Hablando de su misión, como servicio de la fe y promoción de la justicia, la Compañía de Jesús pudo decir que “nuestra fe se ha hecho más pascual, más compasiva, más tierna, más evangélica en su sencillez” (Congregación General 34, decreto 1, n° 1).
Habían pasado veinte años desde que, en 1975 y en otra Congregación General, la Compañía de Jesús había dicho que entendía su misión como “el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta”. A este texto se lo conoce como el Decreto Cuarto.
Se llegaba a él con una importante historia de búsquedas, debates y opciones… afirmada por el testimonio de muchos y reafirmada incluso por mártires, que la llevaba a hablar de la fe de manera más vivencial y reconocida.
Y hacer ese recorrido terminará siendo una experiencia obligada que se podría recoger en tres o cuatro notas:
Promover la justicia implicaba llegar a situaciones alejadas, extremas, habitualmente marginadas y apenas consideradas, pero donde de hecho el Reino de Dios se ve más amenazado. Y eso significaba un nuevo punto de partida al tener en cuenta la visión de los desfavorecidos para, desde allí, mirar al conjunto de la sociedad.
El mundo de los marginados planteaba innumerables encrucijadas que resultaban ser fronteras: aquellas situaciones en las que hay que decidir arriesgando cómo seguir adelante sin mayores datos que los límites inmediatos, pero con la convicción de que optar por ellas es ir sembrando signos del Reino en nuestro tiempo.
El mundo de los marginados planteaba innumerables encrucijadas que resultaban ser fronteras: aquellas situaciones en las que hay que decidir arriesgando cómo seguir adelante sin mayores datos que los límites inmediatos.
Una de ellas, la situación de millones de refugiados que causan los conflictos bélicos. “Las necesidades, tanto espirituales como materiales de los 16 millones de refugiados que hoy hay por el mundo, difícilmente podrían ser mayores. Dios nos está llamando a través de esas poblaciones desvalidas. La oportunidad de prestarles ayuda deberíamos considerarla como un privilegio que, a su vez, nos traerá grandes bendiciones de Dios para nosotros y para nuestra Compañía”, escribía el P. Arrupe al crear en Tailandia el Servicio a los Refugiados en 1980.
Cuando en el Documento de Puebla (1979) los Obispos de Latinoamérica decidieron “la opción preferencial por los pobres” se abría un sostenido camino de encuentros con las presencias del Señor. Una opción de la que Benedicto XVI dijo acertadamente en Aparecida (2007) que “es implícita en la fe cristológica en el Dios que se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza”.
La Compañía de Jesús iba comprendiendo un poco más su misión y que el seguimiento de Jesús nacido en pobreza suponía asumir las exigencias de la justicia del Reino de modo inseparable. Iba a ser frecuente verse en el desamparo de las fronteras, pero será cada vez más firme su opción por mantener unidas la fe y la justicia, enriqueciéndose recíprocamente.
El servicio de la misión Fe-Justicia fue poniendo en contacto a muchas personas e instituciones dedicadas al quehacer social; fueron tiempos de reflexión y trabajo compartidos, de formar equipo y de establecer acuerdos. No era posible proseguir sin intercambiar la experiencia y las proyecciones.
Un tema principal a la hora de coordinar era el carácter de sujeto que iban adquiriendo los sectores atendidos y su autonomía para tomar decisiones adecuadas a su contexto y a su historia. Sobre eso echamos horas de discusión, tratando de descubrir las capacidades de todas las personas y empezar a creer en ellas. No es que se tuvieran claras las perspectivas, y hasta puede que hayamos pecado de ingenuos, pero estábamos convencidos de que no había otra manera de continuar sino confiando en la gente para asegurar las perspectivas y la sostenibilidad.
Había un asunto siempre pendiente y como estilo de vida: la inserción, imprescindible para poder hablar con sentido y trabajar con acierto. Luego vendría el tema de la inculturación, para ir aprendiendo la novedad de cada día como parte de la propia historia y del proceso compartido. La cultura terminaba siendo siempre el clima en el que las sociedades se encuentran y se aportan mutuamente.
Todo eso hace de la misión fe-justicia un espacio educativo: la educación en la vida –y “durante toda la vida”, dirá el informe Delors-, hacía que todas las personas involucradas en los procesos de trabajo fueran capaces de contribuir con creatividad al crecimiento social.
Una página bien original de los Ejercicios de San Ignacio, la meditación de la Encarnación, es un buen marco para las decisiones apostólicas. Presenta al Dios-Trinidad observando “la redondez del mundo”, en su diversidad -decidiendo implicarse en él, entrar en su vida y hacerse parte de ella-, y de inmediato pasa a contemplar la casa de María en Nazaret.
La mirada global sobre los problemas es punto de partida en la misión, obviamente. Pero una mirada que dé paso a entender el mundo de lo concreto y ubicarse en él. Se necesitaba una visión global que permitiera actuar localmente, como también recordaba el P. Arrupe comentando una foto de la Tierra tomada desde el espacio que le había obsequiado el astronauta Jim Lovell.
Con los años 70, a partir de la Conferencia de los Obispos en Medellín (1968), se despertó una sensibilidad social muy especial en América Latina para acompañar con la Evangelización los procesos de transformación social en el Continente.
En la Compañía de Jesús, los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS), que ya existían, se propusieron en ese tiempo formar personas eficaces para el cambio social. Luego cedieron paso a los Centros Sociales, que tratan de llevar sus trabajos en programas de Educación y Promoción Social.
Estos programas no debían llegar con sus acciones como si encontraran una tierra baldía. Antes de ellos, ya existía una población que la habitaba y había hecho de ella un espacio organizado para la convivencia. Sobre todo, en programas dedicados a zonas rurales, el territorio tenía vida y en él persistían unos sistemas sociales que habían sido construidos secularmente, en el intento de integrar naturaleza y sociedad.
Se puede hablar con gratitud de la misión Fe-Justicia. No principalmente por las muchas tareas que se hayan podido emprender o culminar, sino sobre todo por haber abierto continuos espacios y momentos de integración nunca imaginados.
La misión nos ha vinculado estrechamente unos con otros y, muy especialmente, con Dios. “La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno”, decía San Ignacio de Loyola. Y eso nos llegó sin que nos lo propusiéramos, nos llegó por la fe de la que brota la justicia (Romanos 9,30) y nos pone en sintonía con este mundo nuestro desde sus desafíos y sus posibilidades.
Por eso puede hablar la Congregación General 34 de experiencia Pascual, porque arranca de lo imprevisto, de lo aparentemente confuso y desconcertante, del despreciado mundo de los marginados… para descubrir el dinamismo de la presencia del Señor a cada paso que, como en la mañana de Pascua, se acerca para dar vida y fuerza a quienes mantienen la confianza.
“Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca, ya que nunca habíamos estado tan inseguros” decía el P. Arrupe en 1969, celebrando la Eucaristía en una barriada de América Latina.
Invierno 2019
Jerónimo Olleros Rodríguez-Arias, SJ
Parroquia del Sagrario (Cusco).