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Edición Nº 30

Precariedad ministerial
1 de marzo, 2015

Ollanta Humala podría “romper un record” en la designación de presidentes del Consejo de Ministros. A tres años de gobierno, Humala cumplió con la “cuota” máxima (6) que han dejado sus predecesores al estrenar a Ana Jara como presidenta del Consejo de Ministros. Esta “desfiguración” de lo que representan los primeros ministros –motes con los que se conoce a esta figura aunque formalmente no lo sean dentro del sistema peruano- es un fenómeno que alcanza a los periodos de gobierno anterior, aunque claramente con Humala ha cobrado una forma exagerada. ¿En qué consiste esta desfiguración? Hoy por hoy la figura del premier se ha trivializado.

El cambio del presidente del Consejo de Ministros podría significar la posibilidad de negociar, dándole al nuevo hombre o mujer de confianza el incentivo de poder reconfigurar al gabinete, especialmente cuando se buscan tender puentes entre los fragmentos del partido de gobierno o la oposición. Sin embargo, esto ha ido diluyéndose progresivamente. Como señalamos junto a Rodrigo Barrenechea en un artículo del año pasado, refiriéndonos a la designación de Villanueva, en la actualidad la característica fundamental de este tipo de cambios es la total ausencia de cambios importantes. Esta imagen queda representada con fuerza en el cambio de René Cornejo por Ana Jara. Y no es para menos que esta situación preocupe particularmente en el gobierno de Humala.

Desde la caída del gobierno de Alberto Fujimori hemos tenido 16 presidentes del Consejo de Ministros, de los cuales solo 9 han formado parte de un grupo político -por lo general el de gobierno-, los demás son “independientes”. Si vamos más allá y hacemos una especie de Top 5 de primeros ministros con menor duración en los tres últimos gobiernos (Toledo, García y Humala), encontramos a Salomón Lerner, César Villanueva y René Cornejo. Tres de cinco son de la gestión nacionalista. Vale la pena resaltar que Ana Jara es la tercera mujer en el cargo, paradójicamente precedida por las dos primeras ministras de ese top 5, Beatriz Merino y Rosario Fernández. Sin embargo, no todo son malas noticias.

Concentrémonos por un momento en la participación de mujeres en los gabinetes. En el primer gobierno aprista, la designación de mujeres en cargos ministeriales (4 veces) fue visto como un hecho anecdótico, pero que marcaba el ingreso de la mujer a estos cargos ejecutivos. Un hecho, vale decirlo, tardío para el resto de América Latina donde las mujeres empezaron a ocupar este tipo de funciones algunas décadas atrás. Durante el fujimorato, esta “cuota” de mujeres se incrementó hasta llegar a 6 nombramientos, mientras que en el gobierno de Alejandro Toledo se llego a duplicar esta cifra. Durante los gobiernos de Alan García y Ollanta Humala esta cifra se encuentra por encima de la quincena de nombramientos.

Este optimismo debe ser relativamente matizado. Esto debido a que la mayor parte de estos nombramientos concentran a mujeres en despachos que son vistos como “femenino” (Mujer y Poblaciones Vulnerables, por ejemplo). Sin embargo, resalta que desde el retorno a la democracia se hayan nombrado a mujeres como jefas del gabinete, o que en el gobierno de Alan García una mujer, Mercedes Aráoz, haya sido nombrada como ministra de Economía y Finanzas. Más recientemente, resalta el último nombramiento de Ollanta Humala a una mujer, Rosa María Soledad Ortiz Ríos, como ministra de Energía y Minas por primera vez en la historia.

Por primera vez en la historia del país el cargo principal del Ministerio de Energía y Minas lo ocupa una mujer, la Dra. Rosa María Soledad Ortiz Ríos.

Volvamos a la mirada de los gabinetes. Queda claro que el gobierno de Ollanta Humala ha ido perdiendo oxígeno. El rápido desgaste en sus gabinetes ha sido significativo y ha tenido efectos observables en la dinámica política del gobierno. Humala se deshizo rápidamente de un primer gabinete ecléctico que representaba a las fuerzas políticas que lo habían ayudado a llegar al poder, para dar un bandazo hacia un cuadrante más conservador del espectro político con la designación de Valdez ante la crisis de Conga en Cajamarca. Posteriormente, la gestión logró estabilizarse y reacomodarse en el centro con el nombramiento de Juan Jiménez Mayor, frente a un gabinete de independientes, quién ha sido el primer ministro que más tiempo ha durado en el cargo. Esta situación promovió un clima de negociación y acercamiento con algunas fuerzas políticas y su salida significó el inicio del desgaste político del gobierno nacionalista.

A partir de este momento, el gobierno ha ido de tumbo en tumbo, inmolando ministros ante espacios de tensión y echando mano de viceministros o de profesionales independientes para mitigar la falta de cuadros políticos de su propio grupo para llenar estos espacios vacíos. En menos de un año, luego de la salida de Jiménez, tres primeros ministros juramentaron en palacio, entre ellos un líder regional que fue sacrificado sin ningún reparo. Pero no es solo una dinámica interna; luego del descalabro de la bancada nacionalista, al gobierno le ha costado cada vez más lograr un mínimo consenso en el parlamento respecto a sus gabinetes. Lo que ha generado este constante recambio y precariedad es, como han señalado algunos analistas, que el gobierno tenga ministros políticamente inexpertos en áreas clave, lo cual ha favorecido a que la oposición pueda cuestionar y asediar las políticas propuestas por el gobierno. Las frases y estrategias inoportunas de algunos ministros en la defensa de la Ley Pulpín es un claro ejemplo de este escenario.

Ante esta situación, el último cambio –tan pragmático como los anteriores- ha sido importante para solucionar los impasses que han tensionado la política peruana en los últimos meses. Sin embargo, algunos mensajes parecen clave. En primer lugar, la continuidad de Ana Jara parece confirmar que no será parte de la campaña presidencial del 2016 -que algunos veían posible- puesto que arriesgaría mucho Ollanta Humala en hacer un cambio de último minuto en el gabinete para permitir esta postulación. En segundo lugar, parece que el general Daniel Urresti se ha convertido en la ficha clave para la estrategia futura del nacionalismo. No hablemos de ganar una elección, pero sí de lograr posicionar a un grupo de congresistas significativo en el próximo parlamento. Esto es clave para un gobierno que, hasta hoy, parece que dejará el poder en manos de sus opositores.


Paolo Sosa V.

Instituto de Estudios Peruanos

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