¿Por qué el Papa Francisco ha decidido canonizar a Pedro Fabro, jesuita, compañero de Ignacio y hasta la fecha muy poco conocido? Esta pregunta nos va a servir de marco para tratar de entender la canonización de nuestro nuevo santo en la perspectiva de su actualidad para la Iglesia y el mundo de hoy.
Para acercarnos a unas facetas de Pedro Fabro podemos tomar como hilo conductor la orientación que el nuevo Papa quiere dar a la Iglesia.
Francisco ha mencionado en reiteradas ocasiones que desea para ella una actitud de mayor sencillez, mayor acogida a las situaciones de dificultades espirituales y materiales de la gente, mayor atención a los desafíos del mundo, mayor espíritu de servicio. Podemos entonces suponer que el Papa ha encontrado en Fabro un estilo que corresponde a lo que busca para la Iglesia. Y, efectivamente, lo que sabemos de su vida responde bastante a esta preocupación.
Hay que recordar que el joven Fabro, en la búsqueda de un compromiso radical con el Evangelio, ha sido orientado y fortalecido por Ignacio. Esta preocupación de compromiso ha florecido, evidentemente, varias veces en la Iglesia antes de Ignacio y de la fundación de los jesuitas. Pero la marca del joven grupo iniciador de la Compañía ha sido la de descubrir, poco a poco, que este compromiso personal podría ponerse al servicio de la Iglesia, atravesada también en esta época por graves problemas.
Para no ser largo, destacamos tres orientaciones que el Papa Francisco desea que la Iglesia asuma y cómo la imagen de Pedro Fabro puede aportar a ello:
Fabro no ha ido, como Francisco Xavier, a la otra extremidad del mundo; pero ha sido de manera excepcional un hombre del encuentro con el otro.
En la gran crisis planteada por los inicios de la reforma protestante, en Alemania, ha pensado que su servicio a la Iglesia católica no era la disputa teórica sino el encuentro y el diálogo. Ha trabajado, en sus distintas estadías en diversas ciudades de Alemania, en fomentar la comprensión y la paz entre todos los protagonistas movilizados en las situaciones de tensiones de la época. Para encontrarnos realmente a pesar de nuestras diferencias, pensaba Fabro, hay que empezar por vivir en profundidad nuestros compromisos y evitar planteamientos puramente doctrinales. Ante este gran desafío de la Iglesia, Fabro pensaba que el camino para procesarlo era la búsqueda de comprensión más que una actitud de condena. Eso formaba parte de su estilo espiritual.
Podemos decir que esta actitud en Fabro se aplica de manera excepcional.
En las varias misiones de negociación que tuvo que cumplir por encargo de Ignacio, Fabro esperaba semanas, a veces meses, para encontrar las personas con las cuales había pedido un encuentro. En estos largos tiempos de espera, Fabro tenía un don para hacerse amigo de todo tipo de gente.
Ha sido considerado por sus contemporáneos como un hombre excepcionalmente capaz de escucha y de amistad. El mismo tenía, de su propia persona, una imagen de fragilidad; quizás por eso mismo entendía a sus interlocutores con una notable empatía. Sabía animarles, de manera convincente, a saberse amado por un Dios “manso y humilde”. Había sacado, de su experiencia espiritual frente a sus propias limitaciones, una confianza profunda en este Dios, lo cual marcaba su manera de abordar a cualquier persona.
Fabro formó para sí mismo, y para la aún joven orden de los jesuitas, grandes deseos y ambiciones, rezando constantemente para que estas se puedan realizar. Sin embargo, él mismo se siente algunas veces incapaz de contribuir a estos grandes proyectos, y lo acepta con una gran serenidad.
Podemos pensar grandes proyectos, pero si estamos en cosas pequeñas no importa. Hay que hacerlas grandemente, con la actitud de acción de gracias de hacer de todas maneras lo que nos toca hacer. La vida cotidiana, con todo lo que tiene de limitaciones, de rutinas y a veces de aburrimiento, puede ser el lugar de la gloria de Dios de manera tan significativa como la realización de grandes proyectos.
Los mismos grandes proyectos, a los cuales Fabro ha sido varias veces asociado por Ignacio, comportan una gran dosis de actividades sin ningún prestigio, lo cual nos puede acercar también a la vida humilde de Cristo. Siempre que esta vida escondida tenga como norte la preocupación del servicio al próximo, cualquiera que esta sea, es camino para seguir a Cristo humilde y manso de corazón.
¿Qué nos puede inspirar Pedro Fabro en el contexto actual de la Iglesia?
Terminemos con una observación que no pretende decirlo todo sobre Fabro, sino destacar un aspecto que nos puede inspirar.
Fabro nos puede enseñar cómo en una época de grandes transformaciones, como fue la suya y es la nuestra, hay una manera sencilla y humilde de desprenderse de las rutinas de lo que sabemos para hacernos capaces de escuchar a los demás de manera abierta y profunda.
La "vida interior" de Fabro, tal como su diario lo manifiesta, no parece ser un refugio cerrado e inmóvil; sino un camino en el cual descubre, en la marcha cotidiana, nuevas facetas del misterio que le invitan a no instalarse en lo conocido. Igual pasa en su relación con los demás. Es una persona que llega a acercarse con mucho respeto a lo que el otro tiene de singular, de nuevo, de diferente de los demás, de misterio propio.
Este diálogo entre la escucha de lo "interior" y la escucha de los demás parece ser un aspecto profundo de la experiencia de Fabro que puede ser una inspiración importante para nuestro tiempo, que sufre a menudo de mucha comunicación, pero sin que tengamos tiempo para hablarnos realmente.
Pedro Fabro
Nace en Saboya en 1506. Hijo de una familia de agricultores muy religiosa.
Piadoso y ávido de conocimientos, se traslada a París para estudiar filosofía y teología, donde encuentra a Francisco Xavier y hace amistad con él. Los dos tienen 19 años.
Posteriormente, en 1529, ambos conocen Ignacio. En este momento Fabro es una persona escrupulosa y con dudas sobre su futuro. Ignacio le ayuda mucho a consolidarse espiritualmente. En 1535 Fabro es ordenado sacerdote y es uno de los amigos que forman el grupo que hace votos en Monmartre, que luego da origen a la Compañía de Jesús.
Durante los primeros años de la Compañía, Fabro es enviado por Ignacio a distintas misiones. Viaja mucho por toda Europa. Entre 1541 y 1544 escribe un diario espiritual, realmente bello.
En 1546 Ignacio le pide volver de España para asistir al Concilio de Trento. Fabro llega en julio a Roma, pero muere en agosto del mismo año. Tenía 40 años.
Bernardo Haour, SJ
Universidad Antonio Ruiz de Montoya