Había una época en la que todos se reunían ante una pantalla en el cine y eran decenas de personas ante una enorme imagen viendo un gran espectáculo. El tiempo pasó y luego fueron un grupo más reducido de personas, muchas veces la familia, viendo una pantalla más pequeña, es decir, el televisor. Hoy en día, la pantalla se ha reducido y ya no es vista de manera grupal, sino por una sola persona que tiene la ilusión de estar conectada con muchas otras, a través del teléfono celular o la computadora personal.
¿Qué no ha cambiado? No ha cambiado que esa pantalla sigue siendo un grito lejano del fogón donde por milenios, el narrador de historia captaba nuestra atención y nos contaba mitos que explicaban de dónde venimos y cuál es nuestra posición en la sociedad, leyendas que nos hablaban de los héroes que se alzaban como ejemplos y garantía de que el caos no ganaría, o historias con moralejas en las que aprendíamos cómo nos debíamos comportar.
Los mitos del ayer se han transformado en narraciones audiovisuales que circulan por streaming y siguen hablando de héroes o de eventos fundantes, pero ahora nos hablan de distinta forma. «Somos así» ya no porque los dioses nos hicieron a su capricho, sino por los caminos de la vida que seguimos y por los caminos de los personajes en la pantalla con los que nos identificamos, se vuelven nuestros referentes y son atractivos en la medida que nos cuentan no su propia historia, sino que nos permiten proyectarnos en ella.
"La cultura popular sigue teniendo las mismas características de siempre, no es de élite, es decir, no forma parte del consumo evidente de los grupos de poder económico y social que suelen ver con desprecio lo que consume la gente común."
Si Gilgamesh es la primera narración de la especie humana y nos habla a través de la escritura cuneiforme de las pericias de un rey déspota que se transforma por la amistad y comparte aventuras con su mejor amigo, hoy tenemos una pléyade de superhéroes que cumplen, más de tres mil años después, la misma misión: demostrarnos que podemos vencer la adversidad y que podemos cambiar nosotros mismos para cambiar el mundo. Si la primera narración occidental fue La Iliada y su segunda parte, una saga de aventuras como La Odisea, hoy vemos en el cine cómo los héroes han vuelto ya no para verlos inalcanzables, sino para mostrarnos que también tienen pérdidas, que sufren y que el camino a casa nunca es fácil. Las telenovelas han ejercido un rol importante de reemplazo de las sagas míticas, por décadas han enseñado a las personas el sufrimiento o la injusticia que se puede padecer por más de un año y medio (lo que suelen durar en Latinoamérica).
Lo que la cultura popular ha ido cambiando a través de los siglos es la voluntad de los jóvenes actuales de no ser meros espectadores. La revolución copernicana que significa el internet: si antes se veía programas de concurso donde los cantantes eran elegidos por un jurado, ahora se exige que el voto también sea por parte de los televidentes a través de la red; si antes los artistas eran lejanos, ahora se quiere saber de su vida privada constantemente; si antes el humor era patrimonio de un programa televisivo sabatino, hoy cada grupo, cada segmento social, tiene la posibilidad de hacer memes que solo una comunidad entiende.
En realidad, el cambio de voluntad y la ilusión de participar, más que ser un mero observador, se deben en parte a los cambios radicales que se observaron en el siglo XX y que dieron lugar a la así llamada posmodernidad. El siglo XX estuvo marcado por la racionalidad y la ciencia, pero también por dos guerras mundiales desbastadoras, el Holocausto y la guerra de Vietnam, que hicieron poner en tela de juicio las promesas del mundo moderno. También el siglo XX vio los últimos procesos de independencia de colonias, lo que permitió apreciar nuevos puntos de vista que se complementaban con la irrupción poderosa de los medios de comunicación masiva: nuevas formas de ver el mundo, nuevos diálogos, no solo una verdad única. Las propias emociones comenzaron a ser valoradas sobre las ideologías que homogenizan y la idea de valorar los sentimientos se volvió importante. Esto lo vemos actualmente en la literatura juvenil, las películas cargadas emocionalmente y la complicidad del internet entre los jóvenes.
La cultura popular sigue teniendo las mismas características de siempre, no es de élite, es decir, no forma parte del consumo evidente de los grupos de poder económico y social que suelen ver con desprecio lo que consume la gente común. Así habrá quienes califiquen el humor popular de vulgar, las películas de superhéroes como la decadencia del cine y a Bad Bunny como algo totalmente despreciable. En realidad, sobre la cultura popular se abre un abanico tan grande en donde entran desde el rock hasta las telenovelas, desde el rap hasta la cumbia, desde las películas de acción o románticas hasta los programas de YouTube y los memes. Es todo un universo de color.
A su vez, la cultura popular se define como de difusión masiva, lo que implica el uso de un medio de comunicación, ya sea radio, televisión, prensa escrita o internet. Desde hace casi un siglo se ha sospechado de que las grandes empresas difundan lo popular, es posible que se haya usado esto como una forma de mantener pasiva a la población. En realidad, la cultura popular existe y puede ser utilizada por las dictaduras para distraer a los humanos. Sin embargo, nosotros como receptores nunca somos tan pasivos. Las grandes empresas deben entablar estudios de marketing, entrar en dialogo con el consumidor y saber de gustos y preferencias para evitar grandes pérdidas económicas. En pocas palabras, si bien la cultura popular ha sido usada como distractor de problemas sociales, es porque es consumida y querida pero no porque haya sido creada por sectores de poder.
"Si bien la cultura popular ha sido usada como distractor de problemas sociales, es porque es consumida y querida pero no porque haya sido creada por sectores de poder."
La cultura popular peruana se caracteriza por el horror al vacío. No puede haber espacio en blanco, ya sea en los carteles chicha, en los sabores dulces, picantes, salados o de fritura, en el humor siempre dicharachero y agresivo, en el melodrama de las telenovelas que son intensas o en el fragor de los chismes que están llenos de expresiones y sorpresas. Es posible que tanta intensidad se deba a que en el Perú hemos vivido siempre en la incertidumbre: terrorismo, crisis económica, represión, COVID, crisis política, falta de seguridad. Esto nos ha acostumbrado a pensar que no hay un mañana, que lo único que tenemos es el hoy, y que es mejor vivirlo de la mejor manera.
Se han criticado mucho los alcances de la cultura popular. Es cierto que en las telenovelas populares, en los programas cómicos y en los tabloides se ha promovido el machismo, la cosificación del cuerpo de la mujer, y también es cierto que las telenovelas han convertido en virtud la victimización. Pero mal haríamos en juzgarla desde un solo punto de vista. La cultura popular se ha mostrado cercana y democrática, ha manifestado nuestras emociones más intensas y ha puesto en tela de juicio la seriedad que se nos ha impuesto. En otras palabras, riéndonos con los comediantes, llorando con las telenovelas, chismeando con los programas de televisión, podemos entendernos como sociedad desde adentro, cómo somos, cómo sentimos y qué podemos cambiar.
Antropólogo y escritor. Docente principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú, especializado en cultura popular, migración y humor peruano.