad, la juventud indígena no solo aprende nuevas ideas o valores en las instituciones educativas, sino también enfrenta desafíos y situaciones para los cuales no siempre está preparada. En los contextos urbanos, el contacto constante con la sociedad mestiza les exige adaptarse, no siempre de una manera positiva, eventualmente intensificando o acelerando los procesos de transformación o de pérdida cultural. Y, en el caso de vivir en sus propias comunidades, también reciben muchas presiones para ser buenos estudiantes, para luego migrar y convertirse en profesionales, ideal que, en la práctica, la mayoría no logra conseguir.
Una parte fundamental del dilema que enfrentan estos jóvenes radica en que no queda del todo claro qué significa ser un indígena moderno. Es decir, cómo salirse de los estereotipos e imaginarios generalizados a través del tiempo y de los medios de comunicación y que usualmente los presentan a partir de sus rasgos más exóticos: desnudos o emplumados salvajes y vinculados de manera indesligable a un bosque amazónico idealizado. Estos estereotipos son utilizados frecuentemente en las escuelas por parte de los docentes para, supuestamente, promover el «progreso» de estos jóvenes.
Hay que recordar, también, que en toda la cuenca amazónica existen unos cuatrocientos pueblos originarios distintos. Por ello, las situaciones generadas por los cambios culturales y las respuestas que dan los jóvenes a estos nuevos desafíos varían de un pueblo a otro. Así, por ejemplo, jóvenes provenientes de pueblos con una fuerte autoestima en relación con su identidad étnica, como los shipibo-konibo, los shuar o los awajún, mantienen mejor sus idiomas y sus tradiciones culturales y, en muchos casos, buscan formas creativas de combinar estas tradiciones con las formas de vida modernas. Un ejemplo de ello es su intensa participación en las redes sociales, sin abandonar por ello el uso de sus propios idiomas.
Existen también jóvenes de otros pueblos que buscan, por el contrario, establecer una mayor distancia frente a las prácticas culturales de sus antepasados, pero sin romper definitivamente con sus orígenes. En estos casos, los y las jóvenes tienden a autoidentificarse como «descendientes». Este término, propuesto en muchos casos por los docentes en las escuelas, expresa una mayor distancia entre la generación joven y las anteriores a las que pertenecían sus madres o abuelas. Al mismo tiempo, este término les posibilita mantener un vínculo con esas generaciones; les permite, si así lo desean, el reconocimiento de sus derechos indígenas, ya que la legislación nacional e internacional utiliza también este término.
Asimismo, existen jóvenes que buscan distanciarse aún más de sus orígenes. En algunos de estos casos incluso llegan a negar o rechazar sus orígenes y su propia identidad étnica. En muchos casos, sin embargo, esta actitud de rechazo dura solamente algunos años y cuando llegan a tener sus propios hijos, vuelven a las tradiciones y valores heredados de sus antepasados.
Al respecto, existen varios casos de líderes indígenas que cuentan cómo, cuando fueron más jóvenes, rechazaron su propia identidad debido a las presiones, los maltratos o el bullying que sufrieron a través de actos de discriminación y racismo, pero que, una vez que llegaron a convertirse en adultos más maduros, volvieron a sus raíces y se convirtieron en activistas culturales y líderes políticos que defienden y promueven los derechos de sus pueblos.
En última instancia y más allá de las respuestas individuales que cada joven indígena pueda encontrar para responder a estos desafíos, los pueblos amazónicos, de manera colectiva, deben también buscar respuestas a las preguntas que muchas sociedades se han hecho a lo largo de la historia: cómo buscar en sus propias raíces y tradiciones pistas para vivir en nuevos contextos históricos y sociales sabiendo, además, que lo que está en juego es su propio futuro.
Filósofo y antropólogo. Docente del departamento de Ciencias Sociales de la Pontifica Universidad Católica del Perú.