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Edición Nº 18

Regionalización, anhelo y frustración
19 de diciembre, 2011

Regionalizar el país aparece, en lenguaje simple, como un refrito reiteradamente puesto sobre el tapete y siempre dejado de lado, ninguneado diríamos, por quienes en última instancia tienen la capacidad de tomar decisiones importantes sobre el tema. Esta experiencia de reiterados intentos con sus consecuentes frustraciones, pone de manifiesto, para parafrasear a Al Gore, una verdad que incomoda: la regionalización no interesa y el país seguirá buena parte del siglo XXI sin que ésta se produzca. Han pasado 190 años de vida independiente, años en los que hemos arrastrado la división político-administrativa de la Colonia y aquí estamos dispuestos a celebrar nuestro bicentenario sin preocuparnos demasiado por el tema de la regionalización.

El Perú se ha organizado sobre la base de un excesivo centralismo del poder, que no tiene comparación en ningún país latinoamericano. Lima, capital del virreinato del Perú y luego capital de la república del Perú, es el Perú. Por lo menos eso es lo que entendieron los fundadores de la república al colocar allí la sede del poder político y “mandar” desde allí sobre el resto del país. Pero este no ha sido el único problema. Es también problema la complacencia con que todo el resto del país vio esta tendencia sin hacer prácticamente nada para cambiar la situación.

Históricamente, Arequipa y los arequipeños han sido insistentes en protestar en contra del centralismo, situación que se explica en parte por el alejamiento real y emocional con Lima y en cierto sentido con el resto del país. Así, mientras el norte peruano se articulaba mejor en una red de ciudades y pueblos, el sur del país tuvo mayores dificultades de integración, al punto que hoy día es más fácil que la población de esta parte del territorio nacional se reconozca como cusqueño, tacneño, moqueguano o arequipeño, que como sureño.

Por tanto, no queda sino imaginar qué otro tipo de país seríamos si aquí funcionara de modo efectivo una regionalización que optimice las ventajas productivas y que articule e integre a la población en circuitos económicos y administrativos eficientes. Esto es, en esencia, un tema que está colocado en la ansiada reforma del Estado, en consecuencia, es un tema político que requiere de parte de la ciudadanía una clara comprensión del proceso y una búsqueda informada de la oportunidad de plasmarlo en realidad.

No queda sino imaginar qué otro tipo de país seríamos si funcionara de modo efectivo una regionalización que optimice las ventajas productivas y que articule e integre a la población en circuitos económicos y administrativos eficientes.

Pero como siempre sucede, la realidad avanza más rápido que las formalidades legales; así, este enorme territorio que comprende los actuales departamentos de Arequipa, Moquegua, Tacna, Puno, Cusco y Madre de Dios, se encuentra articulado en la práctica por la propia dinámica de sus pobladores, quienes para realizar sus actividades comerciales y sociales no requieren pasar por el Congreso de la República ninguna disposición legal y proceden, de hecho, de acuerdo a sus intereses particulares. Existen importantes movimientos de población que transitan entre las ciudades de estos departamentos. Bien sea en búsqueda de trabajo, obtención de servicios educativos o de salud, formación profesional o técnica, o simplemente con el propósito de vender sus productos; la movilidad poblacional es creciente, y para constatarlo basta con mirar la frecuencia de buses, minibuses y colectivos que a diario trasladan a estos pobladores por todo el territorio regional. También está la presencia de establecimientos comerciales y el tránsito de mercaderías y materias primas de la región, que se trasladan en búsqueda de mercados o centros de producción, y que demuestran que ya están puestas las bases de una integración que sólo demanda de dos elementos para hacerse del todo efectiva: El primero, está en manos de los poderes del Estado y tendrá que pasar por las formalidades necesarias para convertirse en dispositivos y normas que apunten a la reforma necesaria del Estado para lograr la regionalización. El segundo, está en la forma de pensar de nuestra población regional y, aunque parezca contradictorio con la integración; de hecho, que se ha indicado antes, ocurre que aún pagamos tributo a excesivos localismos y viejas rencillas, que lejos de unirnos nos dividen y apartan, y hacen difícil que nos sintamos sobre todo sureños, situación que tiende a agravarse cuando aparecen además expresiones de desconfianza y recelo por quienes tienen el encargo ciudadano de ejercer el poder.

La regionalización seguirá siendo un anhelo. Seguiremos sosteniendo que el futuro será más exitoso para todos siempre y cuando aprendamos a comportarnos como gran región sur en el intento de hacer grande al Perú.

Publicado en diciembre 2011


Marcos Obando Aguirre

Director del Centro Loyola Arequipa

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