“Uno de los chicos contó que la pandilla lo invitó a robar con ellos y cuando él dijo que le daba, miedo ellos le respondieron: si no lo haces no vas a tener para comer y te vas a quedar solo”.
En el presente texto queremos compartir con ustedes la experiencia de la escuela de danza Ángeles D1, que trabaja con niños y jóvenes que viven en los conos de la ciudad de Lima. D1 se compromete con el desarrollo integral de sus alumnos, buscando que cada uno de sus integrantes pueda constituirse en alguien generador de desarrollo y cambio. Ofrecemos una formación de alto nivel en la danza unida al acompañamiento que posibilita el desarrollo de sus integrantes para crecer como individuos confiables, constructivos, comprometidos y creativos.
La ciudad de Lima presenta una serie de escenarios donde las posibilidades de una vida digna para los jóvenes están lejanas, creando círculos viciosos que hacen que el riesgo de caer en conductas psicopáticas sea altísimo.
Es difícil comprender cómo funciona la dinámica diaria, ya que en la mayoría de sus miembros existe una carencia en la capacidad de comprender y comunicar lo vivido.
Como equipo teníamos múltiples y muy diversas preguntas acerca de este grupo de niños y jóvenes: ¿Por qué es tan difícil encontrar salidas a la miseria a pesar de que muchos proyectos ofrecen supuestas oportunidades de progreso?, ¿por qué a pesar de todas las campañas informativas las jóvenes siguen quedando embarazadas?, ¿por qué los jóvenes de comunidades vecinas son capaces de pelearse a muerte?, ¿por qué ingresan a pandillas cometiendo con ellas actos extremadamente destructivos?, ¿por qué la frase “llegar a ser alguien en la vida” es tan importante?
La vida de estos chicos trascurre en pequeñas casitas de esteras, muchas veces de un solo ambiente. La mayoría comparten el cuarto y la cama con varios hermanos. En casa no existen los espacios de comunicación para reflexionar sobre un tema. Las palabras se usan para dar órdenes, expresar frustración, o castigar.
Muchos padres trabajan todo el día. La mayoría de los jóvenes no han tenido una conversación lo suficientemente seria con sus padres como para sentir que son nombrados con cualidades que les den identidad. Muchos niños han sido abandonados física y afectivamente por alguna de sus figuras paternas. Otros, aunque tienen a sus padres en casa, viven en una situación de continua violencia.
El ambiente dentro de casa es también de marginación y carencia en muchos sentidos -hambre, hacinamiento, frustración, miedo- y, por lo tanto, son un espacio de cultivo para la agresión que puede estallar con fuerza en cualquier momento.
Con esta realidad, es lógico suponer que el niño quiera salir de casa. El barrio puede ser una alternativa, afuera hay amigos para jugar. Pero cuando el niño comienza la etapa de la pubertad, las heridas por la agresión y el abandono ya no pueden ser contenidas.
Fuera de casa los amigos han empezado a ser reclutados por pandillas que ofrecen una alternativa como grupo de pertenencia. La regla de que el grupo permanece por encima de todo les da cierto nivel de seguridad y alguna identidad. Pero dentro de la pandilla no existe individualidad y lo que decida el jefe, el grupo lo hace.
El grupo se convierte en alternativa al desamparo, la pandilla es un escape para la agresión interna acumulada. La agresión es una emoción que la carencia y la frustración maximizan.
Psíquicamente, lo que se ha construido es una estructura que se sostiene con el olvido; es necesario olvidar porque la memoria acerca a sentimientos que generan dolor. La posibilidad de reflexionar sobre los errores y aciertos del pasado, para aprender de la experiencia, significa enfrentarse a lo doloroso. Al no ver el pasado tampoco hay consciencia de futuro. Existe en la mente una sola cosa, sobrevivir al presente.
En referencia a las posibilidades de este tipo de desarrollo interno, son útiles las explicaciones de Peter Fonagy[1] (1999) cuando dice que las experiencias de malos tratos del infante excluyen la posibilidad de un ‘self coherente’. El niño se defiende inhibiendo su capacidad para pensar, por lo que tiene una representación deficiente de sus estados mentales y la de los otros. La experiencia interna no puede encontrar la comprensión externa y permanece sin ser nombrada, confusa, y el afecto se desborda, no puede ser contenido.
"Con sus giros, piruetas y coreografías demuestran la cohesión del grupo y la fuerza de la disciplina, despertando un sentimiento que va más allá de la palabras".
Estos jóvenes no confían en las otras personas, en la sociedad, en la ciudad a la que pertenecen y no se valoran a sí mismos. Su motivación es baja por la falta de oportunidades y la desorientación de los padres sobre cómo encontrar un futuro mejor. Sienten que la ciudad no los acepta y los rechaza.
El ‘hip hop’ nace en los años 60 en comunidades marginales de Nueva York como un baile callejero que, creando fanatismo en los jóvenes, remplazó las anteriores batallas de violencia pandillera por escenas artísticas, generando la excitación del público y la explosión de insólita creatividad. Sus movimientos arriesgados necesitan estar bien canalizados ya que la fuerza que se imprime al baile, si no está bien disciplinada, puede significar serios accidentes. En Lima, en la cima del Cerro de Arena, se juntan jóvenes a hacer acrobacias, practicando varias horas, desarrollando su habilidad.
Un joven cuenta:
“Nos íbamos en la mañana, temprano, y estábamos allá 8 horas, regresábamos sucios y llenos de arena, a lavarnos un poco ya que el agua es de cilindro; y al día siguiente a ponerse la misma ropa y al cerro”
De esta forma espontánea e intensa encuentran un camino para poder canalizar y descargar su fuerte energía y agresión. Si bien esto no es suficiente para hablar de un cambio, sí comienza a ser otra manera de estar en el barrio, de buscar alternativas distintas a las drogas o las pandillas. Ejercer dominio sobre el cuerpo les implica satisfacción y la búsqueda de una identidad.
Antonio Damásio[2] (1990) nos enseña que pensamos con el cuerpo. Un cuerpo que representa aquella zona intermedia entre el mundo interno, la propia mente y la sociedad, por lo que autores como Holmes (2010) sugieren que en el modo como experimentamos nuestro cuerpo está la memoria de nuestras relaciones fundamentales. Las maromas, los saltos mortales en el arenal se convierten así en la búsqueda de una primera metáfora que exprese su vivencia interna, la de encontrarse en el aire, en riesgo, en las volteretas mortales de su propia vida.
Las primeras experiencias de la escuela nacen acompañando esta fuerza y motivación, canalizándolas para el baile. El encuentro inicial con los saltos y mortales se engarza con la constancia, disciplina y exigencia que se desarrolla en la danza como expresión artística.
Pensamos que el baile, las maromas en la arena, ejercen un factor inicial protector porque canalizan la energía y la agresión. Pero tienen aún el estatus de una actividad compensatoria, como un modo de auto-apaciguamiento ante las fallas y privaciones de las relaciones con el mundo externo. Se encuentran en un nivel compulsivo, tal y como serían las lesiones físicas repetitivas u otras compulsiones propias del adolescente actual.
Para que esta actividad tenga un nivel que vaya más allá de la adicción al ejercicio es necesario ir buscando una palabra que les permita elaborar sus vivencias y reflexionar sobre ellas, utilizando la capacidad transformadora del baile. Si seguimos a Winnicott[3] podemos decir que es necesario realizar la elaboración imaginativa y afectiva de la experiencia del cuerpo para desarrollar la creatividad y la capacidad de integración, personal y social.
Luego de varios años Ángeles D1 cuenta con un grupo cohesionado de jóvenes, quienes han desarrollado una confianza tal que son capaces de llegar a lugares rodeados de pobreza y violencia contagiando una fuerza capaz de sembrar la primera semilla de motivación para un cambio. Con sus giros, piruetas y coreografías demuestran la cohesión del grupo y la fuerza de la disciplina, despertando un sentimiento que va más allá de las palabras.
Atraídos por esta fuerza, nuevos jóvenes comienzan a interesarse en la escuela. En un primer momento no es importante ser mejor persona, lo importarte es poder tener el poder de aquellos chicos que vuelan por el escenario.
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[1] Psicólogo y psicoanalista inglés. (N. E.)
[2] Médico neurólogo portugués. (N. E.)
[3] Donald W. Winnicott (1896 - 1971). Pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés.
Erik Baumann
Psicólgo PUCP. Master en Musicoterapia UB, España. Becario Internacional en el Luois Amtrong Center for Music and Medicina, N.Y, USA. Miembro de la Junta Directiva de Asociación Internacional de Música y Medicina. Editor y Productor del Journal "Music and Medicine".
Diana Cornejo de Baumann
Psicólogo PUCP, Magister en Psicoanálisis UB, España, Psicoterapeuta de niños y Adolescentes. Miembro de la Asociación Peruana de Psicoterapia Psicoanalítica de Niños y Adolescentes, APPPNA (dos veces presidente de la dicha asociación). Editora de la Revista de la APPPNA. Miembro del Directorio de la Asociación Cultural D1 Dance. Asesora del departamento sicopedagógico de la Escuela Ángeles D1.
Paola Vecco
Licenciada en Psicología, ex directora del psicopedagógico de Ángeles de D1. Asesora en diversas ONGs que trabajan con niños y jóvenes.