Uno de los temas más candentes en las últimas décadas es la denuncia, por parte de diferentes movimientos de mujeres, contra la violencia sexual y de género. Gracias a su impulso este problema ingresó al temario de los organismos internacionales en el transcurso de la década del 80[1]. Una de sus constataciones más importantes es que, cuando se enfoca la violencia doméstica y el abuso físico y sexual de niños, los hombres son los principales perpetradores. Más aún, la violencia contra la mujer es tan generalizada que ya no se la percibe como tal sino como una de las tantas incomodidades que las mujeres deben soportar[2]. Asimismo, se ha hecho evidente que las nociones corrientes sobre masculinidad consideran “natural” su asociación con el dominio y reacciones impulsivas. Diversos estudios han llamado la atención sobre la asociación entre masculinidad y conductas de riesgo, tales como consumo excesivo de alcohol y drogas y con el vandalismo[3]. Ello ha llevado a que se revisen actitudes, fórmulas de trato y concepciones sobre la masculinidad que las personas -hombres y mujeres- internalizamos desde la infancia y consideramos como parte de nuestra naturaleza. Estas últimas se adquieren durante la formación inicial en el hogar, con los pares, la escuela, etc. De allí que sea importante analizar este fenómeno con el fin de desarrollar estrategias que nos permitan ensayar nuevas formas de vivir la identidad masculina y las relaciones entre varones y mujeres.
En el presente ensayo presento los resultados de varias investigaciones sobre masculinidades que realicé desde la década de los 90 hasta la actualidad (Fuller 1997, 2000, 2002, 2011). Analizaré solo un aspecto de la socialización masculina: los juegos infantiles en la familia y entre pares del barrio y la escuela. He escogido este tema porque se trata de un aspecto de la vida de las personas aparentemente inocuo. Sin embargo, precisamente porque no aborda una problemática dramática, nos permite entender cómo ciertos aspectos de la masculinidad: su asociación con la fuerza y el dominio sobre las mujeres, se transmiten de una manera aparentemente natural y van siendo internalizados de manera que forman parte de los hábitos mentales y corporales de varones y mujeres.
Desde el momento del nacimiento en que se inicia el proceso de socialización, a todos los seres humanos se les clasifica como hombres y mujeres, dejando fuera a los seres cuya anatomía es ambigua (personas intersexuales). A partir de una característica biológica se asume que las personas desarrollarán características psicológicas y culturales. Esta clasificación marcará el resto de sus vidas, ya que a partir de ahí comienzan a ser tratadas y comportarse como hombres y mujeres. Por ejemplo: las acciones de la vida cotidiana, la ropa, el trabajo y las relaciones familiares, entre otros, les dan a las niñas y a los niños los elementos para comportarse de acuerdo con el género asignado y para elaborar su autoimagen. Ambos, niños y niñas, aprenderán también la valoración desigual que la sociedad confiere a lo masculino (altamente valorado) y lo femenino (devaluado). Incluso esta diferencia de valor, como muchas otras, quedará registrada como algo natural y casi nunca será reconocida como una construcción social.
En la cultura peruana, los juegos infantiles están cuidadosamente diferenciados y catalogados según el género y se dividen en femeninos, masculinos y mixtos. [...] Los niños se entrenan para controlar el mundo externo, mientras que las niñas serán entrenadas para adaptarse a la casa. De este modo, lo masculino se identifica con el dominio y la competencia.
Durante este período no se escoge a las personas encargadas de la socialización. La sociedad presenta al sujeto un conjunto ya definido de personajes. Él (ella) tiene que aceptarlos tal como son y no tiene ninguna posibilidad de escoger otra opción. Esto trae como consecuencia que, a pesar de que el infante no es inherentemente pasivo, son los adultos los que establecen las reglas del juego[4]. Por la misma razón, la interiorización de la versión de la realidad de sus padres, los socializadores primarios, es casi inevitable. La niña/niño no interioriza los contenidos primarios como uno de muchos mundos posibles, sino como el único mundo existente o concebible.
La socialización se facilita con el soporte de las instituciones sociales que reproducen, refuerzan y controlan la transmisión de estos patrones de género, tales como la familia, el sistema educativo, la religión y los medios de comunicación. Durante la niñez la familia tendrá un papel preponderante en la conformación del género, ello ocurre no sólo a través de las observaciones y el trato directo con los familiares; las niñas y los niños por su parte también aprenden a través de la observación de las relaciones de género que desarrollan los adultos entre sí. Estas relaciones pueden ser más o menos equitativas y se expresan en prácticas de la vida cotidiana ante la presencia de los pequeños que los van asimilando. Así, por ejemplo, un niño que observe violencia por parte de su padre hacia su madre aprenderá que la agresión física es una forma de vincularse con las mujeres. Por otro lado, una niña a la que se le enseña desde pequeña que debe servir la comida y tender la cama a sus hermanos, aprende que a ella le corresponden estas labores más que a los hombres, lo que puede marcar la manera en que se distribuye las tareas domésticas con futuras parejas.
En la segunda infancia el mundo de los niños y niñas se amplia. La escuela y los pares serán agentes socializadores cruciales. Durante este período los niños, ayudados por sus pares y por los adultos, irán alejándose de la influencia materna para ingresar a una categoría aparte: la masculina. Los pares, los amigos, serán uno de los transmisores de la cultura masculina y quienes contribuyen a desarrollar el sentido de pertenencia a la cofradía de los varones y la oposición de esta última con las mujeres.
Entre las vías más importantes para la trasmisión de las concepciones y normas de género están los juegos, los cuentos infantiles y los juguetes, así como de todo aquello que rodea a niñas y niños. A través de estas actividades el niño internaliza los rudimentos de un aparato legitimador, esto es, los valores que justifican y legitiman las representaciones que orientan su conducta y sus interpretaciones del mundo. En consecuencia, el juego infantil no es una simple expansión, sino un cuidadoso proceso de asimilación de las representaciones colectivas de cada cultura.
En la cultura peruana, los juegos infantiles están cuidadosamente diferenciados y catalogados según el género y se dividen en femeninos, masculinos y mixtos. Los juegos masculinos, representados por la manipulación de objetos definidos como tales (carros), asociados a tareas masculinas en la división sexual del trabajo (herramientas), a la guerra y al fútbol, establecen un corte preciso entre lo masculino y lo femenino. Estas actividades lúdicas se identifican con la guerra, la aventura, la libertad y la calle. Los niños se entrenan para controlar el mundo externo, mientras que las niñas serán entrenadas para adaptarse a la casa. De este modo, lo masculino se identifica con el dominio y la competencia.
Al pasar la primera infancia el juego masculino se traslada, real y simbólicamente a la calle. El grupo de pares (los amigos) pasa a ser una de las instancias de transmisión de nociones sobre la masculinidad más importante, compitiendo con los del hogar y la escuela. Los niños aprenden el lenguaje masculino, hermético a las niñas y cargado de hostilidad intergénero. Las cualidades más valoradas son valentía, fuerza, arrojo, rudeza. De este modo, el juego transmite valores centrales para la constitución de la identidad masculina hegemónica: pericia, competencia, complicidad entre varones, hostilidad hacia las mujeres y oposición casa/calle. En el lenguaje de los amigos, la sensibilidad o empatía, cualidades que caracterizan a los valores de la casa, adquieren un signo invertido y deben ser cuidadosamente suprimidos. Un verdadero hombre tiene que ser duro y no debe preocuparse por los sentimientos de los otros. Para sobrevivir y ser aceptado, un niño debe encontrar una manera de desarrollar algún nivel de agresividad. La sumisión se asocia con el peligro de feminización. Así, por ejemplo, el ganador de una pelea de chicos ocupa la posición activa dominante y pone al perdedor en una posición pasiva, femenina. Esto último constituiría el máximo peligro y fuerza a los niños a entrar dentro de los moldes prescritos.
En conclusión, el análisis de algunas características de la socialización masculina nos puede dar pistas para entender algunos rasgos de las conductas masculinas asociados a la violencia de género: la tendencia a subestimar a las mujeres, la competencia a través de formas de dominio, tanto entre varones como hacia las mujeres, y la asociación con conductas de riesgo, a menudo violentas.
----------------------------
[1] La recomendación General del Comité para la eliminación de la discriminación contra la mujer CEDAW (1992), marcó un hito en el tratamiento a la problemática de la violencia contra las mujeres al declarar que la violencia basada en el género es una forma de discriminación que inhibe seriamente la capacidad de las mujeres para disfrutar sus derechos y libertades (FULLER, Norma. “Políticas públicas contra la violencia conyugal. ¿Dónde estamos veinte años después? En: Sexualidad, Salud y Sociedad, Revista Latinoamericana Nº 4, pp. 10-27, Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos. 2010).
[2] En el Perú, 7 de cada 10 mujeres han sufrido violencia por parte de su pareja o expareja (Instituto Nacional de Estadística e Informática. 2015. Encuesta Demográfica y de Salud Familiar. ENDES 2014. INEI: Lima. Recuperado de www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1211/pdf/Libro.pdf).
Los casos de feminicidio se han incrementado en 26,4% respecto al mismo periodo del año anterior. Durante enero - abril 2017, los casos de este delito consolidados por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) sumaron 34, mientras que en el mismo rango de meses (enero - abril 2018), estos fueron 43 en total (El Comercio. Junio 2018: https://elcomercio.pe/peru/26-incremento-cifra-feminicidios-peru-respecto-periodo-anterior-noticia-524699)
[3] DE KEIJZER, Benno. “Paternidades y transición de género.” En: Fuller, Norma (Editora) Paternidades en América Latina. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2000. pp. 215-240.
FULLER, Norma. Identidades Masculinas. Varones de clase media en el Perú, Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, Perú 1997
FULLER, Norma Masculinidades, cambios y permanencias. Varones de Cuzco, Iquitos y Lima. Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima 2001.
FULLER, Norma. Difícil ser hombre. Nuevas masculinidades latinoamericanas. Fondo Editorial, PUCP. Lima 2018.
[4] BERGER, Peter y Thomas LUCKMANN. La construcción social de la realidad. Amorrortu, Madrid 1968.
Otoño 2019
Norma Fuller
Profesora principal del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). PhD Universidad de Florida Gainesville .