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Edición Nº 15

Política y Fe, ¿se oponen o se combinan?
31 de enero, 2011
Otro desafío mayúsculo es el enorme dominio de la corrupción en los ámbitos público y privado [...]. Es aquí cuando el ejercicio reflexivo sobre la buena voluntad se vuelve indispensable para desenmascarar los así llamados valores de nuestro tiempo, signados por el materialismo, la codicia y la exteriorización de la mente.

.Fe y política convergieron desde su origen, pero se separaron por sus buenas razones. Nicolás Machiavelli separó su política de la moral, marcada por una fe, para buscar la unidad italiana sin que lo fastidiaran los ejércitos del Papa. También hoy algunos seguidores del modernismo trasnochado buscan esa separación artificial para sus políticas.

En Colombia la respuesta, en la práctica, fue el apoyo que casi todos los obispos y sacerdotes católicos dieron al partido conservador durante largos años, traduciendo así su idea de la “cristiandad republicana”[1]. Hoy por hoy, el cristianismo colombiano ha madurado. La Constitución colombiana de 1991 “reconoce la pluralidad cultural y religiosa del país, a la vez que consagra la laicización del Estado y su consiguiente neutralidad en materia religiosa”[2]. Esto significó una revolución en el lenguaje y un signo eficaz de que Colombia ya no era un “orden cristiano”, sino un país con mayoría católica. El trabajo electoral partidista del clero fue sustituido por la exhortación motivadora de la responsabilidad ciudadana que se revela en el voto en conciencia por el candidato de su preferencia y en el trabajo social voluntario. Así la fe entró a jugar lo que aquí se considera su verdadero papel: el de orientar toda la acción humana del creyente, sobre todo en las decisiones que tienen eco en el espacio público. Al fin y al cabo, el servicio público es una oportunidad muy especial de practicar el mandamiento del amor cristiano que se encarna en la solidaridad social.

Los retos de la fe, en la política colombiana de hoy, son tres: colaborar en conformar un Estado de derecho, ayudar a reducir el altísimo nivel de corrupción y, por último, contrarrestar el pensamiento mafioso.

Tres desafíos para la fe y la política

En la construcción de un Estado de derecho, la fe cree en la dignidad de la persona humana y, por consiguiente, defiende sus derechos y promueve sus deberes. La defensa de los derechos humanos se ha fortalecido mucho con el componente de fe cristiana que ejerce dicha defensa a favor de los hijos de Dios. El servicio de la fe impregna con su vigor espiritual el servicio público. Es un servicio que Ignacio de Loyola hoy no dudaría en colocar explícito en el llamamiento del Rey Eternal[3]. Y es también un combate que, frente al autoritarismo creciente de una política que no vacila en matar a la oposición, exige una disposición real de dar la vida, o al menos, de ser tenido por loco por Cristo.

Otro desafío mayúsculo es el enorme dominio de la corrupción en los ámbitos público y privado. Como causa y consecuencia de la irresponsabilidad del Estado, el contrabando se convierte en una forma de enriquecerse rápidamente unos pocos y, al mismo tiempo, de subsistir una mayoría en un medio social profundamente desigual e inequitativo, además de fragmentado por el racismo y dividido por el clasismo. Es, pues, una solución doble, lo cual la vuelve más duradera. La fe de Ignacio miró esta corrupción del género humano en la contemplación de la Encarnación y su petición del conocimiento y seguimiento de Cristo es la respuesta más adecuada (E.E. n° 101). Ella requiere trabajar la conciencia individual y colectiva, así como también conformar una masa crítica de personas de fe que promueva el servicio desinteresado y la disciplina personal y colectiva, como respuesta a la diabólica propuesta del enriquecimiento y el placer. Es aquí cuando el ejercicio reflexivo sobre la buena voluntad, se vuelve indispensable para desenmascarar los así llamados valores de nuestro tiempo, signados por el materialismo, la codicia y la exteriorización de la mente, a los que sucumbimos mediante los trucos del “ángel malo…que trae el alma a sus engaños cubiertos y perversas intenciones” (E.E. n° 332)

El narcotráfico en Colombia afecta al Estado de manera general y profunda, los niveles de corrupción van en aumento y el comercio de armas y personas no se detiene.

El tercer reto en Colombia es el narcotráfico. La multinacional del crimen que, junto con los alucinógenos, comercia en armas y en personas. Este negocio mortífero encontró en Colombia un campo fértil, abonado por una dirigencia rapaz que no sólo no combatió su comienzo, sino que siempre ha querido usufructuar sus rápidas ganancias. Quisieron ser clandestinos y sacrificar sólo a los ‘capos’; sin embargo, el mal manejo ha puesto en evidencia a los narcotraficantes de cuello blanco. Hoy es clara la alianza entre la alta política y el narcotráfico. En esta forma el narcotráfico colombiano ha servido para aceitar la lucha armada por la tierra, corromper los poderes estatales, minar las instituciones republicanas y pervertir la conciencia nacional. Este deterioro de la conciencia, que transmutó la idea de la convivencia solidaria en relación mafiosa, es el mayor de todos los ‘desórdenes de las operaciones’ y logra infectar velozmente todas las relaciones sociales, mezclando su podredumbre moral, de manera blasfema, con la superstición[4]. El trabajo ignaciano aquí requiere todo el discernimiento de que sea capaz la fe, para descubrir la estrategia maléfica del ‘enemigo de natura humana’ y contrarrestar la deshumanización de la política. Aunque el narcotráfico sólo se jugará en el nivel internacional, cuando la razón global (si existe) derrote a la codicia global (que guía al mundo), el trabajo interior “para disponer el alma, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas” (E.E. n°1) es una preparación diseñada por Ignacio con ese objeto: romper el círculo vicioso de una mafia que privatiza el Estado, pisotea los derechos humanos e invade el espacio público. En el círculo virtuoso de conocerse a sí mismo, conocer a Cristo y adquirir “conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo enteramente reconociendo pueda en todo amar y servir a su divina majestad” (E.E. n° 233), podremos encontrar la fusión transformadora de la fe con la política. Para transformar el mundo sin agotarlo, como lo está agotando el capitalismo salvaje, tenemos que comenzar por mirarlo en una “contemplación para alcanzar amor” (E.E. 230).

[1] González F., 2006“Búsqueda de la paz y defensa del ‘orden cristiano’: el episcopado ante los grandes debates de Colombia (1998-2005)” en Buitrago F. (ed.) En la Encrucijada: Colombia en el siglo XXI.
[2] ibid. 175
[3] Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola (E.E.)
[4] El mejor estudio de la mentalidad torcida por el maridaje de narcotráfico y superstición es La Virgen de los Sicarios, una novela de F. Vallejo (1994).

Publicado en enero 2011


Alejandro Angulo Novoa, SJ

Centro de Investigación y Educación Popular-CINEP (Colombia)

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