Entrevista a Mons. Norberto Strotmann, MSC
Por Diana Tantaleán C.
Apostolado Social
Cercanos a las celebraciones navideñas, y al mensaje de esperanza y fraternidad que se transmite en estas fechas, el Obispo de la diócesis de Chosica, Mons. Norberto Strotmann, MSC, hace una reflexión sobre lo que es la Encarnación en nuestros días y cómo vivirla desde nuestra realidad.
La Encarnación es el misterio de la Palabra hecha carne, el Hijo de Dios que se hace uno de nosotros. En este sentido, la navidad es la oportunidad que tenemos para volver a contemplar la presencia de Dios en el rostro de un niño que viene a nosotros, trayéndonos vida y esperanza en un mundo roto que necesita de la luz de Dios.
Esta Encarnación nos invita a compartir la cercanía de Dios para con el hombre, manifestada en la vida, la muerte y la resurrección de su Hijo. Esta entrega de vida ha de tener una disponibilidad que aprende, todavía hoy, de Jesús. Hemos de ser para la gente testimonio del amor de Dios, un amor gratuito que no es negociable ni está sujeto a condiciones. Testigos de un amor incondicional, auténtico, que busca la felicidad del ser humano. En este sentido, el misterio de la Encarnación hace referencia a una Iglesia cercana al pueblo, un Iglesia en donde sus sacerdotes comparten la vida de la gente, especialmente la vida de los más pobres y necesitados.
Nuestra Iglesia está llamada a ser “una comunidad con misión encarnada”, una Iglesia que desea imitar a Cristo, quien no compartía ni los prejuicios religiosos de sus paisanos, ni los juicios políticos, y mucho menos los prejuicios sociales de su tiempo. Un Cristo cercano a la gente que se compadece de los que sufren, de los leprosos, de aquellos que estaban socialmente aislados de su pueblo. Un Cristo que es capaz de ver a la persona donde otros veían solamente pecado. Los Evangelios nos presentan un Cristo que encarna el cariño, la misericordia, la preocupación de Dios por todas las personas independientemente de su condición social, política, económica, cultural.
El cristiano, en cuanto testigo del amor infinito de Dios, está llamado a dar vida, a hacer renacer la esperanza en medio de tanto sufrimiento que aqueja al mundo hoy. Para esto, debe de cuidar su amistad con Dios. Se trata entonces de ser hombres de fe, personas enraizadas profundamente en el amor de Dios. Personas que sepan estar enraizados profundamente en la vida y que desde allí cultiven relaciones auténticas fundadas en el amor, el respeto, la caridad para con todos. Solo así seremos capaces de construir espacios de convivencia válidos en el mundo hoy, sobrepasando los criterios superficiales de análisis de la disfuncionalidad y del egoísmo existentes. No se trata de defender teorías que buscan una mejor reorganización de la sociedad actual basados en criterios ideológicos; se trata de ir a lo fundamental, a la preocupación de Dios por todas las personas.
Hoy en día necesitamos de congregaciones, de comunidades, de laicos comprometidos que sean cercanos a la población. Necesitamos personas con una buena formación humanista y profesional que puedan ayudar a dar respuestas adecuadas a las complejas situaciones que vive el mundo actualmente; personas que puedan ayudar a que las voces de los que están excluidas del sistema puedan ser escuchadas. Recordemos, por ejemplo, que en los últimos años se han agudizado los problemas en las zonas indígenas de la amazonía, causando incluso muertes. Muchos de estos problemas están relacionados con las inversiones en la industria extractiva, tienen que ver con temas de desarrollo y medio ambiente, y que afectan el respeto a otros modos de vida y de manifestaciones culturales. Para acercarnos a estos problemas necesitamos gente preparada, que sea capaz de ver no solamente los costos y beneficios económicos, sino que puedan ver la vida que está en juego, que ayuden a encontrar un equilibrio entre el desarrollo local, la inclusión social y el respeto al medio ambiente; personas que nos ayuden a construir sociedades sostenibles.
Permítame dar un ejemplo como pastor de una Diócesis: Todo el mundo habla de Encarnación, todos quieren estar cerca de la gente; aquí tenemos “Cáritas”, instituciones y comunidades religiosas con sensibilidad social, tenemos un policlínico con mil asistencias diarias y donde en cada turno trabajan médicos, enfermeras y técnicos prácticamente “ad honoren”. Pero como Obispo, lo que hasta el momento no logro, es una comunidad católica donde esta Encarnación no sea asunto de instituciones, sino que la sensibilidad social sea parte de toda la vida del cristiano. No se sale de la Iglesia siendo portador del Señor (por la Eucaristía) y vivo mi vida olvidándome de los demás, al contrario, ahí debe comenzar la sensibilidad, de manera muy natural: “¿dónde me necesita hoy el vecino?”
He recibido una vez un ejemplo de laicos de lo que es un poquito mi sueño de Encarnación del católico: en una cuadra algunas familias se enteraron que murió la esposa de un hombre de más de 80 años, y lo interesante es que cinco o seis familias se reunieron y se pusieron de acuerdo para ser parte de la familia del anciano, no solamente en el sentido de traer comida y dejarlo a solas, sino también darle participación en la vida social y familiar. Con este ejemplo quiero expresar lo que yo pienso es la Encarnación que a largo plazo necesitamos.
No hemos encontrado, a mi criterio, la forma de nuestra presencia en la sociedad de hoy. Parece que todavía existe gente que está soñando con la influencia que tuvo la Iglesia en casi toda América Latina, pero ante todo en el Perú, hasta hace 50 años. La Iglesia no es la institución con el poder que tuvo en la conquista (con la ayuda del Estado y su aparato). En la Colonia éramos parte íntima de la política, y al mismo tiempo del control del sistema, pero con la moral católica-cristiana.
Hoy queremos ser, como Iglesia, inspiración de la política, de la economía, de la cultura, y parece que tenemos muchas respuestas ante preguntas que no se nos han hecho, pero no estamos tan Encarnados, tan cerca de la gente para ayudarles en lo que es su vida diaria. Esta situación es delicada y hace falta gente de Iglesia capacitada para analizar y proporcionar por lo menos una reducción de la problemática existente.
Hay que rezar para que estas tendencias en la Iglesia (identidad y misión) no se esterilicen mutuamente, sino que haya la capacidad de detectar de nuevo lo que es nuestra fe, este anclaje íntimo de Jesús en el Padre, de un Dios preocupado por los hombres.
Publicado en diciembre 2011
Mons. Norberto Strotmann, MSC
Teólogo. Obispo de la Diócesis de Chosica.