“No te rías mucho, que después tendrás que llorar”. Un refrán típico que refleja el control de las emociones. En el Bajo Marañón se trata de mantener una vida tranquila, lo más tranquila posible, con ciertas dosis de alegría, pero sin euforias. Una vida que no despierte interés ni concite envidias ajenas. Un control de las emociones que puede resultar paradójico para quienes no somos de la zona. kukama
Cuando en el 2014 se presentó un informe donde se indicaba la presencia de metales pesados en el Marañón, producto del derrame de petróleo, la gente nunca había oído hablar de esto, y trataban de conjurarlo por medio de burlas: “a ti, botándote al río ya no rebalsas” (indicando que los cuerpos con metales pesados se hunden), “ustedes, los varones, son dejados. Nosotras, si viniera Ollanta [Humala], cogeríamos agua del Marañón y le daríamos de tomar para que también pese [con plomo, hierro…] y así su mujer no le mande”, pues se decía que en su gobierno, quien mandaba, era su mujer: Nadine Heredia.
Estas y otras frases jocosas que circulaban por el Marañón eran una manera de exorcizar lo que estaba sucediendo. La risa desdramatiza y domestica los males que les aquejan, permite flexibilizar los comportamientos sociales y buscar la relajación en un contexto tenso. Es un reflejo de la resistencia de la población kukama frente a la adversidad, parte de su resiliencia. Por un lado, las organizaciones indígenas exigían sus derechos y, por otro, se burlaban de lo que estaba sucediendo. También incluye una sanción moral a las petroleras y las autoridades que no han sabido cuidar del Marañón.
Cuando se complicó la vida en el Marañón, con los temas petroleros y la hidrovía, comenzaron las reuniones con el Estado. Las primeras en participar fueron las federaciones indígenas de varones y, al ausentarse estos de sus comunidades (por las reuniones), las mujeres quedaban encargadas de la familia. Siempre que se ausenta el padre de familia deja a alguien con el encargo de proporcionar proteínas a sus hijos, pero con la escasez de pescado y carne de monte esto se hace más difícil y se convierte en una sobrecarga para la mujer.
El Estado también convocaba, por la ‘cuota mujer’, a una organización indígena de mujeres con base en el distrito de Parinari (Loreto), Huaynakana Kamatahuarakana ("mujeres trabajadoras"), con varias décadas de trabajo a sus espaldas. Esto suscitó los celos de los varones, que las desautorizan siempre que pueden en las comunidades.
Las mujeres siguen canalizando las emociones en la familia y orientando a sus hijos, pero se encuentran atrapadas y desorientadas [...] Las mujeres de Cuninico, orgullosas de su culinaria, ahora tienen miedo de preparar un plato de pescado. [...] Ellas, que aprendieron a nadar en el río mientras se divertían bañándose, ahora tienen que vigilar que sus hijos no lo hagan.
Hace décadas que los jóvenes kukama migran a la ciudad, y mantener reuniones con el Estado permite a las mujeres viajar a la ciudad y “pasear” a sus familiares. De esta manera se tejen redes fuertes entre las comunidades y la ciudad, redes que vuelven a agrupar a familias que la migración ha dispersado. A diferencia de los varones, las mujeres suelen pensar más en sus hijos, y el dinero que reciben de los viáticos está más en función de la familia. Los varones, en cambio, suelen invertir más en relaciones con sus pares u otras personas que les pueden ayudar. En ocasiones sucede que un varón se gasta toda la plata y no lleva “un pan” para su casa, después de haber permanecido varios días en la ciudad.
En Cuninico, distrito de Urarinas (Loreto), cuando se produjo la ruptura del Oleoducto Norperuano en 2014, la quebrada fue afectada profundamente. La pesca era la actividad principal, ahora no se puede pescar. En esta, y otras comunidades donde se han producido los derrames, se ha constituido toda una “industria” de limpieza de derrames que ha proporcionado dinero en algunas comunidades afectadas, pero no en todas. Se ha monetarizado la comunidad y la mayoría de los varones han trabajado en labores de limpieza, también muchas mujeres. Eso ha conllevado que los niños permanezcan mucho tiempo solos. De hecho, los niños de Cuninico bajaron su rendimiento escolar los años posteriores al derrame.
El trabajo en la limpieza del derrame, y la monetarización, trajeron consigo la subida de precios. Aumentó la venta de cerveza, ropa, electrodomésticos y gasolina, entre otros. Y también las borracheras, separaciones y reacomodos matrimoniales. Era tal el ruido, sobre todo los fines de semana, que Petroperú intentó poner horario de silencio en las noches, usurpando el papel de las autoridades comunales. Estas les pusieron en su sitio. No es que a Petroperú le importase mucho la moral, pero necesitaba que sus trabajadores fueran eficientes.
Con el derrame se dejaron de trabajar las chacras y no había para comer, por lo que se importó mucha comida enlatada, comida que no correspondía a las pautas tradicionales de conseguirla: el varón trae las proteínas, fundamentalmente pescado, y la mujer complementa con yuca; ahora la comida se compra. No es comida producida por la pareja para atender a sus hijos, pues cuando la pareja trabaja en la limpieza no pueden cocinar. Aquí, la comida transmite pertenencia y afecto. Una madre que no cocina, porque tiene que trabajar en la limpieza del derrame, no proporciona afecto a sus hijos. El “desapego” es evidente. Un indígena que no tiene apego es un indígena “débil”, blanco fácil de todo tipo de peligros.
Los cambios son evidentes. Las mujeres siguen canalizando las emociones en la familia y orientando a sus hijos, pero ellas mismas se encuentran atrapadas y desorientadas, y no hay quien parezca ayudarles. Las mujeres de Cuninico, orgullosas de su culinaria, ahora tienen miedo de preparar un plato de pescado. Los pescados, que ocupan la cúspide de la cadena alimenticia, acumulan más metales pesados.
Las mujeres actuales, que aprendieron a nadar en el río mientras se divertían bañándose, ahora tienen que vigilar que sus hijos no lo hagan por temor a las manchas en la piel, el prurito y otras consecuencias. Ellas, que acudían al río para recoger agua, ahora almacenan el agua de lluvia, cuando llueve. Esa misma agua que sus madres les decían que “no vale” porque produce reumatismo, bocio[1] y prurito.
Para concluir, no basta con psicólogos. Estos parten de un concepto occidental de persona como ‘individuo’, lejos de la concepción kukama, para quien una persona está superpuesta en una red de relaciones con sus parientes, plantas y otros seres con quienes se entrecruzan afectos y otras sustancias. Sin duda, los chamanes ejercen un papel preponderante en la tranquilidad del pueblo kukama. Una salud emocional que ha recibido serios golpes con la contaminación y la interiorización que el río ya no es el de antes, cuando jugaban de niños en él y cuando los espíritus estaban tranquilos. No es cuestión de psicólogos, no fundamentalmente. El pueblo kukama utiliza el baño en el río para algo más que la limpieza corporal, también limpia las emociones negativas, que son llevadas por la corriente. Que el río esté contaminado implica que dejen de bañarse en él, de esta forma no pueden limpiarse de los afectos negativos, provocando un boomerang emocional dañino.
---------------------
[1] Aumento de tamaño de la glándula tiroides [N. del E.]
Otoño 2019
Manuel M. Berjón, OSA
Sacerdote español, Párroco de la Parroquia La Inmaculada en Punchana (Iquitos).
Miguel Ángel Cadenas, OSA
Párroco y activista ambientalista. Parroquia La Inmaculada (Iquitos).