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Edición Nº 13

Las culturas y el desarrollo
26 de julio, 2010

Para que el desarrollo pueda ser impulsado desde sus actores, tenemos que partir de ellos, es decir, tomar realmente en serio lo que la gente piensa, cree, siente y valora. Después de todo, lo que se debe buscar no es imponer bajo el signo del progreso un modelo de vida individualista sino contribuir a que las personas puedan realizarse de acuerdo a la manera que tienen de concebir la vida buena. El desarrollo humano no es ni debe ser una forma soslayada de autoritarismo ideológico o cultural.

Sin embargo, no pocas veces las culturas son presentadas como “obstáculos para el desarrollo”. Pienso que para que se desconozcan a priori sus potencialidades, es necesario partir de una concepción reduccionista del desarrollo la cual coloca el crecimiento económico como medio y fin del mismo.

Cuando el crecimiento económico se asocia a una cultura de consumo y se coloca como fin último del desarrollo, se pierde la brújula. La lógica de la acumulación del capital, por sí sola, aumenta la inequidad social y ahonda las distancias entre pobres y ricos a extremos alarmantes. Esta concepción reduccionista del desarrollo es lamentablemente hegemónica en el mundo actual. Convierte a las personas en consumidores pasivos y cómplices irreflexivos de un modelo de desarrollo que genera pobreza y concentración de riqueza.

Por el contrario, el crecimiento económico con equidad es un medio importante para que las personas puedan realizarse humanamente de acuerdo a los valores que han elegido de manera libre. Por ello la libertad cultural – es decir, de escoger de manera autónoma y reflexiva, lo que quiero ser y hacer - es indispensable para el desarrollo humano.

Desde una visión humanista, el desarrollo debe consistir esencialmente en la ampliación de libertades para poder ejercer nuestros derechos. “La idea de ciudadanía –sostiene acertadamente Amartya Sen– saca a la luz la necesidad de considerar a las personas como agentes racionales, no meramente como seres cuyas necesidades tienen que ser satisfechas o cuyos niveles de vida deben ser preservados”[1]. La esencia de la ciudadanía es la agencia, y la libertad de agencia es “la capacidad de uno mismo para potenciar metas que uno desea potenciar”[2]. El desarrollo humano comienza por ello generando y fortaleciendo la capacidad de agencia de los excluidos injustamente de la ciudadanía, a partir del reconocimiento de sus potencialidades culturalmente configuradas. En otras palabras, empieza por la formación de la capacidad de agencia de los sujetos actores del desarrollo.

Desde el enfoque humanista del desarrollo lo realmente importante no es cuánto consume la gente sino de qué son capaces de ser o hacer las personas para mejorar su calidad de vida. Por ello, en desarrollo humano, como bien señala Martha Nussbaum, “... en lugar de preguntar acerca de la satisfacción de la gente o de los recursos que la gente está en condiciones de manejar, nosotros preguntamos qué es lo que la gente es realmente capaz de ser o de hacer” [3]. ¿Tienen o no las capacidades u oportunidades para escoger y realizar el modelo de vida buena que consideran valiosos?

Las culturas les ofrecen a las personas los horizontes de sentido de sus opciones. El modelo economicista, al imponer de manera soslayada un modelo de vida funcional al modelo vigente, es la negación de la libertad cultural. Al ser éticamente autoritario reduce nuestras opciones y restringe al mínimo nuestra capacidad de elegir nuestra identidad moral. Es, en este sentido, lo contrario del desarrollo entendido como ampliación de libertades y de oportunidades para ejercer nuestros derechos.

El ejercicio de la libertad como elección deliberada presupone la pluralidad de opciones. Si subordinamos la diversidad cultural a una cultura hegemónica, les bloqueamos a las personas la posibilidad de decidir libremente lo que desean ser y hacer. Por ello es importante que la diversidad sea reconocida a través de políticas públicas interculturales que hagan posible la reinvención de la convivencia. Las políticas interculturales de reconocimiento no tienen como finalidad conservar las culturas como si fueran especies biológicas en extinción. Buscan construir las condiciones objetivas de la libertad cultural y el diálogo intercultural en la vida pública. Sólo de esta manera podremos generar procesos endógenos de desarrollo humano que hagan posible la creación de formas de convivencia que dignifiquen a las personas.

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[1] Sen, Amartya. “Reanalizando la relación entre ética y desarrollo”. En: La agenda ética pendiente de América Latina (Bernardo Kliksberg, compilador) México, FCE, 2005. P. 40.
[2]  (1995) Sen, Amartya. Nuevo examen de la desigualdad. Madrid, Alianza Editorial, P. 75.
[3] Nussbaum Martha. Las mujeres y el desarrollo humano. Barcelona, Herder Ed., 2000.P. 40.

Publicado en julio 2010


Fidel Tubino

Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, es profesor principal del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y Coordinador de la Red Internacional de Estudios Interculturales (RIDEI) . Ha trabajado 8 años en la Amazonía peruana en programas de Educación Bilingüe Intercultural.

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