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Edición Nº 36

“Las mujeres no tenemos igualdad en relación a los varones”
23 de diciembre, 2016

Entrevista a Carmen Ilizarbe Pizarro de la Dirección de Investigación e Incidencia de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

Por Diana Tantaleán
(Apostolado Social)

La marcha Ni Una Menos, realizada en el mes de agosto contra la violencia de género, convocó a diversas autoridades, pero tuvo mayor repercusión en la sociedad civil, quienes salieron por miles a las calles. Sobre esta sorpresiva reacción, y la necesidad de reflexionar sobre lo acontecido, conversamos con la politóloga Carmen Ilizarbe, Directora Adjunta de la Dirección de Investigación e Incidencia de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

Para situarnos en contexto, ¿cómo se origina la marcha y por qué esta reacción tan espontánea?

Esta marcha se inició con un grupo de mujeres de clase media, profesionales, que se consideran a sí mismas feministas. Mujeres que vienen trabajando por las reivindicaciones de género, que han visto las marchas en México, Argentina y España y los casos de feminicidio y agresiones.

Estos casos, como el video del hombre que agarra de los pelos a una mujer y la arrastra por el piso, y ver a los jueces decir que no es evidencia suficiente, origina la indignación de este grupo que, desde Facebook, convoca a la marcha con mucha anticipación. En este espacio, posteriormente, una mujer dice “a mí me ha pasado esto…”, y se convierte en un lugar testimonial que en pocos días pasa a 60 mil personas que están hablando, opinando, debatiendo el tema todo el tiempo. Varios de los testimonios reflejan a mujeres atrapadas en situaciones de las que no pueden escapar, muchos son horriblemente dolorosos.

El elemento testimonial fue fundamental para generar conciencia de las situaciones contra las que hay que luchar. Esa conciencia pasa por reconocer que todas las mujeres, de alguna u otra manera, leve o brutalmente, sufrimos formas de discriminación, abuso, violencia en un sistema social que legitima ese tipo de cosas. Son relaciones sociales, orientaciones, prácticas instituidas en las que todas nos podemos reconocer. El elemento testimonial nos hizo darnos cuenta que “yo también he sido víctima”, y mis hijas, mi madre, o mi hermana; e incluso recordar cosas que uno va naturalizando o dejando pasar, como decir: “así son los hombres”, o “así es la calle”. Nos damos cuenta que hemos normalizado un conjunto de comportamientos.

Hay otros temas que también nos tocan directamente, como la inseguridad o la carencia de un sistema de salud adecuado.  ¿Qué falta para que esa indignación se dé también en otros temas?

Es una pregunta compleja. Otros temas, como la inseguridad ciudadana o la salud, no afecta a todos de la misma manera. Hay quienes tienen un seguro privado y les importa poco qué ofrece el servicio público y se han deshecho de él, igual ocurre con la educación.

La educación pública es una necesidad básica fundamental de las personas. Esto también ha sido abandonado porque las personas en nuestra sociedad se han acostumbrado a ver por sus intereses particulares.

¿Qué faltaría para que estas reacciones de protesta se conviertan en un movimiento más organizado y permanente?

Es complejo pensar cual es la fórmula para que sea sostenible, persistente y con efectos transformadores en la sociedad. Formar una organización (con un programa, un liderazgo, un vocero) es lo que se hacía en los años 80, pero en este tiempo se han debilitado muchas organizaciones sociales, empezando por las no gubernamentales. En los últimos 15 años muchas han desaparecido o tienen problemas de subsistencia, se han transformado para cumplir necesidades del mercado o trabajan con el Estado, eso va desdibujando su perfil inicial.

También podría ser que el movimiento sea más disperso y multitudinario; es decir, que se empezara a “activar” en distintos espacios. Lo que necesitamos es cambiar a la vez “la casa, la calle, el salón de clase, la empresa, las autoridades políticas, la universidad”. Entonces, ¿no sería mejor asumirnos como personas que trabajan por un cambio multidimensional en todas las relaciones que establecemos en nuestra vida? Tendríamos que ser todos, en los lugares donde estamos y habitamos.

La discriminación y la desigualdad son un problema de construcción social, de formas de pensar y sentir, de instituciones y de prácticas. ¿Cómo se deshace? Educando a la gente de otra manera

Esta marcha motivó una participación masiva, aunque la gente no está acostumbrada a una ciudadanía activa; sin embargo, hay quienes no creen en la participación ciudadana, ¿qué piensa?

La ciudadanía es una discusión que tiene tiempo y es compleja. Hay quienes dicen que no hay ciudadanía porque no hay conciencia ciudadana; otros dicen que el Estado no garantiza el ejercicio de derechos y, si no tengo los medios para ejercerla, ¿de qué ciudadanía puedo hablar? Ambas cosas son ciertas.

También hay personas que no se quieren ver como miembros de una comunidad política en la que deben respetar ciertas normas de convivencia. Algunos se ven como consumidores de un mercado y sus necesidades como un problema de base económica.

Si revisamos la historia del Perú y las bases de nuestra precaria democracia, vemos que mucho se ha conseguido a través del reclamo de la ciudadanía. No todo se soluciona porque salimos miles, pero ahí empieza la transformación, con la conciencia de ser sujetos de derecho.

En los últimos 25 años hemos tenido un retroceso importante en relación a la garantía de nuestros derechos. El neoliberalismo es un sistema que va recortando derechos para ir ampliando el mercado, pues privilegia la lógica de la competencia entre personas más que la solidaridad y el trabajo en conjunto. Esa lógica de competencia ha ido minando el terreno de lo político.

¿Cómo ha sido la participación de los jóvenes?

Hay acciones emprendidas por jóvenes que han sido potentes, como la protesta para la derogatoria de la llamada Ley Pulpín, que recortaba sus derechos laborales. Esa fue una movilización impactante porque la Ley sale al final del año, cuando los universitarios -quienes suelen encabezar estas cosas- están a punto de dispersarse. Pero todos responden y sostienen la marcha entre el final de año y el inicio del siguiente, hasta que finalmente cae la Ley.

En la juventud hay un nivel de comprensión que no ha requerido de un partido ni de otras instancias de socialización política, lo que antes nos parecía fundamental. Esto es interesante. Pero la agenda política no puede ser vista solo desde la perspectiva de la juventud.

Es importante tener un espacio amplio, diverso, en el que se pueda construir una agenda social potente. Eso también es abrir espacios para la ciudadanización. Es más importante ganarla, conquistarla y ejercerla -aunque ese ejercer sea más luchar que disfrutar- que teorizarla o escribirla en un papel.

¿Por qué hay hombres que no solamente creen, sino que pueden, quieren y sienten la necesidad de torturar, violar y matar a las mujeres? Nosotros, como sociedad, no podemos eludir la pregunta

¿Qué habría que cambiar desde el Estado para que exista un empuje con respecto a los derechos de la mujer?

Hay muchísimas cosas por hacer. Pero si me dieran a elegir una, yo diría la escuela, la currícula escolar.

La discriminación y la desigualdad son un problema de construcción social, de formas de pensar y sentir, de instituciones y de prácticas. ¿Cómo se deshace? Educando a la gente de otra manera. Necesitamos enfoque de género para la currícula, capacitación para los docentes, escuela para padres; esto sería lo más importante.

Una de las cosas que la marcha logró fue un compromiso del Ministerio de Justicia de capacitar a todos los jueces en enfoque de género; esto es importantísimo. Tenemos problemas porque las denuncias de las mujeres, muchas veces, no quieren ser recibidas en las Comisarías, o son nuevamente maltratadas y discriminadas.

Si la denuncia llega al Poder Judicial, con lo difícil que es, no se da la sanción que se merece. Entonces tenemos un sistema que legitima las prácticas discriminatorias y de violencia contra la mujer.

Es urgente detener el nivel de violencia y agresividad que sufrimos, pero no se soluciona con castigo. El castigo sirve para bajar un poco la intensidad, pero no resuelve el problema. ¿Por qué hay hombres que no solamente creen, sino que pueden, quieren y sienten la necesidad de torturar, violar y matar a las mujeres? Nosotros, como sociedad, no podemos eludir la pregunta.

No es un asunto de hombres contra mujeres; las mujeres, como miembros de la sociedad, también reproducimos el machismo de múltiples maneras. Todos necesitamos reeducarnos.

Vivimos un tiempo en el que hay muchas mujeres feministas y existen también hombres feministas; en el que se está desarmando la dicotomía tradicional de las identidades de género. Son procesos sociales que van transformando las cosas más allá de la voluntad política. Las nuevas generaciones están, sobre todo, en ese terreno. Muchas cosas han cambiado, también en el sentido de cómo imaginamos el mundo del futuro y por qué luchamos.

¿Cree que la defensa de los derechos de la mujer pasa por ser feminista?, ¿tienen que estar defendidos por feministas necesariamente?

En este momento, si hablamos de la problemática de las mujeres, pasa por ser feminista entendiendo el feminismo como la lucha por la igualdad de derechos. Desde ese punto de vista, los varones pueden ser feministas, los homosexuales varones, las homosexuales mujeres, pueden ser feministas; gente con fe y sin fe puede ser feminista; las niñas y los niños pueden ser feministas; los ancianos también. Todos podríamos ser feministas.

El feminismo no es lo opuesto del machismo, es un movimiento iniciado históricamente por mujeres para decir que las mujeres deben tener los mismos derechos que los varones, eso es todo. Entonces, en este momento en el que las mujeres no tenemos una situación de igualdad en relación a los varones, creo que el reclamo democrático pasa por ser feminista.


Carmen Ilizarbe Pizarro

Es candidata al Ph.D. en Politics y Master of Arts en Political Science por The New School for Social Research, y Licenciada en Antropología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente es Directora Adjunta de Investigación e Incidencia de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, donde además es docente ordinaria en la Escuela de Ciencia Política.

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