La Paisana Jacinta: pensar la relación entre representación y discriminación racial

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Raza en el Perú y el enfoque representacional

Uno de los procesos más significativos que viene ocurriendo en el Perú es que la ideología racista, que atraviesa el conjunto de nuestras interacciones sociales, se ha convertido en un asunto de interés y debate público. De ese modo, el racismo se ha hecho visible y se afronta como un problema que requiere acción. Se trata de una conquista mayor en la medida en que la ideología racista opera de manera compleja, ocultando su carácter discriminador. Por esta razón, hasta hoy, los peruanos hemos tenido dificultad en reconocernos como una sociedad racista.

Como ha sido ampliamente discutido en la literatura antropológica, tal opinión se sostiene en dos hechos[1]. Por un lado, la raza no opera como un criterio de distinción autónomo, sino que se encuentra entrelazada y, por lo tanto, camuflada tras criterios de clase, étnicos y de género, en virtud de lo cual en el Perú es posible “blanquearse” socialmente. La raza no se reduce a un conjunto de características, sino que es sobre todo una relación social[2]. En tal sentido, en cada interacción social la identidad racial es negociada y, según el contexto y el interlocutor, uno puede ser más o menos blanco; más o menos indio. Hay pues una promesa  de movilidad social que oculta las condiciones estructurales que reproducen la discriminación racial. Al mismo tiempo, opera una pragmática según la cual, admitirse como víctima de discriminación racial, anularía la posibilidad de redefinirse socialmente.

Tal complejidad de las relaciones raciales en el Perú hace de la discriminación racial, de su experiencia cotidiana y de la reflexión sobre la misma, un asunto complejo y controversial que difícilmente puede ser recogido por una definición de raza basada en criterios clasificatorios. Con respecto al caso particular de la Paisana Jacinta, la controversia se refiere tanto a la discusión sobre el contenido racista del personaje, como a la paradoja implicada en el hecho que, tratándose de una representación racista, cuente al mismo tiempo con un amplio arraigo popular. En las siguientes líneas propongo, por un lado, problematizar a la paisana Jacinta como representación racista y, por el otro, abrir la discusión respecto a la necesidad de tomar en cuenta los usos de los que es objeto el personaje, con el afán de trascender un enfoque puramente representacional que corre el riesgo de reproducir el discurso racista que pretende hacer frente.

Discutiendo algunos supuestos implicados en el enfoque representacional

¿Se podrían considerar también como contenido racista las representaciones de postales andinas? La autora plantea la reflexión.

El modo en el cual está planteado el debate acerca de la Paisana Jacinta, como una representación racista que discrimina y denigra a la mujer andina, implica al menos tres dicotomías que merecen atención. La primera se refiere a la oposición entre una representación falsa de la mujer andina y, por lo tanto, racista y una representación verdadera y, por ende, no racista. Tal dicotomía conlleva el problema de dar por sentado lo que sería una representación verdadera y una falsa, sin tomar en cuenta que la verdad u objetividad no está contenida en una representación, sino que esta responde a una interpretación[3]; en otras palabras, se  construyen socialmente. Cabe así la interrogante acerca de quién tiene la autoridad para calificar una representación en términos de verdad y, por ende, en términos de su contenido racista.

Siguiendo esta línea de argumentación me pregunto: ¿por qué no se denuncia con el mismo fervor el contenido racista, por ejemplo, de las postales que retratan una versión exotizada y esencializadora de niñas y mujeres andinas ataviadas en sus trajes típicos y acompañadas de llamas?, ¿son estas representaciones más verdaderas y por lo tanto menos racistas? Con respecto a este tipo de imágenes cabría también preguntarse sobre las circunstancias de su producción; es decir, acerca de la economía política de las representaciones racistas. Entonces, ¿por qué no se reconocen en estas postales la representación racializada y exotizada de la mujer andina?

Las postales apelan a una estética fotográfica arraigada en una tradición visual que data de finales del siglo XIX, cuyo desarrollo ha sido crítico en la formación de la imaginación racial en los Andes[4]. Sin embargo, y en sintonía con una sensibilidad y sentido del “buen gusto” de los sectores ilustrados, el carácter racista de tales imágenes queda invisibilizado. La denuncia de ciertas representaciones como racistas, en desmedro de otras, nos revela más sobre la identidad de clase y distinción social de quienes sancionan, que sobre una sociedad que estructuralmente reproduce relaciones racistas. Denunciar el contenido racista de la Paisana Jacinta sin reflexionar acerca de la manera en que un sentido del “buen gusto” invisibiliza un conjunto de otras representaciones racistas, puede resultar no solo restrictivo respecto de la lucha contra el racismo, sino que podría también estar invisibilizando, avalando y reproduciendo un amplio repertorio de representaciones racistas.

Una segunda dicotomía implicada en la aseveración de la Paisana Jacinta como representación racista es la que se establece entre aquellos que se atribuyen el saber y la conciencia política para reconocer la discriminación racista que el personaje ejerce sobre unos “otros”, y aquellos –quienes en su mayoría serían objetos de discriminación racial- que no están en condiciones de darse cuenta. Esta dicotomía implica, además, la enunciación -por los primeros- de lo políticamente correcto.

Al respecto debo anotar que el sólo hecho de asumir el arraigo popular de la Paisana Jacinta como una paradoja implica marcar racialmente a los sectores que gustan del personaje, ya que se les considera victimas de discriminación. Resulta problemático cuando tal marcación va acompañada, además, de una calificación moral que otorga una condición de inferioridad a quien no se ajusta a los parámetros de lo políticamente correcto. En tal sentido, considero que más allá de las buenas voluntades comprometidas en la lucha contra el racismo, es necesario problematizar los modos en que operan las formas de distinción racial, étnica y de clase con el fin de no caer involuntariamente en la reproducción de un orden racista.

La tercera dicotomía es la que distingue entre el sujeto representador y el objeto representado, en la cual los sectores que estarían siendo representados por la Paisana Jacinta son concebidos carentes de agencia y como una colectividad homogénea. De esta manera se pasan por alto las formas complejas en las que las identidades son puestas en práctica, definidas y experimentadas en contextos de interacción específicos.

Pasar de entender la raza como una serie de atributos que son representados para entenderla como una relación social, al mismo tiempo que pasar de la consideración de la representación en términos de verdad para preguntarse sobre los usos que sujetos específicos hacen de ella, da nuevas  luces para explicar al personaje de la Paisana Jacinta y su arraigo en la sociedad peruana. Desde esta perspectiva, el personaje puede estar operando como una estrategia de posicionamiento en un contexto social que exige a los sujetos definirse en cada interacción. Más que gustar de él se trataría de consumirlo como un “otro”, con el afán de distinguirse de aquello que representa. Además, puede servir como un recurso pedagógico con el fin de educarse en apariencia, conducta y moral de un sujeto socialmente “blanco”.

En otras palabras, los amplios sectores que gustan de la Paisana Jacinta no se sienten aludidos por lo que ella representa y, por lo tanto, tampoco se sienten víctimas de discriminación racista. Mientras que estos consumen al personaje como uno de ficción, quienes ven en él sólo una falsa representación de la mujer andina se encuentran implicados en una tradición visual más bien arraigada en las élites ilustradas e indigenistas, dentro de la cual la mujer -pero también el hombre andino- es reducida a un objeto de representación documental que requiere ser apreciado en términos de veracidad etnográfica[5].

En conclusión, lo que encuentro problemático respecto al carácter racista de la Paisana Jacinta no se refiere a la representación en sí misma, sino en el hecho que tanto en su rechazo y denuncia, como en su consumo, se observa la reproducción compleja de relaciones racistas.

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[1] Revisar los textos de Fernando Fuenzalida: “Poder, raza y etnia en el Perú contemporáneo”, en El indio y el poder en el Perú José Matos Mar (Editor). Lima: Moncloa-Campodónico. 1970, y Marisol De la Cadena: Indígenas mestizos: raza y cultura en el Cusco. Lima: IEP 2004
[2] Ver El racismo: la cuestión del otro (y de uno). Lima, DESCO. 1993, de Juan Carlos Callirgos.
[3] Sobre el carácter socialmente construido de la verdad u objetividad de una representación audiovisual ver “Representación y Cine Etnográfico”, en: Cuicuilco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia Vol. 5, Número 13, Mayo/Agosto, 1998 de Elisenda Ardevol.
[4] Al respecto ver Visión, raza y modernidad: una economía visual del mundo andino de imágenes. Lima: Sur Casa de Estudios del Socialismo, 2000, de Deborah Poole.
[5] Una discusión al respecto se encuentra en “Acerca del carácter discriminatorio de Madeinusa y de la imposibilidad de imaginar al individuo andino como sujeto de ficción http://blog.pucp.edu.pe/item/55204/acerca-del-caracter-discriminatorio-de-madeinusa-y-de-la-imposibilidad-de-imaginar-al-individuo-andino-como-sujeto-de-ficcion; Gisela Cánepa, (visto 26 Febrero, 2018).

Otoño 2018


Gisela Cánepa Koch

Profesora principal del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en el área de Antropología y fundadora de la Maestría en Antropología Visual.Coordinadora del Grupo de Investigación en Antropología Visual (GIAV).
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