Entrevista a Joel Calero, director de la película "La última tarde".
Por Diana Tantaleán C.
Apostolado de Justicia Social y Ecología
“La última tarde”, película peruana que aborda la etapa post conflicto armado desde la mirada de dos ex militantes de la izquierda radical, quienes se reencuentran luego de casi 20 años.
Joel Calero, su director y guionista, nos comparte las motivaciones que tuvo para crear esta película, así como su percepción de nuestro proceso de diálogo y reconciliación.
El tema post conflicto tiene que ver con algo personal, íntimo. Tengo 49 años y estuve en la universidad en la década de los 80, en la que había una militancia activa por causas sociales, básicamente de la izquierda.
De esa época conservaba un amigo que había tenido una participación política activa, y me llamaba la atención que, en el presente, tuviera una cierta solemnidad para referirse a la palabra “pueblo”. A mí me sonaba desfasada porque, en esa época de los años 80, en el nombre de los partidos políticos, los poemas de Benedetti, o las películas de Ettore Scola, la palabra estaba cargada de una connotación idealizada porque se refería, supuestamente, a los sectores más carentes, pero con una conciencia de clase, con un propósito social hacia una sociedad más justa. En mi percepción ese pueblo ha devenido, en años recientes, en un sector social que podía estar sosteniendo un proyecto explícita y evidentemente corrupto.
Entonces, le decía a este amigo, “¿de qué pueblo estás hablando?, ese pueblo idealizado de los 80 no existe más”, y le escribo una carta criticándole eso fraternalmente. Ese es el primer germen de la película.
Por otra parte, a mí me interesa el tema de pareja: las relaciones, los vínculos, los afectos. Entonces, se dio la intersección entre mis intereses temáticos cinematográficos, que van por el orden de las parejas y los afectos, con esta carta en la que están dialogando dos personajes con relación a una militancia.
Creo que los clichés han sido nefastos para el país y han sido utilizados por ciertos sectores políticos para impedir, de alguna manera, este proceso de reconciliación, el cual supone un reconocimiento y admisión del otro. Pero si “el otro” es demonizado, es un proscrito al imaginario social, no hay ninguna reconciliación posible.
Una anécdota preciosa, en ese sentido, es lo que le ocurre al actor Lucho Cáceres, protagonista de la película. Cuando hace unos años le muestro el guión y le propongo que lo actué, su frase fue: “mientras esos desgraciados no le pidan perdón al país por lo que le hicieron, yo no actúo en esa película”. Así de radical fue.
A partir de ahí tuve un largo proceso en el que intenté explicarle, a través de películas, lecturas y conversaciones, que a él, como actor, no le servía usar la palabra “terroristas” o “terrucos”, porque si uno dice “ese es un terrorista”, y lo defines ontológicamente, un terrorista pareciera un sujeto en cuyo ADN está el germen del mal; y si lo metes a una fiesta de niños, seguramente va a degollar niños; y si va a un salón de clase, seguramente va a matar porque es un terrorista y quiere generar terror. Esa es una visión alejada y estereotipada de lo que ocurrió.
Lo que ocurrió con estos actores políticos que generaron violencia y terror es que, movilizados por una causa justa al inicio, devinieron en sujetos que utilizaron la violencia de manera indiscriminada. Pero nos estamos olvidando que esto no tiene que ver con la psicopatología, tiene que ver con la historia y la sociología, con lo que se pensaba en las ideologías de los años 80: la posibilidad de buscar una transformación, hacia una sociedad justa, mediante vías militaristas y violentas.
A mí me llama la atención que “el terrorismo” esté tan usado por un sector político, y levantado ‘ex profeso’, a puertas de elecciones, como si se quisiera manipular a la población y volverle a meter el ‘cuco’ del terrorismo para ellos posicionarse como esa fuerza política que nos liberó de ese ‘cuco’. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la juventud.
Una de las cosas más hermosas que tiene la juventud es la posibilidad de pelear, discrepar y protestar; y cuando los estudiantes sanmarquinos protestan con decibeles altos, porque encuentran una causa injusta en su universidad, y una comunicadora social los llama “aprendices de terroristas”, ¿qué estamos haciendo?, estamos proscribiendo, utilizando el ‘cuco’ para invisibilizar, demonizar y alejar a estos sujetos, que son seres humanos, y que llamamos terroristas.
Creo que los clichés han sido nefastos para el país y han sido utilizados por ciertos sectores políticos para impedir, de alguna manera, este proceso de reconciliación, el cual supone un reconocimiento y admisión del otro.
También podemos llamarlos guerrilleros, subversivos, seguramente delincuentes y asesinos, pero entre ellos hay gente valiosa que cometió delitos al calor de una ideología, pero no tenemos que verlos como ese demonio con trinche y cola. Esta visión estereotipada nos distancia y nos imposibilita en el reconocimiento.
Con la película me ha pasado una cosa maravillosa: recibir cartas de un amigo que me decía “yo soy una víctima de la violencia política, porque cuando viví en Chaclacayo rezaba para que mis padres llegaran a las 7 de la noche, y uno de mis compañeritos murió por una bala perdida, y con tu película he podido comprender a estos que yo llamaba demonios y verlos como seres humanos”. Por el otro lado, alguna gente que fue militante de estos movimientos subversivos me escribe conmovida. Es interesantísimo lo que ha sucedido con la película.
Sobre todo, las miradas que puede tener la izquierda.
Pepe Mujica, ex guerrillero y ex presidente uruguayo, decía que tal vez nuestra escala de la revolución ahora es la doméstica, con la posibilidad de transformar la acera de enfrente. Esta cita la trabajamos muchísimo y nos permitía comprender al personaje de “Ramón”. Él no ha ajustado sus dimensiones, se sigue sintiendo frustrado porque lo que tiene en la cabeza es el fantasma grandilocuente de sus ideales de los 80, que tenían que transformar la sociedad. En cambio ella, aunque en su vida cotidiana no hay nada que implique una evolución de sus ideales de justicia social, fantasea y dice: “cuando yo ponga un ‘restaurancito’ de comida orgánica, le voy a dar al proveedor un precio justo, seré un empresario que no jode a nadie”; allí está calibrado lo que haría porque, de alguna manera, ha entendido que esa es la única revolución posible en estos tiempos.
Es interesante cómo, de alguna manera, las opciones narrativas en el cine pueden reflejar lo que deben ser las opciones narrativas de la propia sociedad para construir su narrativa.
Las primeras películas que abordaban estos temas se referían directamente a los hechos de la violencia, como “La boca del lobo”, o incluso películas más recientes, como “La última noticia”. En cambio, otras películas como “Paraíso”, “Magallanes” y “La última tarde”, dan cuenta de los ecos, las resonancias, las consecuencias de esos hechos en el presente. Esto me parece una visión menos dramática pero más real porque da cuenta de cómo, en nuestra actualidad, va a estar esto siempre presente.
No es casual que, en el 2015, cuando estaba intentando buscar bibliografía útil para trabajar con los actores, no había libros interesantes de este tema [de los ecos de la violencia en el presente]. El libro más importante producido en esto es “Los Rendidos”, de Agüero, ¡y es del 2015! Es como si recién ahora, alejados de ese periodo, tuviéramos la distancia necesaria para empezar a pensar y hurgar, con un poquito más de sutileza, en eso que está presente.
Veo en el Facebook algunos hijos de ex emerretistas, jóvenes pensando su identidad y cómo se sitúan en un país donde un sector demoniza a su padre y lo quiere ver como el peor asesino del mundo; y, por otra parte, ellos mismos con la conciencia de que seguramente sus padres tuvieron algo positivo, en tanto se preocuparon por transformar una sociedad, aunque de manera inadecuada. Toda esa amalgama de discursos, medio discursos, sutilezas y grises, recién empieza a aparecer; y probablemente las mejores películas, las mejores reflexiones, estén por venir.
Pues muy poco. Mientras estemos tratando de pensar y dialogar desde el estereotipo, no hay ninguna posibilidad. Es como lo de Lucho Cáceres, que tuvo esa actitud de rechazo. Cuando le doy “Los Rendidos”, en dos meses el libro hizo lo que yo no había hecho en dos años: acercarlo a la humanidad de estos personajes que él iba a interpretar. Él mismo decía: “si ese proceso que yo hice como actor lo hicieran los espectadores de esta película y los ciudadanos de este país, estaríamos muy cerca de la reconciliación y del diálogo”.
Todas en conjunto. El cine y el teatro son como representaciones directas. Tal vez el cine tiene esa capacidad de llegar a públicos más amplios, aunque no necesariamente, pues algunas películas desaparecen rápido de cartelera.
Nosotros, para lograr que “La última tarde” se vea, semanas antes coordiné con profesores de Ética y Ciudadanía de algunas universidades y les mostré la película, y les pareció perfecta para sus alumnos, quienes de modo natural seguramente no hubieran visto la película.
Hay una visión sesgada de mi parte. Una fotografía puede emocionarte, pero ¿cómo construyes esta sutileza de los discursos sino es a través del diálogo?, el cine y el teatro construyen discursos.
Alguien me decía, “es interesante no sólo el número [de espectadores], sino a quiénes llegas”. En ese sentido, esta película ha generado un diálogo interesantísimo. A mí me llama la atención el hecho de que tú me estés entrevistando, desde una revista asociada a la Compañía de Jesús; que salga también un artículo de un sacerdote jesuita y el mismo día sale otro en el partido comunista; ¿ves esa pluralidad? O que escriban por igual una poeta, un psicoanalista y un profesor de la universidad del Pacifico, ese diálogo me parece espectacular.
Invierno 2017
Joel Calero Gamarra
Cineasta. Director de Cielo Oscuro y La última tarde. Ganador del premio a Mejor Director en la Competencia Oficial del 32° Festival Internacional de Cine de Guadalajara.