La palabra “inculturación” fue acuñada a comienzos de la década de 1960, pero en realidad existía mucho tiempo antes. El concepto es estrechamente asociado con la espiritualidad ignaciana y había muchos jesuitas del siglo XVI que eran destacados precursores de la idea. En la “Contemplación para Alcanzar Amor”, la última meditación de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio exhorta al ejercitante a pedir la gracia de amar a Dios en todas las cosas. Amar a Dios en todas las cosas significa amar a Dios en todos los hombres y encontrar a Dios en todas las culturas. Cada cultura, cristiana o no, manifiesta a Dios de alguna manera. Pero también una mirada a la historia y la sociedad actual nos enseña que en cada cultura hay valores positivos y negativos. Evangelizar la cultura quiere decir discernir cuales son los valores buenos, fomentarlos y fortalecerlos, y al mismo tiempo, advertir los valores negativos que no conducen a una sociedad más justa y solidaria.
Los primeros jesuitas aprendieron esta lección sobre la marcha y cometieron algunos errores en el camino. San Francisco Javier, por ejemplo, fue a Japón y predicó a los japoneses vestido como un pobre. Los japoneses no lo tomaron en serio porque no entendían como un pobre podría decir algo interesante. Javier decidió vestirse mejor para que fuera más presentable ante los habitantes del país nipón. En medio de estos primeros esfuerzos misioneros apareció la figura de Alessandro Valignano, jesuita italiano quien fue nombrado visitador de la Compañía de Jesús en Asia. Llegó a Goa, la India, en 1574, y luego visitó el resto de la India, Macao y Japón. Valignano estableció ciertos principios para orientar la actividad misionera de los jesuitas en Asia. Entre otros subrayó tres principios: respetar las distintas culturas a ser evangelizadas; aprender bien el idioma del lugar (cosa que Javier no logró hacer), y usar la ciencia como un paso para introducir la fe cristiana.
La figura sobresaliente y el modelo por excelencia de la inculturación es Matteo Ricci. Nació en Italia en 1552 y entró en la Compañía de Jesús en 1571. Se ofreció para las misiones en Asia y fue enviado a Goa, colonia portuguesa, en 1573, y finalmente llegó a Macao en 1582. Su gran deseo fue entrar en China, pero el “Reino en Medio” había cerrado sus puertas a extranjeros, que eran vistos con sospecha. Durante ciertas épocas los mercaderes portugueses podían participar en una feria comercial en Cantón, pero no podían vivir en China permanentemente. Ricci se dio cuenta que no podía presentarse como otro europeo así no más, ni mucho menos como un sacerdote católico que no habría significado nada en China: necesariamente tenía que presentarse de una forma más aceptable para los chinos. Decidió presentarse como científico, filósofo y estudiante de la cultura china. Ya había entrado en Cantón antes de él otro jesuita italiano, Michele Ruggieri, quien había ganado el favor de las autoridades por su esfuerzo de aprender chino. Ruggieri resumió la misión de los jesuitas en China así: “Para convertir China a Cristo, tenemos que convertirnos en chinos”. En 1583 Ricci entró en China por primera vez, acompañando a Ruggieri.
Durante los siguientes 27 años Ricci se dedicó a establecer su imagen como filósofo, científico y amante de la cultura china. Envió a las autoridades regalos que no habían conocido anteriormente. El emperador Wan Li quedó encantado con los regalos que le envió Ricci: tres relojes, un clavicordio, un prisma y algunos oleos. Ricci también hizo un mapa que sorprendió a los chinos cuando vieron que China era parte de un mundo mucho más grande de lo que habían imaginado. También, enseñó a los chinos la geometría de Euclides. Como San Francisco Javier anteriormente, Ricci también tuvo que aprender de algunos cálculos. Se presentó inicialmente ante los chinos vestido como un budista, porque quería que lo vieran como un hombre religioso. Pero un amigo chino le advirtió a Ricci que los intelectuales despreciaban a los budistas, pues los consideraban hombres ignorantes de la clase popular. Por eso Ricci decidió convertirse en un letrado, especialista en las enseñanzas de Confucio. Con este cambio tenía la clave para penetrar profundamente en la cultura china y establecer un diálogo con los intelectuales.
Mateo Ricci SJ y Xu Guangqi, el primer católico de Shangai, trabajaron juntos en la traducción de varios textos occidentales al chino.
Ricci llegó a la conclusión de que el confucionismo no era una religión, sino una filosofía acerca de la ética. Ciertos ritos acompañaban esta práctica, lo que probablemente dió la impresión de que se trataba de una religión. Ricci descubrió que los letrados estimaban la virtud y la conducta recta sin que necesariamente creyeran en Dios. En su libro más importante, El verdadero significado del Señor del Cielo (1596) presenta al cristianismo como una doctrina ética: en este contexto Jesús fue presentado como un hombre recto, el hijo que practicaba el amor filial a su Padre, el Señor del Cielo. En otro libro, Sobre la amistad (1595), Ricci enfatiza el diálogo como la clave a la amistad. Y para Ricci el diálogo era el medio más eficaz para evangelizar. En su casa en Beijing siempre había visitantes: para hablar sobre la cultura de Occidente, sobre las últimas novedades científicas, o bien sobre Confucio y Jesucristo. Su nombre en chino fue Li Madou (“Sabio de Occidente”).
Cuando Ricci murió (1610) había 25,000 cristianos en China. Algunos críticos europeos, sin conocer la realidad de China, pensaban que esto era poco comparado con América, donde los misioneros habían bautizado a muchos más indios (y sin duda de una manera muy superficial). Pero ellos no entendían que, gracias a la fama de Ricci como amigo del emperador y amante de la cultura china, los misioneros compañeros de Ricci podían evangelizar libremente en toda China, un país que tradicionalmente rechazaba a los extranjeros.
Hoy un cristiano puede ver en Ricci un modelo de la inculturación. El llamado a amar y servir a Dios en todas las cosas debe llevarnos a descubrir a Dios en todas las culturas. Pero, igual como en tiempo de Ricci, uno sólo descubre lo bueno en cada persona mediante el diálogo. Por eso, la interculturalidad consiste en la práctica de ir más allá de las apariencias para descubrir lo más profundo de cada uno. Eric Fromm resumió un principio básico del mensaje cristiano y de la espiritualidad ignaciana cuando decía que la única manera de realmente conocer a otra persona es amarla.
Pero eso, en realidad, la inculturación es tan antigua que Jesucristo quien reconoció los valores buenos en todos, inclusive en los no judíos (el centurión y la samaritana) y en los pecadores (María Magdalena, entre muchos otros).
Publicado en octubre 2010
Jeffrey Klaiber, SJ
Historiador. Docente de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Pontificia Universidad Católica del Perú.