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Edición Nº 25

Perú: ¿cabalgando el corcel del diablo?
10 de diciembre, 2013

¿Cómo hacer un balance del gobierno durante el año 2013? Se trata de un balance, en realidad, de la mitad de la presidencia de Ollanta Humala. No es tarea fácil. ¿Qué parámetros utilizar? ¿Cómo evitar los vicios de la descalificación a priori o la adulación sin evidencia? Quizá la mejor estrategia sea comparar el gobierno de Humala con sus promesas electorales como candidato. Para ello, me basaré en la “hoja de ruta”. A partir de este documento, se puede evaluar los tres elementos que debían guiar el modo humalista de gobernar: (1) respeto del régimen democrático (del estado de derecho y la división de poderes); (2) mantenimiento del modelo económico (libre mercado, crecimiento económico, estabilidad macroeconómica, e inversión privada como ejes); y (3) reducción de las desigualdades socioeconómicas (programas sociales para la inclusión, distribución de la riqueza, y participación de y consulta a la ciudadanía aminorando los conflictos sociales).

Lejos del modelo chavista que asustaba a muchos en la primera vuelta, esta propuesta se acercaba y asemejaba a la de Lula en Brasil: girar a la izquierda de forma institucionalizada. Es decir, no cambiar la Constitución para refundar la República ni desmantelar el modelo económico, sino obviar los cambios estructurales para enfocarse tanto en políticas sociales como en un componente simbólico que legitime las prácticas políticas.

Acercándonos a la mitad del mandato, el balance es mixto. Con respecto al primer elemento de lo que debía ser el modelo humalista de gobernar, el régimen político no ha cambiado, en la medida que los derechos políticos y libertades civiles que caracterizan a la democracia procedimental se mantienen en niveles similares que en los gobiernos previos post-Fujimorato (Toledo y García). En segundo lugar, Humala ha resultado ser sumamente respetuoso con respecto al mercado y al mundo privado. Nada cercano a una estatización está en marcha. De hecho, la crónica de la muerte anunciada del intento de comprar Repsol significó el fracaso del último y más claro intento del gobierno por reformar algo en lo económico. Finalmente, en relación al tercer elemento, cambios importantes como la creación del MIDIS y el énfasis del gobierno en los programas sociales han significado el cumplimiento de la hoja de ruta.

Sin embargo, se trata de una imagen que no permite ver todo el paisaje. En cada uno de los elementos, hay puntos importantes que considerar como preocupantes. En relación al primero, el respeto por la democracia por parte del gobierno no va acompañado por una mejoría de los factores que la hacen todavía precaria. El gobierno no ha logrado legitimar la importancia de las elecciones para definir el rumbo del país, sino que con sus reacomodos probablemente ha reforzado la imagen de que no importa quién gane, siempre se gobierna igual. Además, se ha mantenido (e, incluso, incrementado) los niveles de desconfianza en las instituciones y rechazo generalizado hacia la política, que se ve acrecentado por la polarización y clima enrarecido entre fuerzas políticas. Asimismo, aunque sin ser responsabilidad del gobierno, a la debilidad de los partidos políticos se ha sumado la debilidad de las organizaciones políticas en general. Incluso las maquinarias personalistas que conformaban un sistema de “candidatos conocidos”, que en cada elección atraían novatos interesados en dar el salto a la política, se han visto sumamente afectadas. El tiempo de la política protagonizada por Toledo, García, Castañeda y Keiko podría estar llegando a su fin. Aunque, claro, son tendencias y nada está dicho.

En relación al modelo económico, resulta importante mencionar que no basta seguir con el mentado “piloto automático”. Los economistas Piero Ghezzi y José Gallardo vienen llamando la atención sobre la importancia de mirar otros indicadores más allá del crecimiento económico y la reducción de la pobreza en los que, sin dudas, destacamos como país. Sin embargo, la distribución del ingreso, la productividad y el empleo se mantienen en un nivel poco satisfactorio para asegurar mantener el crecimiento económico o, muchos menos, llevar el país al desarrollo. En el ritmo de la economía internacional actual, sin contar con que se desacelere, se nos hará cada vez más difícil crecer como venimos haciéndolo. La política económica, y el desarrollo institucional, también importan.

Por último, con respecto al tercer elemento de reducción de las desigualdades socioeconómicas, los avances del gobierno son muy modestos. Algunas cifras mencionadas por el politólogo Steven Levitsky dan cuenta del “bajísimo gasto social” del Perú en perspectiva comparada. Mientras el promedio latinoamericano del porcentaje del PBI que representa el gasto social es 14%, y en Brasil es de 26%, en Perú es tan solo 8%. Nuestro gasto social per capita es tan solo de US$229 en contraste con los US$697 de promedio latinoamericano y US$1165 de Brasil.

En este sentido, si Humala encontró pocos incentivos para ser Chávez (contexto internacional y necesidad de ir más allá del 31% de electorado primigenio que lo acompaña desde el 2006 para poder pasar a la segunda vuelta), no pudo ser Lula. No contaba ni con la fortaleza estatal, ni con las ventajas de un partido institucionalizado, ni tampoco con suficiente carisma (según Julio Cotler y Alberto Vergara, “un Correa la monta en Perú”[1]). El rumbo de Humala, más bien, lo llevó a la continuidad por la que también transitaron sus antecesores. Mayor prueba del alejamiento del esperado modo humalista de gobernar, que lo convertiría en una suerte de Lula perucho, es la inequívoca foto juntando las manos con los presidentes de centro-derecha y derecha de México, Colombia y Chile en el artículo que presenta la Alianza del Pacífico (“con el principal objetivo de crear un espacio donde la libre movilidad de bienes, servicios, personas y capitales prospere”, reza su encabezado)[2].

¿Qué sucederá con el cambio de gabinete? ¿Qué se viene luego de este gobierno? Difícil decirlo. Sin embargo, pienso que es probable la repetición de episodios recientes como la elección de alguno de los personajes del sistema de “candidatos conocidos” o de outsider proponiendo una gran transformación que al llegar al poder no pueda enfrentarse a la inercia. Otra alternativa siempre abierta últimamente, no obstante, es que terminemos exclamando repentinamente –tomando palabras de Gaspar Nuñez de Arce- “¡Qué carreras y que trasformaciones!” al notar que “(…) hombres, instituciones, sistemas y partidos han adelantado y vivido sin descansar años en horas, como Pecopin en el corcel del diablo”[3]. ¿Será posible alguna tercera vía que nos aleje tanto del cambio precipitado como del congelamiento inexorable? Ver para creer.

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[1] Revista PODER. Edición 54 (N.E.)
[2] Diario EL PAÍS Internacional. 08 octubre 2013 (N.E.)
[3] Gaspar Nuñez de Arce: “Recuerdos de la Campaña de África”. 1860


Daniel Encinas

Docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú

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