Entrevista por Álvaro Fabián Suárez
José Carlos Agüero, destacado investigador, escritor y poeta, se erige como testigo crítico de la historia peruana. Su pluma, dedicada a explorar la identidad y la memoria, lo ha consolidado como una voz influyente que atraviesa los ámbitos académicos de la política y los derechos humanos.
En esta entrevista, ahondaremos en sus reflexiones sobre la memoria histórica y la transmisión intergeneracional con el fin de develar la narrativa de nuestra identidad como nación y los desafíos a futuro.
Desde su perspectiva, ¿Cómo describiría la transmisión de la memoria política entre las generaciones actuales en el Perú? ¿Nota algún cambio en la forma en que se ha transmitido esta experiencia a lo largo del tiempo?
En las últimas décadas, se han producido cambios significativos, especialmente en la transmisión generacional de la memoria política. Hasta el año 2000, existía una gramática política que servía como mecanismo de comunicación en el espacio público. Un lenguaje que no era superficial, sino que representaba tradiciones, mitos, culturas políticas y creencias. Esta forma de comunicación, compartida por diversas tradiciones políticas, facilitaba la participación pública y se centraba en la gestión razonable del presente y del futuro en busca del bien común o colectivo.
Existía una correspondencia significativa entre el discurso y la acción. Detrás de estos actores, subyacía la creencia de que la verdad podía ser alcanzada a través del ejercicio racional. Y la política es un ejercicio racional. Por lo tanto, la política se percibía como un medio para construir una verdad que, además, debía contribuir a la eficaz administración de los bienestares colectivos.
Los ciudadanos depositaban su voto basándose en las promesas de los líderes políticos, que representaban un compromiso respaldado por una sólida ideología, ya sea socialista o liberal. Esta base permitía interpretar la realidad, comprender las razones del cambio social y gestionar el futuro de manera efectiva.
Sin embargo, este escenario ha llegado a su fin. La degradación de la palabra como instrumento legítimo de comunicación en el espacio público plantea desafíos cruciales para la transmisión de información. Abordar este tema desde una perspectiva histórica y reflexiva, considerando cómo se transmiten las tradiciones, lenguajes y experiencias, es imperativo para comprender más profundamente estos cambios. Sin esta comprensión, cualquier análisis resultaría superficial.
¿Cómo han transformado estos acontecimientos la forma de comunicación política en el Perú desde los noventa en adelante? ¿De qué manera inciden estos cambios en la transmisión de la memoria?
Desde la era de Alberto Fujimori y, de manera más significativa, tras la transición democrática posterior al gobierno de Valentín Paniagua, se observa una reconfiguración de sectores antes derrotados, como los conservadores, empresarios y militares. Este rediseño abarca el periodo desde el fin del gobierno de transición hasta el año 2001, después de la Comisión de la Verdad y durante la administración de Alejandro Toledo. En este lapso, se evidencia una recomposición del poder de aquellos que no desean una revisión exhaustiva de las tres décadas precedentes.
Este cambio es crucial para la transmisión de la memoria, ya que la recomposición de estos grupos de poder lleva a que el Perú viva sobre la base de una evasión colectiva. En lugar de enfrentar el pasado reciente, se evita y, respaldados en mitos como «el Perú avanza», la marca país o «el chorreo», los grupos de poder, las élites y, por persuasión, la ciudadanía evitan mirar hacia atrás para concentrarse en las promesas del modelo económico y solo enfocarse en el futuro. Además, logran que la mirada crítica, histórica y reflexiva sobre el pasado sea considerada un obstáculo para el progreso. En esta recomposición política, se consigue que el pasado desaparezca, de manera que todo lo anterior a la Comisión de la Verdad se convierte en una suerte de prehistoria.
Es un discurso que ha prevalecido y sigue vigente hasta hoy. Tanto políticos como medios de comunicación consideran que mirar hacia el pasado es un obstáculo para el desarrollo.
Es un proceso prolongado de consolidación que eventualmente se convierte en un mandato que facilita la represión, coerción o estigmatización de cualquiera que intente reflexionar sobre ciertos temas. La reflexión no es posible sin la rememoración; es esencial y requiere un archivo que, incluso cuando es personal, implica un vínculo activo, creativo y poético con el pasado.
Cuando la acción reflexiva se percibe como problemática o perjudicial para las potencialidades de un Perú de libre mercado, se la excluye estructuralmente de lo que consideramos el espacio político o el ámbito público. Desde mi perspectiva, la transmisión intergeneracional de la memoria se ve fuertemente limitada por los marcos que estas dinámicas imponen.
¿Cómo se puede formar una sociedad con una población a la que se le prohíbe el acceso a este archivo para discernir sobre su pasado? ¿Qué consecuencias trae?
Las consecuencias que trae son las que estamos viviendo. El ejercicio del gobierno se despoja de cualquier contenido moral o reflexivo, de modo que la administración de la sociedad se convierte en una simple gestión de recursos. Se degrada tanto el espacio colectivo que desaparece lo público; entonces, las consecuencias son graves.
Retomando el tema de la Comisión de la Verdad, a propósito de su vigésimo aniversario en el 2023 se publicó una inquietante encuesta del IEP. Los resultados indicaban que el 62 % de la población y aproximadamente el 85 % de los menores de veinticinco años desconocían la existencia de la CVR. ¿Cuáles son las implicancias de este desconocimiento en la sociedad peruana, especialmente entre los jóvenes?
En referencia a la encuesta del IEP del año pasado sobre la Comisión de la Verdad, para mí lo que más destaca es que un porcentaje considerable de la población, aproximadamente cuatro de cada diez, la percibe como un fenómeno con efectos negativos en el país.
Yo puedo entender la falta de conocimiento, pero la evaluación negativa del impacto de la Comisión de la Verdad es un indicio interesante de la victoria de ciertos grupos de poder. Desde 1992 hasta la actualidad ha existido una narrativa de victoria, donde políticos y empresarios han ganado hegemonía en la dirección y la imaginación del país. El fujimorismo ganó porque impuso una forma de convivencia y de entender nuestro vínculo con el pasado y la economía.
En medio de cambios significativos, la Comisión de la Verdad sobresale como un fenómeno excepcional. A pesar de su breve duración de dos años, su contribución fue esencial al recopilar información relevante y establecer un archivo invocable en el futuro para resistir desde la verdad. Proporcionó un sólido punto de apoyo y dejó un archivo accesible para reconectar futuras resistencias y desafiar la hegemonía de aquellos que han impuesto una visión negativa de su impacto en el desarrollo del país.
Entonces, los datos del IEP nos muestran qué tan profundamente ganaron los que actualmente administran el país desde hace años influyendo tanto en nuestra percepción como en la opinión pública. Aunque una exploración más cualitativa podría revelar razones más diversas, lo crucial es comprender quién ha ganado al encuadrar la CVR como perjudicial para el desarrollo.
Yo puedo entender la falta de conocimiento, pero la evaluación negativa del impacto de la Comisión de la Verdad es un indicio interesante de la victoria de ciertos grupos de poder.
Tengo la impresión de que, hasta el día de hoy, se replica esta lectura al interpretar la actualidad. Parecemos querer percibir las diferencias ideológicas como enfrentamientos, de tal forma que perpetúa la noción de que todo se reduce a una lucha entre buenos y malos.
Exactamente. La forma en que conciben el espacio público ya no está vinculada —como mencionamos al principio— a la búsqueda del bienestar colectivo. Esta falta de perspectiva genera un espacio antipolítico, donde aquellos que compiten lo hacen con el objetivo de gestionar tanto las economías legales como ilegales, así como el ejercicio de la impunidad y la administración de los recursos públicos. No necesitan el ejercicio intelectual ni un espacio público para el intercambio y la participación. Desde una perspectiva crítica, no es necesario, es completamente prescindible y no cumple ninguna función social en la actualidad.
¿Considera que la escasa reflexión y la reticencia de la sociedad a mirar hacia atrás para comprender el pasado contribuyen significativamente a la limitada participación política de los jóvenes en la actualidad?
Sí, definitivamente. La participación requiere que haya un sentido de prestigio o importancia, así como una clara motivación positiva. Debe haber una creencia de que la política es algo bueno de ejercer, no solo como medio para satisfacer las necesidades de participación y liderazgo, sino también como un canal para impulsar la mejora colectiva.
Sin embargo, estas creencias han ido desapareciendo, especialmente desde el primer gobierno de Fujimori, por lo que la idea de que la política es un espacio atractivo se erosiona. Ahora, la percepción general es que la política se ha degradado, no solo por la participación de ciertos individuos, sino porque se percibe como un acto ocioso, interesado, corrupto y, en última instancia, azaroso.
En diversas obras suyas ha explorado la compleja relación que existe entre la memoria individual y la memoria colectiva en el contexto político peruano. ¿Cómo aborda el desacuerdo que a veces surge entre la memoria individual de ciertas personas, familias o comunidades y la narrativa histórica colectiva que perdura en la sociedad?
En términos de memoria colectiva, nos referimos a la narrativa hegemónica que, como señalan Carlos Iván Degregori y Elizabeth Schilling, es impuesta por sujetos de poder interesados en administrar el presente y el futuro. Este tipo de discurso, comúnmente asociado a formas de abuso de poder, se caracteriza por su impermeabilidad y resistencia a ser contrastado. En el caso de la cultura fujimorista en el Perú, algunos empresarios, militares y actores políticos han logrado imponer una historia oficial con una ética de pacificación construida a través de la manipulación, la propaganda y la perennización en el sistema educativo. A pesar de evidencias que demuestran tergiversaciones y huecos en su narrativa, su objetivo no es tener razón, sino administrar la imaginación y la capacidad crítica de los ciudadanos, lo cual la hace inmune a testimonios y estudios que buscan contrastarla o cuestionarla.
¿Cuáles considera que son los principales desafíos y dificultades al abordar la complejidad de la memoria histórica y política del Perú mediante la literatura?
Hay muchas dificultades y una de las que siempre me mantiene alerta, siendo plenamente consciente de ello, es el hecho de conocer que el entorno implica castigo y persecución. Por lo tanto, me esfuerzo por no poner en riesgo a quienes me confían su palabra.
Dado que mi labor implica conversar con personas y he tenido acceso a diversas fuentes a lo largo de más de quince años, creo que sería beneficioso para el país contar con un espacio donde estas historias pudieran elaborarse colectivamente. Como esto no existe, mi desafío radica en trasladar los significados más relevantes de estas experiencias mediante la escritura, sin perjudicar a nadie personalmente. A veces, esto resulta complicado, ya que algunas escenas o situaciones requieren contexto para comprenderse completamente y los nombres son relevantes para ello. Sin embargo, carezco de la autoridad para revelar ciertos detalles, ya que no estoy dispuesto a afectar la vida de alguien por la verdad. Aunque la valoro, la gente tiene prioridad para mí. Este desafío me obliga a ser creativo al escribir y, al mismo tiempo, lamento que esta creatividad sea tan necesaria. La sociedad debería ser capaz de procesar estas experiencias sin tanto temor.
¿Cree que el reciente y significativo crecimiento de las redes sociales y plataformas digitales ha generado un nuevo espacio para debatir y reflexionar sobre la memoria política y compartir estas experiencias?
Considero que las redes sociales son un recurso, no esencial pero potente, utilizado para diversos fines, desde los más perversos hasta los más nobles. Aunque democratiza la producción de contenido, no veo una nueva aproximación o rescate de tradiciones emancipadoras y críticas detrás de dicho contenido. No creo que el contenido por sí mismo sea válido en este sentido.
[...] la memoria no es solo recordar, es transformar el recuerdo para que sea cultural y políticamente útil para el colectivo. Este valor intrínseco de la memoria se destaca especialmente en el contexto de la democracia.
¿Cuáles cree que son las estrategias más efectivas para promover la comprensión de la historia peruana entre las nuevas generaciones y, en general, entre aquellas personas que actualmente parecen desconocerla? ¿Qué acciones podrían llevar a cabo las instituciones educativas o la sociedad en general para abordar este desafío?
He reflexionado mucho sobre este tema. Aunque el espacio educativo es fundamental, en países como el Perú, que han experimentado grandes colapsos, no debe ser la única vía, ya que está sujeto a los gobiernos y sus mandatos coyunturales y puede incluso ser utilizado para transmitir discursos no democráticos o memorias hegemónicas. No debemos renunciar a él, pero es crucial ofrecer múltiples alternativas masivas de acceso a la información, de modo que se permita a maestros y estudiantes explorar ese amplio archivo de experiencias humanas que fomenta el pensamiento crítico. Esta estrategia de masividad puede contribuir a quebrar las hegemonías existentes. Es un proceso que debe construirse gradualmente aprovechando las múltiples formas de acceder a contenidos para fomentar la diversidad y el pensamiento crítico.
¿Cuál cree que es el papel de los líderes políticos en este contexto?
Ninguno. No hay nada que se pueda esperar ni desear que hagan quienes actualmente ejercen roles políticos. Sus programas y visiones del mundo son obstáculos que debemos superar para transformar nuestra aproximación a la vida social y hacerla más humana.
En un país marcado por la incertidumbre, ¿Cómo puede la construcción y preservación de la memoria histórica impulsar una sociedad más inclusiva y democrática?
Hacer memoria va más allá de simplemente recordar. Si uno cree que recordar es suficiente, carecería de mérito, ya que todo el mundo tiene recuerdos. Las personas suelen organizar esos recuerdos cuando les son operativos, cuando les otorgan autoridad para ejercer poder u orientar sus acciones en el presente y en el futuro. Sin embargo, esto no constituye memoria histórica.
La verdadera memoria histórica implica recordar de una manera cuestionada por preguntas difíciles para quien evoca esos recuerdos. Este proceso desencadena un movimiento imprevisible que conduce a la contrastación, reflexión, deliberación y compartición. Es permitirse explorar y ser explorado en relación con esas preguntas difíciles sobre lo que se está recordando.
Imaginemos a alguien que fue actor en la violencia política y se percibe a sí mismo como un héroe. Aunque pudiese escribir memorias basadas en ese recuerdo, la verdadera memoria surge cuando se cuestiona éticamente sobre sus actos durante el conflicto. Explorar esas partes del propio recuerdo puede conducir a una memoria compartida con los demás.
En este sentido, la memoria no es solo recordar, es transformar el recuerdo para que sea cultural y políticamente útil para el colectivo. Este valor intrínseco de la memoria se destaca especialmente en el contexto de la democracia.
Otoño 2024
Álvaro Fabián Suárez
Revista Intercambio
Editor de la Revista Intercambio. Periodista y comunicador audiovisual. Bachiller en Periodismo por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.