Desde el terremoto del 12 de enero del 2010, muchos habitantes de Haití han huido de su devastada patria rumbo a diferentes países de América del Sur, pero con una preferencia por Brasil. Esto se debe, en parte, a las políticas restrictivas adoptadas por la mayoría de los otros gobiernos con el cierre de sus fronteras y la imposición de leyes cada vez más restringidas para la entrada y permanencia de estas personas; y, por otro lado, a la postura del gobierno brasileño que adoptó, por razones humanitarias, una política migratoria más abierta y acogedora a los extranjeros desterrados de sus países, especialmente los haitianos.
Sin embargo, eso no quiere decir que la vida de los haitianos que llegan a Brasil sea fácil. De hecho, solo un número reducido de ellos obtiene legalmente la visa de entrada a Brasil en el propio Haití. La opción que queda para la gran mayoría es la de aventurarse a cruzar ilegalmente varias fronteras internacionales por vía marítima, fluvial o terrestre. Podemos decir de ellos que, desde el momento que salen de su tierra madre, empiezan a vivir un verdadero vía crucis con el objetivo de llegar a alguna tierra prometida.
En gran parte estos flujos migratorios de haitianos y de ciudadanos de otras nacionalidades, dentro del continente sudamericano, son promovidos por redes de traficantes que cobran entre 3,000 y 5,000 dólares por persona para ser transportadas hasta las fronteras de Perú, Bolivia y Colombia con la frontera brasileña, en la inmensa región Panamazónica. Son los llamados “coyotes”, los que explotan al máximo a los migrantes y a sus familias; estas últimas llegan a vender, en muchos casos, sus viviendas y así apoyar a un hijo o a un padre en su búsqueda de recursos económicos para ayudar a los que quedaron. Muchos llegan con la falsa imagen de que en el mayor país de América Latina habrá facilidades de encontrar empleos bien remunerados, becas de estudios en las universidades o casas dadas por el gobierno. Otros solamente quieren entrar a Brasil como lugar de paso a la Guyana Francesa y de ahí poder transitar hacia Europa o los Estados Unidos.
Según los datos del gobierno brasileño, más de 35 mil haitianos viven en el país, dispersos en distintas ciudades. La gran puerta de entrada para estos nuevos residentes continúa siendo la Amazonía.
En un primer momento, la ruta preferida consistía en atravesar la frontera de 300 kilómetros de Haití con la vecina República Dominicana, por un área sin control policial. De ahí el viaje continuaba en pequeños aviones o barcos precarios en dirección a Panamá, para llegar al continente sudamericano y proseguir a Ecuador hasta llegar por vías terrestre y fluvial a la pequeña ciudad brasileña de Tabatinga, situada en las márgenes del río Amazonas, en la triple frontera con Perú y Colombia.
De Tabatinga, el largo viaje continuaba dentro de Brasil, navegando por el Amazonas hasta la ciudad de Manaus, con dos millones de habitantes. Allí, los haitianos eran acogidos inicialmente por la pastoral de migrantes de la Iglesia Católica, por algunas comunidades religiosas y por Organizaciones no-Gubernamentales. Posteriormente fueron acogidos por algunos órganos de gobierno. Se improvisaron centros de acogida en las parroquias y en los complejos deportivos que no solamente daban abrigo sino atención a los más vulnerables, como a las mujeres embarazadas y a las familias con niños. Se percibió también la necesidad de acompañar a estos “refugiados” con atención humanitaria que incluyese acompañamiento psicosocial, información y orientación de cómo completar su proceso de regularización migratoria o maneras de conseguir empleo o casas.
Con el apoyo financiero de la Curia General de la Compañía de Jesús, en febrero del 2012 el gobierno de la Región Amazónica de los jesuitas decidió abrir en Manaus el Servicio Voluntario llamado “PRO HAITI” con la finalidad de ofrecer ayuda y acompañamiento jurídico, pedagógico, social y pastoral a la población haitiana. Se formó un equipo coordinado por el hermano Paulo Welter SJ y conformado por profesionales laicos, voluntarios religiosos y una secretaria. A partir de setiembre del 2013, la coordinación del equipo pasó a la abogada venezolana María José Alvarez, voluntaria ligada al Programa de Liderazgo Universitario Ignaciano Latinoamericano de la Universidad Católica del Táchira (UCAT).
Todo indica que el fenómeno de los grandes flujos migratorios de extranjeros, oriundos de países asolados por las guerras, catástrofes naturales y pobreza extrema, continuará creciendo en dirección a Brasil.
La entrada de haitianos y de otros extranjeros (venidos sobre todo de Senegal y de la República Dominicana) por la Amazonía brasileña se da ahora por los municipios de Brasileia y Assis, pequeñas ciudades localizadas en el Estado de Acre, en la triple frontera Bolivia-Perú-Brasil (BOLPEBRA). La ruta inicial continúa siendo la misma hasta llegar al continente; pero en lugar de ir a Tabatinga, cuya frontera ahora es cada vez más cerrada por la Policía Federal Brasileña, ellos prefieren seguir por la nueva carretera inter-oceánica que va de Brasil hasta el Océano Pacífico, en la costa peruana.
Al llegar a Acre, haitianos y otros migrantes son orientados a un centro de acogida del gobierno brasileño, localizado en la ciudad capital de Río Branco. Este centro tiene la capacidad de acoger hasta 400 personas, aunque en algún momento llegó a acoger a 600 migrantes al mismo tiempo. En este lugar los migrantes deben permanecer hasta recibir toda la documentación necesaria para seguir la travesía a otros estados de Brasil. En Assis y Brasileia, los padres jesuitas Gilberto Versiani y David Romero colaboran en la pastoral diocesana de la movilidad humana y han abierto la parroquia para la solidaridad con estos hermanos y prestarles la primera ayuda en suelo brasileño. Algunos llegan sin dinero y prácticamente ninguno sabe decir una sola palabra en portugués. De acuerdo con las estadísticas oficiales, en los últimos años, cerca de 27 mil haitianos han cruzado la frontera por los países vecinos a la Amazonía brasileña.
En la región centro – sur del país, la Compañía de Jesús ha fortalecido su presencia junto a los haitianos y otros grupos de migrantes y refugiados con la apertura del Centro ZANMI, que significa AMIGOS en creole haitiano. Inaugurado en noviembre del 2013, en la ciudad de Belo Horizonte, este centro está formado por diversos equipos de trabajo según las áreas que pretende atender: social, lengua y diálogo intercultural, investigación y promoción, voluntariado. ZANMI busca promover y participar en redes en lo local, nacional e internacional con diversas entidades públicas y privadas. El centro es coordinado por Pascal Peuzé con el apoyo del hermano Davidson Braga SJ, coordinador nacional del Servicio Jesuita Migrante en Brasil.
En lo que respecta al servicio voluntario PRO-HAITI, en Manaus, este cuenta en la actualidad con la presencia de una pareja de voluntarios españoles enviados a la Amazonía por el programa Voluntariado Pedro Arrupe (VOLPA), de la Provincia de España. Este servicio pasó a ser parte de las líneas de acción del Servicio de Acción y Reflexión Ecosocial (SARES), bajo la coordinación del P. José Miguel Clemente SJ.
Como el flujo migratorio de haitianos ha disminuido en Manaus y crecido por Acre, se ha decidido apoyar el trabajo iniciado en la triple frontera entre Bolivia-Perú-Brasil y en la capital Río Branco, sin abandonar el acompañamiento en Manaus.
Todo indica que el fenómeno de los grandes flujos migratorios de extranjeros, oriundos de países asolados por las guerras, catástrofes naturales y pobreza extrema continuará creciendo en dirección a Brasil, lo que significa que los servicios de la Compañía de Jesús se tornarán cada vez más necesarios y prioritarios en este campo.
Adelson Araujo, SJ
Ex-Superior Regional de los jesuitas de la Amazonía (Brasil)