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Edición Nº 34

«Misericordear» en Ayacucho
30 de mayo, 2016

El Papa Francisco convoca a vivir el Año Santo de la Misericordia. En Ayacucho, la Catedral y el templo de Santa Clara son “puertas de la misericordia”; todos los días muchas personas pasan por ellas para confesarse, pedir perdón a Dios e iniciar una vida nueva. Han escuchado que este Año Santo es una oportunidad para un nuevo comienzo en sus vidas.

En breve sondeo descubrí que, en el sentido común de la gente, “misericordia” tiene que ver con “miseria” y con dar limosna a las personas -que aún hoy, en pleno siglo XXI-, mendigan por las calles de Huamanga. Otros relacionan la misericordia como un tema de Iglesia, un llamado para los creyentes: “la misericordia es de Dios”, “Dios tiene misericordia con nosotros, sino ¿qué sería de nosotros?, estaríamos perdidos”. “Dios es misericordioso y nos perdona nuestros pecados”. En cierto sentido, el resto de la sociedad queda exonerado.

La misericordia también se ve como sentimentalismo, debilidad, “no saber defenderse”; o como algo femenino, “las mujeres se dejan llevar por sus sentimientos, sienten por los que sufren”; como si los hombres no tuvieran sentimientos, como si todos no tuviéramos que “misericordear”.

En un grupo de reflexión, la misericordia se relacionó con el servicio, el amor incondicional, la compasión y, especialmente, con “dejar las puertas abiertas para recuperar relaciones”.

Kasper dirá: “La palabra latina misericordia, según su significado originario, quiere decir: tener el corazón (cors) con los pobres (misen), sentir afecto por los pobres”[1].

“El término «compasión» no puede ser entendido solo como conducta caritativa, sino que es necesario escuchar cómo resuena en ella la palabra «pasión» y percibir la reacción apasionada ante las clamorosas injusticias existentes en nuestro mundo, así como el grito en demanda de justicia”[2].

Tener el corazón con los pobres, ira contra la injusticia, pasión por la justicia. El Papa Francisco nos llama a “misericordear” con una perspectiva social. Sentir con los pobres, buscar la justicia y, superar la justicia con el amor.

En el Perú somos una sociedad de post conflicto que nos llama a estar atentos, solidarios y misericordiosos.

¿Cómo vivir la misericordia en Ayacucho, región que vivió el epicentro de 20 años de conflicto armado interno con más del 40% de víctimas fatales, más de 15 mil desplazados, más de 2 mil lugares de entierro clandestino? Esta es una tarea pendiente.

¿Cómo practicar la misericordia y enseñarles a los jóvenes a ser misericordiosos teniendo en cuenta las heridas abiertas de esos años?

El otro día fui con jóvenes del voluntariado Magis a visitar a los desplazados durante el conflicto armado interno; los que sufrieron más, hoy sufren los achaques de la vejez y están abandonados.

Desde la misericordia comprendemos que el victimario también es víctima.

Dos ancianas en una casita de adobe. Por las calaminas rotas del techo pasa la lluvia.  Se mantienen de juntar botellas y latas para venderlas a recicladores, pero les pagan una miseria, ¡no les alcanza para nada! Están enfermas. ¿Cómo ayudarles a tener un biohuerto en casa si no tienen agua potable? ¿Cómo misericordear nuestro corazón y el de los jóvenes?

No todo es negativo. Otra pareja de ancianos: él no puede salir a trabajar porque la esposa está enferma y tiene que atenderla en todo. Pasaron por ahí jóvenes estudiantes para realizar una investigación y “misericordearon”. Forraron de plástico la casita de adobe para que no entre la lluvia, armaron estantes con tablones de madera y los llenaron de gaseosas para que tengan algo que vender. Algunos vecinos les alcanzan un plato de comida.

Las 23 Asociaciones de desplazados de Huamanga cuentan con más 116 personas de la tercera edad. En un solo barrio hay 156 ancianos empadronados, necesitados de una mano para atender su alimentación, salud, derecho al cariño y a la recreación.  Sería una primera forma de misericordear el acercarse a ellos, organizar acciones de solidaridad y búsqueda de leyes para que tengan VIDA.

Son 15 mil los desplazados en Ayacucho. Misericordear es ayudarles a organizarse para que tengan acceso a justas reparaciones por parte del estado y a los programas sociales que les den mayor calidad de vida; ayudarles a pasar de víctimas a ciudadanos plenos con deberes y derechos.

Misericordear es apoyar la aprobación de la Ley de búsqueda de personas desaparecidas. Tener más de 15 mil desaparecidos a nivel nacional debe tocar nuestros corazones. Las familias siguen buscando a sus seres queridos.

Nos acercamos a las víctimas con amor y a los victimarios con horror. Quisiéramos convertir al victimario en un ser monstruoso que no merece vivir. Son muchos los sentimientos de odio, rabia, rencor, deseos de venganza. La misericordia es dolorosa, “misericordia es poner el corazón en la miseria”[3], nuestro corazón sufre al conocer la crueldad y deshumanización de los victimarios. Y más aún al conocer que muchas víctimas se convirtieron en victimarios y victimarios en víctimas.

Desde la misericordia comprendemos que el victimario también es víctima. “El misericordioso pone -el corazón- ahí donde esa miseria se ha materializado en extremos inenarrables. Así, los señalados por violadores a los derechos humanos encontrarán misericordia cuando de manera avergonzada y arrepentida pongan su corazón en esa realidad execrable que ellos mismos han producido”[4].

Dios practica la justicia restaurativa, quiere que el victimario se restaure. Es la ira de Dios y su santidad. Amar al pecador, odiar sus pecados. La ira de Dios es superada por el amor de Dios. Sentir ira ante la injusticia, condenar la injusticia y salvar al injusto. Salvar al pecador. ¡Qué gran reto!

Una joven contaba que no podía “ver” a un militar en la calle pues a sus abuelitos los mataron los militares en Cayara. Una tía sobrevivió pero quedó muda. Sus abuelitos y su tía no tenían que ver nada con la violencia. Gracias a los talleres y reflexiones esta joven ha podido superar el odio que sentía y tiene voluntad de caminar al perdón-reconciliación para construir una cultura de paz en Ayacucho.

Nos preguntamos ¿cuántas personas caminan en las calles con odio en su corazón a los senderistas, a los militares, a los que frustraron el desarrollo de sus vidas y la de sus familiares? En las comunidades y en las poblaciones conviven víctimas y victimarios. La guerra rompió lazos sociales, generó enormes desconfianzas que aún persisten. ¿Cómo vivir juntos?

El odio, el rencor, los deseos de venganza que anidan en el corazón humano y que anidan en muchos corazones ayacuchanos que vivieron el dolor, el abuso y la pérdida de sus seres queridos, necesitan un proceso para perdonar, sanar heridas y no vivir con rabia. Si este proceso no se da, la violencia aparece con fuerza disfrazada de otros rostros.

Entre las varias iniciativas para misericordear, el Centro Loyola Ayacucho está promoviendo espacios de diálogo entre víctimas y victimarios. La base son las ESPERE (Escuelas de Perdón y Reconciliación). En un segundo momento presentarán su versión de los hechos. Se abre el camino para perdonar y ser perdonados, para iniciar una vida nueva, experimentando “las cumbres oxigenadas del perdón”[5]. Este proceso que parece fácil teóricamente, no lo es en la práctica.

En la primera reunión con los licenciados del ejército, manifestaron que sienten que los miran con odio, que los rechazan. Afirman que defendieron el país pero que además hicieron mucho daño, le llaman “excesos”, pero saben que abusaron de la sencillez de las personas. Hoy quieren ser perdonados.

¿Cómo misericordear sintiendo ira por la injusticia y a la vez sintiendo compasión por las víctimas y los victimarios? Queremos caminar en ese amor liberador de Dios que “siente compasión por este pueblo” y sana nuestro corazón de piedra para convertirlo en un corazón de carne. Nos enseña a que el amor se imponga sobre la indignación. Nos enseña a vivir en el amor que convierte, sana heridas, promueve nuevos comienzos. Nos ayuda a “pasar de víctimas y/o victimarios a ser victoriosos”[6].

En este Año de la Misericordia profundizaremos como misericordear en Ayacucho, llevando a la práctica nuestras reflexiones.

________________

[1] KASPER, Walter. La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana. Pág. 29
[2] Íd. pág. 26
[3] CARDENAL, Rodolfo. La misericordia. Artículo en: www.uca.edu.sv/noticias/opinion-4011.
[4] Idem.
[5] Leonel Narvaez, fundador de las ESPERE -Escuela de perdón y reconciliación.
[6] Ídem.


Carmen de los Ríos Baertl

Directora del Centro Loyola Ayacucho (asociación civil de la Compañía de Jesús). Integrante del Movimiento Ciudadano por los DDHH de Ayacucho “Para Que No Se Repita”.

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