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Edición Nº 32

Laudato Si’, un llamado a cuidar la Creación. Una mirada Teológica
11 de octubre, 2015

La encíclica Laudato Si’ es un llamado urgente del Papa Francisco para tomar conciencia de la gravedad de la situación de nuestro mundo herido y para actuar todavía a tiempo, cuidando la creación que Dios nos ha confiado. Por diferentes razones la encíclica es una novedad. Definitivamente es un hito en la enseñanza social de la Iglesia. Pues por primera vez en una encíclica se trata en forma sistemática y amplia los temas complejos de los retos ecológicos actuales en conexión con las cuestiones igualmente complejas de pobreza y desarrollo a nivel global.

A lo largo de la encíclica, el Papa afirma que estos temas están muy entrelazados. No se debe separar el compromiso por el cuidado de la tierra del compromiso por los pobres y viceversa, pues hay “una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). Para enfrentarla de manera adecuada, se requiere “una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139). La encíclica critica fuertemente  la “cultura del descarte” (LS 16 y en otras partes) y el hecho de que la tierra se está convirtiendo cada vez más en un inmenso basural (cf. LS 21).  Interpela una cultura fijada en el consumo desenfrenado y el derroche sin preocupación por los efectos dañinos para el planeta, nuestra casa común. A la vez llama la atención sobre el hecho moralmente escandaloso de que también personas humanas – los pobres y excluidos – están tratadas como descartables por ser consideradas como personas  que ‘sobran’ en la sociedad.

El Papa pone ante nosotros el ejemplo motivador de San Francisco de Asís, quien desde su profundo amor a Dios y su comunión con él vivió en una profunda unión con las otras personas, especialmente con los más pobres y con todas las criaturas. De allí Francisco “es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad” (LS 10).

Para responder adecuadamente a los retos ecológicos y sociales que nos plantea la situación actual a nivel global, se requiere también las “riquezas espirituales” (LS 63) que las religiones “pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno de la humanidad” (LS 62).

El mensaje fundamental de los relatos bíblicos

Surge entonces la pregunta acerca de qué luz nos ofrece la fe cristiana para discernir nuestro lugar como seres humanos en la creación y nuestra responsabilidad por el cuidado de la creación en este momento crítico. Pues una adecuada antropología está estrechamente vinculada con la ecología y con un estilo de vida con responsabilidad social y ecológica. La encíclica nos recuerda un mensaje principal de los relatos de la creación, expresado en un lenguaje simbólico y metafórico, de que nosotros las personas humanas, vivimos “en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra” (LS 66). A la vez el ser humano está llamado a reconocerse y ubicarse en relación con Dios como criatura y en relación con las demás criaturas como co-criatura, llamada a vivir en una “relación de reciprocidad responsable” (LS 67) y de “comunión universal” (LS 76). Tiene en común con las otras criaturas –humanas y no humanas– que recibe su vida como don gratuito del Dios Creador. Se le recuerda que de Dios “es la tierra y cuanto la llena” (Sal 24,2). Por ello el Papa nos dice que “la tierra nos precede” (LS 67) y nos ha sido confiada para cuidarla y ayudar a que la naturaleza pueda seguir evolucionando, desplegando su potencial. No somos dueños sino administradores y custodios de la tierra y de cuanto la llena. El Papa hace mención especial del mandato bíblico, en Gen 1,28, de “dominar” la tierra y del hecho que este mandato no pocas veces ha sido usado para justificar una explotación desenfrenada de la naturaleza, pero subraya que se trata de una interpretación incorrecta de la Biblia. Hay que leer este mandato bíblico junto con Gen 2,7-15 que nos recuerda que somos tierra, llamados a “cultivar y custodiar” la tierra en su conjunto.

Pues por ser imagen de un Dios que ama todo lo que ha creado (cf. Sb 11,24), la persona humana tiene la vocación y responsabilidad de usar su capacidad de ser reflexiva, inventiva y creativa y de actuar con previsión y precaución al intervenir en la naturaleza y sus equilibrios frágiles. El hecho de reconocer a Dios como creador “pone al ser humano en su lugar” (LS 75) y acaba “con su pretensión de ser un dominador absoluto” (ibid) poniéndole límites a su actuar. El Papa recalca que la Biblia correctamente entendida “no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas” (LS 68).

La creación, un proyecto de amor de Dios

"No se debe separar el compromiso por el cuidado de la tierra del compromiso por los pobres y viceversa".

Cuando en la tradición judeocristiana hablamos de “creación”, decimos más que naturaleza, porque creación “tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado” (LS 76). Por ello toda la creación está llena de signos del gran amor solícito, de la ternura y la insondable sabiduría de Dios. Nos llama a reconocer con gratitud profunda este mundo como don de Dios. Ello implica tomar conciencia de que los otros seres vivos no existen únicamente en función del ser humano y sus necesidades y no “deben ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana” (LS 82), sino que tienen su valor intrínseco. Nuestra fe nos impulsa a hacer nuestra la mirada de Jesús reconociendo “la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas” (LS 96). Jesús invitó a sus discípulos y en ellos a todos nosotros a vivir en armonía con la creación y a reconocer la belleza presente en ella. Es un resplandor de la gloria de Dios que al final de los tiempos inundará la creación entera llevándola a su plenitud. En Jesús no sólo los seres humanos sino la creación entera será reconciliada y participará de la vida nueva  generada en la resurrección.

“Todo está relacionado” (LS 92)

La encíclica resalta mucho que en la creación “todo está relacionado” (LS 92). La ecología entonces no significa sólo proteger la naturaleza sino pensar a partir de un sistema complejo de relaciones múltiples e interdependientes. Eso requiere una visión integral de los problemas ecológicos. El Papa advierte que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social” (LS 48). Los más afectados de ambos, la degradación del ambiente y de la sociedad, son “los más débiles del planeta” (LS 48).

El Papa identifica como raíz humana de la grave crisis ecológica, principalmente, la “tecnocracia” globalizada por el poder despótico que el ser humano muchas veces ejerce sobre la naturaleza, un poder que le da una tecnología muy avanzada. Esta encíclica se caracteriza por tematizar la cuestión de la tecnología en estrecha conexión con la cuestión del poder y de una crítica del uso del poder que predomina en nuestras sociedades y que es un abuso. Es una novedad que en una encíclica social de nuestra Iglesia la cuestión del poder sea formulada de manera tan explícita, también en vínculo con el sistema económico y financiero. Vale decir que el Papa aprecia una “tecnociencia bien orientada” (LS 103) y desarrollada con criterios éticos. A la vez nos recuerda que nunca antes en toda la historia de la humanidad el ser humano tuvo tanto poder como hoy gracias a la tecnología altamente desarrollada. El manejo adecuado de este poder es una alta responsabilidad y un reto grande.

Ecología integral y bien común

La ecología integral está estrechamente vinculada con “la noción de bien común” (LS 156). De ahí que en la encíclica se insiste mucho en que “la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos.” (LS 93). Frente al hecho de que el cambio climático pone en riesgo bienes vitales como la seguridad alimentaria y el acceso a agua potable, y que los pobres son los más afectados, cuidar el clima es una exigencia ética de responsabilidad y justicia. Pues “el clima es un bien común, de todos y para todos” (LS 23). Como lo recalca M. Vogt, catedrático de doctrina social de la Iglesia, el hecho de comprender el clima como un bien colectivo tiene consecuencias de gran alcance para los deberes del Estado y de la sociedad civil respecto a la protección efectiva del clima y la aplicación de medidas eficientes para reducir los efectos dañinos para el clima. Se trata de una responsabilidad compartida en la cual todas las personas están llamadas a poner su parte.

La situación actual exige una conversión ecológica y una “revolución cultural” (LS 114), una transformación profunda de nuestras sociedades. Pues se requiere con urgencia un cambio radical en el estilo de vivir, de entender y practicar la economía, el ‘progreso’ y el desarrollo. La aguda crisis ecológica y el hacer frente al cambio climático exige que en vistas a la COP 21 en París hagamos oír nuestra voz como Iglesia exigiendo en conjunto la protección del clima, la responsabilidad por el cuidado de la tierra y la lucha contra la pobreza, como también una transformación ecológica de las maneras de producir y consumir en nuestras sociedades y la práctica de justicia climática. Nos toca también crecer en una práctica más coherente al respecto en nuestra Iglesia.

En la encíclica el Papa nos comunica su gran confianza en que “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (LS 13). Nos anima a vivir en la confianza en el amor fiel de Dios “que no da marcha atrás en su proyecto de amor y no nos abandona” (LS 13) y que por ello “nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (LS 244).


Birgit Weiler, HMM

Asesora del Departamento de Justicia y Solidaridad de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) y de la Comisión Episcopal de Acción Social de la Conferencia Episcopal Peruana. Asesora de la Oficina de Promoción de la Investigación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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