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Edición Nº 63

Reflexiones sobre el edadismo como cultura del descarte hacia las personas adultas mayores
Raquel Cuentas
19 de abril, 2024

Actualmente, en el Perú residen más de cuatro millones de personas adultas mayores, que representan el 12,7 % de la población total[1]. Algo más, el 52 % son mujeres que pasan el umbral de los sesenta años, mientras que los hombres llegan al 47,6 %[2]. Estas cifras nacionales, que indican que el país se encuentra en un proceso de envejecimiento moderado, están en relación con las tendencias de crecimiento tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. Así, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyecta que la población adulta mayor representará el 22,4 % de la población peruana en el año 2050[3] (CEPAL, 2002). De esta forma, se asiste hoy, más que nunca en el mundo, a un proceso de envejecimiento que viene cambiando la pirámide demográfica.

Se debe entender que el envejecimiento de la población es un fenómeno demográfico importante que seguirá incrementándose en los próximos años, frente a lo cual lo relevante no es solo prolongar la vida —dar más años a la vida—, sino dar más vida a los años, promocionando el envejecimiento saludable y activo y previniendo la enfermedad y la discapacidad con la intervención comprometida de diversas profesiones y disciplinas[4].

El actual envejecimiento representa un gran logro de la humanidad. El incremento de la esperanza de vida al nacer, por las mejoras sociales y sanitarias, ha permitido reducir la morbilidad y mortalidad infantil y la disminución de la tasa de natalidad o índice de fecundidad. Sin embargo, este grupo poblacional, al igual que otros, se encuentra entre aquellos de mayor discriminación, ocupando el sexto lugar, según la última Encuesta Nacional sobre Derechos Humanos[5].

Son múltiples los aspectos que generan discriminación hacia las personas mayores, uno de ellos es el edadismo, que Butler concibió por primera vez con el término ageism, traducido como «viejismo»[6]. El edadismo se refiere a las creencias negativas sobre el proceso de envejecimiento, como los prejuicios y estereotipos derivados de dificultades psicológicas y sociales en la aceptación del paso del tiempo. Para Ricardo Iacub, el viejismo es

una alteración en los sentimientos, creencias o comportamientos en respuesta a la edad cronológica percibida de un individuo o un grupo de personas, donde los atributos personales son ignorados y los individuos son etiquetados de acuerdo con estereotipos negativos basados en la afiliación grupal.[7]

Siguiendo a Mc Gowan, los prejuicios edadistas generan actitudes como la dislocación social, que es el conjunto de decisiones tomadas por sobre la persona mayor o el limitado espacio de opciones que esta persona percibe que tiene; otra actitud corresponde a los estereotipos o creencias negativas basadas en características atribuidas de manera categórica a todos las personas mayores, principalmente por su edad; y, finalmente, la estereotipia, que es ignorar los atributos y características personales de las personas mayores y sus múltiples formas de envejecer.

En una sociedad como la nuestra, en la que tienen una gran importancia los valores asociados a la juventud y los valores asociados a las personas mayores se vinculan a la carencia, la persona mayor va aceptando la visión de incompetencia, enfermedad o asexualidad.

Para Levy y Banaji hay una amplia aceptación de sentimientos y creencias negativas prejuiciosas de las propias personas mayores, lo cual hace más difícil la autoaceptación y la articulación como grupo que represente sus propias demandas y defienda sus intereses y valoración social[9].

El edadismo genera, por lo tanto, desempoderamiento; como bien señala Iacub, esto «lleva a que la persona tenga una expectativa de dependencia, pérdida de autoestima y de propósito vital. El mayor desempoderamiento ocurre cuando una persona con mayor poder (generalmente un familiar) realiza un abuso físico, psíquico o económico hacia la persona mayor.

Frente a este tipo de prejuicios edadistas, es importante que, desde los diferentes espacios institucionales tanto de gobierno, sociedad civil y academia, se puedan realizar acciones afirmativas a nivel político: las normas para combatir el viejismo y la mejora de servicios y programas para transformar la discriminación y violencia en bienestar y calidad de vida de las personas mayores. Por otro lado, es importante y necesario atender los cambios que se producen en el curso de vida de las personas mayores que pueden generar situaciones que profundicen los edadismos:

  • Proceso de jubilación, que implica, para la apersona adulta mayor, cambiar de roles y modificar la representación de sí mismo.
  • Cambios en la autonomía económica, que conllevan a que la persona vaya percibiendo o generando, con el paso de los años, menos recursos, lo cual incide negativamente al incrementar la sensación de vulnerabilidad personal, pues modifica estilos y proyectos de vida.
  • Cambios físicos asociados al avance de edad o al padecimiento de alguna enfermedad o discapacidad durante la vejez, sumados a los mitos que exageran ciertos cambios con el envejecimiento, generan temor a volverse dependiente y perder la capacidad para afrontar por sí mismo diversas situaciones vitales. La cultura de la institucionalización u hospitalización resulta ser el temor más frecuentes porque las personas mayores pierden ámbitos seguros, conocidos y cómodos como la casa, la red social y el control personal o autonomía. Sumado a todo ello está la sensación cercana de la muerte.
  • El tejido social de las personas mayores, como las relaciones familiares. Ha cambiado; el rol de cuidado también está siendo asumido por las personas mayores, principalmente mujeres. Las formas de comunicación y convivencia establecida han cambiado; el reencuentro con la pareja, con la partida de los hijos y sin el trabajo, puede generar conflictos, cierto desconcierto, cambios de roles o una renovada pasión. La viudez representa uno de los mayores cambios, pues involucra lo afectivo e implica un momento de alta vulnerabilidad psicofísica. La persona que enviuda no siempre encuentra los recursos de apoyo social necesarios para enfrentar este cambio; por ello, es importante que los espacios familiares, amicales o institucionales sirvan de soporte.

La cultura edadista en la que están inmersas las personas mayores produce síntomas, uno de ellos es el quiebre social, que es el de mayor impacto e incidencia porque la consideración que tienen las personas sobre sí mismas disminuye progresivamente, pasan a identificarse con la debilidad intelectual y física, la improductividad, la discapacidad sexual, entre otros aspectos, limitando con ello su autonomía y autoconcepto[10]. En una sociedad como la nuestra, en la que tienen una gran importancia los valores asociados a la juventud y los valores asociados a las personas mayores se vinculan a la carencia, la persona mayor va aceptando la visión de incompetencia, enfermedad o asexualidad, de modo que su identidad, autonomía, independencia y dignidad se ven seriamente afectadas.

La participación activa de los adultos mayores en diversas organizaciones destaca la importancia de abordar el problema del edadismo, ya que son ellos quienes han puesto este tema en la agenda social.

Frente a este panorama, donde cada vez más el viejismo y el edadismo ganan espacios, no solo en el mundo familiar, sino también en el público (propagandas de TV, radio, etc.), es un imperativo que se puedan generar espacios donde se promuevan relaciones con dignidad y respeto hacia las personas mayores para que puedan potenciar sus capacidades, contar con un proyecto de vida, fortalecer la toma de decisiones y facilitar el reconocimiento social. Para Iacub es importante promover la participación de las personas mayores, lo cual permitirá el desarrollo de tres dimensiones:

  • Perspectiva personal: desarrollo de capacidades y habilidades que sirven para elaborar proyectos, mayor control y conocimiento de los cambios que se producen con el envejecimiento (autocuidado), entre otros.
  • Perspectiva de las relaciones interpersonales: los ámbitos familiares o de relaciones próximas, al ser espacios de inclusión, requieren negociaciones claras acerca del lugar de cada uno y el aumento de la capacidad de decisión frente a lo afectivo, económico o cotidiano.
  • Perspectiva de las relaciones comunitarias: encuentros intergeneracionales que aportan al desarrollo local de toda la comunidad para impedir el abandono de los espacios valorados socialmente, como son los CIAM, los CAM, Taytahuasi, los CIRAM, las asociaciones de personas mayores, los clubes, entre otros.

Para Cuentas, los procesos de participación a través de las organizaciones de personas adultas mayores, desde diferentes espacios, son sumamente reivindicativos porque han sido los propios colectivos de mayores los que han puesto en la agenda la problemática del edadismo y su afectación para sus vidas[11]. Así, estos colectivos

no se han limitado a ser las receptoras pasivas de las ayudas del gobierno. Por el contrario, han sido las que han puesto en la agenda pública la agudización de la desigualdad como un desafío a ser atendido; han exigido proteger la vida, no solo de ellas, sino de toda la población, sin la cruel cultura del descarte —donde unas vidas valen más que otras— […]; que los gobiernos locales asuman una intervención activa frente a la crisis de los cuidados y de los diferentes tipos de violencias, principalmente la patrimonial y psicológica de mayor incidencia en la vida de las personas adultas mayores. También han sido las primeras en dar protección a sus familias (sosteniendo con sus pensiones las economías familiares, vivienda y alimentación, así como también compartiendo sus saberes) […]. Han exigido a las autoridades y funcionarios públicos una atención prioritaria y diferencial, en cumplimiento de acuerdos y compromisos nacionales e internacionales.[12]

______________________________

[1] Instituto Nacional de Estadística e Informática. (2023, diciembre). Situación de la población adulta mayor. Informe Técnico n.° 4. https://shorturl.at/eAKM5
[2] Ibid.
[3]
[4] Fernández-Ballesteros, R. (Ed.). (2014). Psicología de la vejez. Una psicogerontología aplicada. Pirámide, p. 55.
[5] Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (MINJUS). (2020). Informe Analítico II Encuesta Nacional de Derechos Humanos. https://shorturl.at/bnxT5, pp. 70-72.
[6] Butler, R. (1969). Age-Ism: Another Form of Bigotry. The Gerontologist, 9(4), 243-246.
[7] Iacub, R. (2011). El poder en la vejez. Entre el empoderamiento y el desempoderamiento. Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJP), p. 19.
[8] Mc Gowan, T. (1996). Viejismo y discriminación. En J. Birren (ed.), Encyclopedia of Gerontology. Academic Press.
[9] Levy B. & Banaji, M. (2004). Implicit Ageism. En T. Nelson (comp.), Ageism. Stereotyping and Prejudice against Older Persons. The Mit Press.
[10] Kuypers, J. & Bengtson, V. (1973). Social breakdown and competence: A model of normal aging. Human Development, 16(3), 181-201.
[11] Cuentas, R. (2021). Reflexiones sobre las brechas en el ejercicio de los Derechos Humanos de las personas adultas mayores en Perú. En G. Casas y M. Piña (coord.), Evidencias internacionales de trabajo social en gerontología: el ámbito comunitario (pp. 58-72). Universidad Nacional Autónoma de México, Escuela Nacional de Trabajo Social, Centro de Investigación y Estudios de Trabajo Social en Gerontología, Red Latinoamericana de Docentes Universitarios y Profesionales de Trabajo Social en el campo Gerontológico. https://shorturl.at/cswVZ
[12] Ibid., pp. 69-70.

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Raquel Cuentas
Raquel Cuentas

Trabajadora social. Docente en la Pontifica Universidad Católica del Perú. Especialista en investigación y evaluación de políticas públicas, sociales y de protección social

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