Entrevista a Ignazio De Ferrari, politólogo del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico país
Por Diana Tantaleán C.
Apostolado de Justicia Social y Ecología
La crisis sanitaria mundial que estamos viviendo este año ha ocasionado que todos los gobiernos se vean enfrentados ante una realidad inesperada tanto política, social como económica, y el Perú no ha estado exento de esta situación. Por ello, entrevistamos al investigador Ignazio De Ferrari para que nos comparta su opinión sobre nuestra situación política en estos últimos años y cómo percibe nuestro futuro "post pandemia" como país.
Sobre esto escribí un artículo hace unos meses, previo a la pandemia, y lo que los últimos 10 años reflejan es que hemos avanzado mucho y es, a la vez, todo tan poco. Esto va más allá de la política, es un tema general de nuestra vida nacional, y es que estos avances que hemos tenido en diferentes frentes han hecho más visibles todo lo que nos falta por hacer y cuán contradictorio es el desarrollo.
Creo que en el Perú ha imperado una mirada -que viene de la teoría de la modernización de los años 50s y 60s- según la cual, cuando un país empieza a tener crecimiento económico, todo lo demás se va solucionando; la idea de que, si la economía va bien, y crece, entonces mejora la calidad de la democracia, mejoran las instituciones, etc. Sin embargo, lo que hemos visto en el Perú es que esto no es así, no entramos a la carretera del desarrollo económico sin parar hasta llegar al desarrollo.
A menudo, estos equilibrios se establecen alrededor de los grises, no es blanco o negro. Por ejemplo, en el terreno político hemos tenido un avance importante: ser capaces de tener un acuerdo mínimo sobre una economía de mercado; sin embargo, tenemos niveles de desigualdad que son intolerables; en el terreno de la justicia, en el extranjero, nos ven como un país al que se admira por tener a casi todos nuestros expresidentes presos o haberlos podido procesar, pero esto ha sido a costa de utilizar estas prisiones preventivas de manera excesiva, y ahora vemos nuestro sistema penal totalmente desbordado por la crisis del COVID. Y así, a medida que entramos en cada ámbito de la vida nacional, vemos cómo aparecen todas estas contradicciones alrededor de un modelo de desarrollo que, creo, ha sido limitado.
El problema es que, en los últimos 30 años, para las grandes mayorías la confianza en la capacidad de lo que pueda hacer el Estado es tan mínima, que la gente ha preferido hacer las cosas por su cuenta; y eso también genera el que ni siquiera se demanden cambios que se tienen que hacer.
Creo que nuestro mayor fracaso ha sido la incapacidad de construir un relato sobre qué país queremos ser, construir un relato que incluya a las grandes mayorías. Durante el segundo gobierno de Alan García, lo que mejor define su presidencia es este discurso del "perro del hortelano".
Entonces, por un lado, teníamos esa idea de que lo único que importa es hacer negocios y el desarrollo económico a como dé lugar, y que cualquiera que se oponga a esa visión es como "el perro del hortelano", que no come ni deja comer. Por otro lado, tenemos una izquierda que está obsesionada con reescribir el capítulo económico de la Constitución.
Reconozco que es muy difícil construir una visión más o menos unificada de qué queremos ser como país, y es incluso difícil en países menos desiguales que el Perú. Por ejemplo, en países como Estados Unidos, la polarización política ha llegado a niveles tóxicos. Pero, en el Perú, en los últimos 10 años, hemos desaprovechado una oportunidad de oro, histórica, que quizá no se vuelva a presentar en varias generaciones: tener un consenso alrededor de políticas económicas liberales, si queremos llamarlo de alguna forma, con un discurso y una práctica de construir instituciones e invertir en potenciar las funciones más básicas que debe cumplir un Estado, como la salud y la educación. Alrededor de eso podríamos haber armado un combo interesante.
Esa incapacidad de encumbrar al país en este discurso y práctica verdaderamente liberal, tanto en lo político como en lo económico, creo que ha sido nuestro mayor fracaso; y lo triste es que han existido recursos para hacerlo, pero nuestra clase política no estaba interesada en construir estos acuerdos y podemos profundizar por qué, el punto es que decidieron que era una batalla en la que no se querían meter, y creo que ese ha sido nuestro mayor fracaso en los últimos 10 años.
La última década ha reflejado una clara crisis de liderazgo e incapacidad de llegar a esos acuerdos mínimos de los que hablaba, sobre los lineamientos básicos que necesitamos para consolidarnos como un país viable, que pueda seguir siendo viable en el tiempo. Entonces, en buena medida, la ausencia de partidos políticos medianamente institucionalizados nos ha privado de una lógica de largo plazo en nuestra vida política; porque los partidos políticos, cuando tienen que cuidar una marca -porque saben que del cuidado de esa marca política depende su éxito futuro- se comportan de manera coherente, protegiendo los valores y principios que esa marca representa. Pero, en el Perú, esos partidos desaparecieron y nunca llegaron a institucionalizarse del todo. En ese contexto, tenemos líderes de partido que tenían una cierta vida orgánica, como el APRA, que iban a emprender un camino personal dentro de este partido.
Lo de Alan García ha sido muy evidente, él tuvo una carrera individual dentro del partido. Y también surgieron líderes con intereses muy cortoplacistas que se apropiaron de sus diferentes membretes electorales para avanzar su agenda personal, que a menudo estaba vinculada con la corrupción.
El resumen es que hemos tenido una crisis de liderazgo y una incapacidad de forjar instituciones medianamente coherentes.
Por el lado de la formación política creo que, efectivamente, existe la carencia de una mirada sobre qué significa ser un ciudadano en el Perú. La ministra de economía, cuando tomó el cargo, dijo algo que generó mucho revuelo, pero que es muy obvio, que la vida de los peruanos no vale siempre lo mismo. No hemos tenido una mirada de qué significa ser ciudadano en un país como el Perú, y eso también ha sido un factor importante de por qué, en los últimos años, no hemos podido hacer más. Por qué no ha habido una mayor demanda por cambios más estructurales. Creo que la crisis de ciudadanía se refleja en eso.
El problema es que, en los últimos 30 años, para las grandes mayorías la confianza en la capacidad de lo que pueda hacer el Estado es tan mínima, que la gente ha preferido hacer las cosas por su cuenta; y eso también genera el que ni siquiera se demanden cambios que se tienen que hacer. Esa es la otra parte de nuestra tragedia nacional: ciudadanos totalmente desafectados del sistema e incapaces de comprometerse, por una descreencia absoluta en lo que puede hacer el Estado y sus instituciones.
El Perú es, desde hace mucho tiempo, uno de los países con mayor desconfianza entre las personas y las instituciones, y esto en una región como América latina, la cual de por sí tiene niveles bajísimos de confianza en las instituciones. Entonces, lo que tenemos, es una falta absoluta de creencia en lo que puede dar un gobierno, o un Estado, y eso tiene que ver con esta crisis de ciudadanía de la que hablamos.
Efectivamente. En un mundo ideal, los partidos políticos, en el fondo, son un conjunto de grandes ideas que se defienden desde la vía pública; pero, como en el Perú no existen los partidos políticos, nos aferramos a las figuras. Hace varias décadas los ciudadanos no se pueden aferrar a una serie de valores o de principios, que los partidos políticos deberían representar. Esto tiene un riesgo enorme porque estos personajes no son el resultado de haber crecido dentro de una vida orgánica, política y partidaria, entonces pueden cambiar muchísimo, pues no están sujetos a controles internos en sus organizaciones.
Una expresión de esta crisis de liderazgo en el país es que, justamente, estemos detrás de un salvador, cuando lo que deberíamos estar discutiendo es qué ideas necesitamos para hacer de este país un país más fuerte, sólido y viable, y quién puede representar mejor estas ideas.
Si algo caracteriza a nuestro país es la ausencia de un debate ideológico y programático sobre hacia dónde tenemos ir, y esto se da en un contexto de mucha polarización. A mí cada vez me quedan menos dudas de que la elección del 2021 va a ser una elección muy polarizada, y esta búsqueda del salvador probablemente nos lleve a buscar figuras que vengan desde el mundo populista. Van a ser unas elecciones muy complejas.
Creo que en una primera etapa el gobierno logró hacer una comunicación efectiva de los avances en la lucha contra el virus; y creo que la alta aprobación, sobre todo del Presidente de la República, se da por tres factores: el primero es esta comunicación fluida en la que el presidente ha generado la impresión de estar en control de la situación, sobre todo en las primeras semanas donde las comunicaciones eran prácticamente diarias; segundo: han logrado establecer la idea de que están trabajando de manera incansable, y todo indica que hay algo de verdad detrás de esto; lo que muchos ciudadanos valoran es ver a un presidente "chambeando"; y tercero es esta idea de que se toma una decisión radical, que en tiempos de crisis suelen ser bienvenidas porque, ante las incertidumbres, la gente, cuando ve que hay una decisión radical como cerrar el país o la inmovilización obligatoria, dice: "ok, están haciendo algo". Y es en crisis que los gobiernos suelen tener carta blanca para tomar decisiones.
Pero creo que, a medida que han pasado las semanas, se ha hecho cada vez más evidente que la estrategia del gobierno, en mi opinión, parece haber subestimado el enorme poder de la informalidad en el Perú, la precariedad económica en la que vive la gente en nuestro país.
Una expresión de esta crisis de liderazgo en el país es que, justamente, estemos detrás de un salvador, cuando lo que deberíamos estar discutiendo es qué ideas necesitamos para hacer de este país un país más fuerte, sólido y viable, y quién puede representar mejor estas ideas.
Lo otro que esta crisis nos muestra es que tenemos problemas de capacidades de Estado que van mucho más allá de lo que pueda hacer un gobierno en poco tiempo; o sea, con todo lo que el gobierno podría haber hecho mejor, era evidente que tendríamos un desborde del sistema sanitario si al inicio de la pandemia teníamos menos de 200 camas UCI. Entonces, lo que esta crisis evidencia son las enormes dificultades de un Estado que no ha hecho su trabajo durante décadas. Eso desborda a lo que el presidente pueda hacer.
A esto se suma que la estrategia en la parte económica, si bien ha tenido algunos puntos muy interesantes como el Plan Reactiva Perú, se podría haber hecho más ágil y se le podría haber dado más rápido el dinero a las empresas. La entrega de bonos refleja la enorme informalidad y las carencias en las que vive tanta gente que está excluida financieramente; pero estamos llegando a un punto en el que, si no hay una apertura de la economía un poco más rápida en las próximas semanas, nos vamos a enfrentar a la posibilidad de una crisis social bien fuerte porque estamos llegando al límite.
Definitivamente hay mucho por hacer. Creo que lo más necesario es ponernos de acuerdo, de una buena vez, sobre qué entendemos por desarrollo en el Perú, qué significa ser un país desarrollado. Llegar a un acuerdo mínimo sobre esto sería lo ideal.
En otras palabras, lo que hemos hecho en los últimos 28 años, desde el viraje económico que tuvo el primer gobierno de Fujimori, es un trabajo excepcional en el terreno macroeconómico, con niveles de deuda que son la envidia de casi todos nuestros vecinos en la región, pero seguimos teniendo un sistema de salud y un sistema educativo desastrosos, y no hemos hecho el esfuerzo realmente serio como país de atacar la informalidad. Entonces, creo que la pregunta es ¿por qué no hemos sido capaces de invertir mejor en educación y salud para no llegar a una situación como ésta?, ¿por qué no hemos sido capaces de invertir mejor en las capacidades que debe tener un Estado funcional?
Esto parte de una visión equivocada del desarrollo, porque los recursos existían y podíamos haber mantenido un balance en temas macroeconómicos gastando más y mejor, existía ese espacio. Entonces, esta idea de que hemos sido un país pobre con plata, que en las últimas semanas he escuchado bastante, creo que es una buena síntesis de lo que nos ha pasado. Por ejemplo, pensemos en nuestra obsesión de medir la pobreza en términos monetarios, en cuánto dinero disponible tienen las familias, cuando la pobreza es mucho más compleja que eso. Uno puede tener dinero para llegar a fin de mes, pero si vives en una zona donde no hay servicios básicos (como agua o desagüe), si vives en una construcción precaria; entonces, ¿qué noción del desarrollo es esta?, ¿qué nos está diciendo realmente este 20% de pobres que supuestamente teníamos a fines del año pasado?
Mientras no cambiemos la mirada de qué entendemos por ser un país desarrollado, y hacia dónde tenemos que ir, va a ser muy difícil porque no estamos entendiendo y no estamos llegando a consensos mínimos sobre lo que eso significa. Seguimos siendo un país demasiado precario en todo sentido: instituciones precarias, ingresos económicos precarios para millones de peruanos, infraestructura precaria; y el problema que subyace a todo esto es la incapacidad de forjar acuerdos políticos profundos.
Si vemos el comportamiento que está teniendo el nuevo Congreso, pues no da señales para mucho optimismo; y la elección del año que viene, me temo, va a estar extremadamente polarizada. De esa elección no van a surgir fuerzas políticas realmente capaces de sentarse a la mesa y llegar a acuerdos de fondo; y lo más triste es que, esta oportunidad del COVID, la vamos a desperdiciar.
Invierno 2020
Ignazio De Ferrari
Investigador del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico.