América Latina está reportando un incremento notable en el hambre de la población. Informes recientes de Naciones Unidas dan cuenta que desde 2019 a 2021, 13 millones de personas han caído en el hambre y cuatro de cada diez viven en inseguridad alimentaria. Sin embargo, con los datos del mismo informe se puede afirmar que 71 millones han incrementado su nivel de inseguridad alimentaria moderada o grave, entre los periodos del 2014-2016 y 2019-2021, reportándose en este para el 2021, 80 millones de personas con inseguridad alimentaria grave (12,3% de la población) y 243 millones con inseguridad alimentaria grave o moderada (37,3% de la población)[1].
En la otra cara de la moneda, en un periodo menor, explica el informe, la obesidad de adultos (18 años o más) se ha incrementado en 15 millones de personas entre el año 2012 y 2016, calculando para el 2016 en 106 millones de personas. En niños/as menores de cinco años, el número se estimaba en 4 millones.
Un análisis pormenorizado por país muestra que la situación es relativamente distinta en cada caso, aunque en general la tendencia es al crecimiento o sostenimiento de las condiciones de malnutrición, sea inseguridad alimentaria, sobrepeso en niños u obesidad en personas mayores. La pandemia de la COVID-19 y la invasión a Ucrania han empeorado la situación, que ya venía mostrando características de una problemática estructural mayor y permite apreciar la problemática con mayor nitidez. Los cálculos de la FAO y las NNUU se basan principalmente en el ingreso de las personas y el precio de los alimentos, una relación importante, pero no suficiente para explicar lo que ocurre en la región.
En este ensayo nos concentraremos en Sudamérica, dado que las tres subregiones de América Latina presentan diferencias notables, y algunas coincidencias, que dejamos para que las advierta el lector. Resaltamos cuatro aspectos: 1) la producción agropecuaria, 2) los sistemas de distribución y consumo, 3) el deterioro de los recursos y el cambio climático, y 4) los desafíos futuros desde la perspectiva de la reducción de desigualdades y el desarrollo territorial.
La producción agropecuaria
La producción agropecuaria ha crecido de manera más acelerada que la población. En un primer tramo se redujeron los problemas de seguridad alimentaria; sin embargo, en el trayecto actual se ha priorizado cultivos y crianza para la exportación, presentando problemas de calidad (entendido como diversidad) y consumiendo recursos de manera acelerada, dejando tierras empobrecidas y territorios abandonados.
Con la pandemia de la COVID-19, se experimentó una situación ideal para mostrar la fortaleza y vulnerabilidades de los sistemas de distribución y consumo.
En los últimos cincuenta años, Sudamérica ha pasado de 148 millones de personas a 427 millones. Tiene una densidad demográfica cuatro veces menor que Asia, tres veces menor que Europa y dos veces menor que África. Además, cuenta con una gran variedad de ecosistemas y biodiversidad; así como culturas ancestrales, conocimientos y haber contribuido al mundo con un importante número de especies comestibles.
La superficie cultivable se ha incrementado desde 1970 en 2,2 veces, llegando en 2020 a 142.735.275 hectáreas, el 8% del territorio. Sin embargo, el crecimiento y orientación de los cultivos y crianzas ha registrado una transformación estructural: producción de base de consumo amplia, como la papa, la yuca y el arroz se mantienen en la misma superficie en los últimos cincuenta años, e incluso han disminuido. En 1970 se reportaban 1.058.425 h/a (hectáreas por año) de papa contra 914.704 h/a en 2019, en yuca pasó de 2.434.044 a 1.675.461, y en arroz de 5.960.511 a 4.062.451 de h/a. En cambio, el cultivo de la soya, en el mismo periodo de 50 años, pasó de 1.443.589 a 58.449.527 de h/a, lo que significa un crecimiento de 40 veces, un poco más de un millón de hectáreas por año. Le sigue la palma aceitera, que pasó de 57.081 a 1.014.238 de hectáreas, lo que significa un crecimiento de 18 veces en 50 años. Finalmente, la caña de azúcar pasó de 2.485.444 a 11.602.435 de h/a, lo que significa un crecimiento de cinco veces en 50 años[2].
El ganado vacuno se ha multiplicado por dos veces en los 50 años, pasaron de 1970 de 177 millones de cabezas al 2019 una estimación de 360 millones de cabezas. Los animales menores crecieron en un índice aproximado de 1,5 veces en los 50 años[3]. De otras fuentes, se estima que la producción de carne en los países de Sudamérica es de más 21 millones de toneladas año, lo que equivale a más de diez mil millones de pollos faenados al año[4]. De la pesca no se encuentran datos agregados, es conocida la sobrexplotación a la que se ha sometido este recurso.
Ha cambiado la orientación de la producción con cultivos que se llaman flexibles para la exportación y utilizados como materia prima para procesos de característica industrial, con destino creciente hacia el consumo de China. Se ha incrementado la tecnología, el uso de fertilizantes, agroquímicos y semillas transgénicas, se concentra la propiedad de la tierra, y la agropecuaria se concentra importantes recursos del sistema financiero, y de las inversiones públicas. En la región, el PIB agropecuario, está escalando a los primeros lugares.
Afirmamos que la estadística global desconoce el aporte la pequeña producción, cultivos multiestrato, de consumo directo, y otras relacionadas con el bosque y el territorio, lo que explicaría que se sostiene en gran parte la alimentación de la población[5]. Sin embargo, también las características de las políticas públicas son un obstáculo obstáculos para los productores locales y las comunidades que practican formas alternativas de producción sostenible, como se viene apuntando en las historias de vida y los informes de acceso de la tierra y territorio, sistematizados desde el 2014. Como ejemplo, se ha encontrado que los trámites de titularidad colectiva o familiar, en la región llevan un promedio de 27 años de trámite[6].
Los sistemas de distribución y consumo
Los sistemas de distribución se van concentrando en pocas empresas, que, a través del precio, la disponibilidad y la publicidad, definen los mercados y alientan a los consumidores en sus preferencias. Los consumidores, en la mayoría de escasos recursos, ajustan su dieta a pocos productos industriales. En las ciudades se acompaña de una vida urbana, rutinas poco saludables, y en al campo un intercambio y competencia dispareja. Una buena parte de la alimentación, destinada a reducir la inseguridad alimentaria, ha sido lograda por sistemas de distribución estatales, altamente inestables y vulnerables a los recursos públicos, y el precio de los alimentos.
Con la pandemia de la COVID-19, se experimentó una situación ideal para mostrar la fortaleza y vulnerabilidades de los sistemas de distribución y consumo. La agricultura de pequeña escala, familiar y colectiva fue notablemente más importante: irrumpió las barriadas y espacios públicos de las ciudades, abasteció a los mercados más cercanos, recibió población importante de las ciudades que retornaron, estudiantes, familias jóvenes, ancianos, y alimento a la población más vulnerable. La industria de alimentos mantuvo su importancia en los mercados tradicionales, y se hizo de las compras públicas para subsidios directos a la población.
No tenemos estudios comparados para ejemplificar la situación. En un estudio realizado en las principales cuatro ciudades y sus áreas rurales circundantes en Bolivia, incrementaros su importancia los mercados de barrio, las ferias itinerantes y los pequeños comercios (abasteciendo más del 50% de los productos necesarios en las familias), se incrementó la presencia de productores directos, especialmente en los barrios periféricos. El 40% de los consumidores tuvo que recurrir a préstamos o ahorros para poder abastecerse de alimentos. Y floreció la entrega a domicilio y en algunos casos las relaciones directas entre proveedores y consumidores a través de las redes sociales.
La conclusión del estudio en Bolivia, que puede ser valorado en otros sitios, es que “el abastecimiento de alimentos en las ciudades ha sido posible, por la capacidad de adaptación de los sistemas tradicionales, a las medidas de la cuarentena, la desconcentración de los mercados, sobre la base de los propios sistemas de producción y abastecimiento, la incursión de algunos nuevos actores y prácticas comerciales. Todo esto ha sido favorecido por un relajamiento de las normas de los distintos niveles de gobierno, que muchas veces actúan como un obstáculo para el comercio de alimentos, o priorizan sectores y prácticas que no necesariamente favorecen a la mayoría de la población”[7].
La COVID-19 no solamente ha demostrado la necesidad de discutir nuevos sistemas de abastecimiento, sino también la viabilidad de estos, al margen de los sistemas burocráticos y de los conceptos de mercado que son comúnmente aceptados en el ordenamiento de las ciudades.
El deterioro de los recursos y el cambio climático
Finalmente, el deterioro de los recursos de suelo, bosques, aguas, biodiversidad, semillas, es una constante alarmante en la región. Como ejemplo, las pérdidas netas de bosque más altas entre el 2010-2020 se dieron en América del Sur, de la mano de la ampliación de los cultivos industriales, los incendios forestales para instalación de pasturas (Europa y algunas regiones de Asia reportaron ganancias netas)[8]. A lo que hay que añadir la minería, principalmente del oro aluvial, y el crecimiento de la especulación inmobiliaria.
En términos generales, la producción de alimentos se ve afectada por el deterioro de los suelos, la contaminación de las aguas, el incremento de enfermedades, la permanente ocupación de campos por especies exóticas e invasoras. Por lo que la producción de alimentos, así como la recolección natural, que es importante para muchos pueblos, se encuentra amenazada.
Al mismo tiempo, en las zonas de altura, y valles aledaños, por el derretimiento de glaciales y el incremento de temperatura, se han adaptado nuevos cultivos y se han ampliado superficies, por lo que su resultado a corto plazo parecería beneficioso. Sin embargo, existe un consenso entre científicos y campesinos, que el resultado neto será negativo y las consecuencias irreversibles.
Los desafíos futuros, dignidad y cuidado de los recursos que sostienen la vida
En la medida que no existe ninguna forma de articulación política en Sudamérica y menos en América Latina, cada Estado, sus gobiernos y la diversidad de instituciones de su sociedad, enfrentan retos y desafíos de manera desarticulada, aspecto que es indispensable de considerar, por lo que las oportunidades se reducen a su mínima expresión, y a los vaivenes de la política local.
Por lo pronto, lo aconsejable y urgente, es definir un horizonte alimentario de largo plazo, que alimente de manera sana a las personas, que se complemente con actividad física y psicológica, y que les permita una vida digna y plena. La alimentación al fin de cuentas no puede mirarse aislada de los otros derechos políticos, económicos, sociales y cultuales.
En tanto, es importante cuidar los recursos como el suelo, el bosque, las semillas, la diversidad de formas de producción y a los productores/as familiares y comunitarios. Garantizar el acceso a la tierra y los recursos productivos para las personas que desean retornar al campo, a producir y cuidar su entorno.
Tomar medias para redefinir los sistemas de distribución en las ciudades, especialmente debatir los sistemas de abastecimiento urbano, para garantizar la desconcentración de los mercados en los barrios, promover la participación de los consumidores, disminuir el costo de transporte e inseguridad para los vecinos, diversificar los productos y las ofertas, equilibrando los productos industriales con los productos frescos locales y de producción dentro del territorio.
El asunto es ¿cómo lograr dar un giro? cuando los Estados y gran parte de las políticas sociales se sostienen con la destrucción de las condiciones naturales de la región.
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[1] https://www.fao.org/publications/sofi/2022/es/
[2] Elaborado en base a estadística FAO, visto 14 de mayo 2021.
[3] Elaborado en base a estadística FAO, visto 14 de mayo 2021.
[4] https://ilp-ala.org/produccion-regional-de-carne-de-pollo/
[5] Bolivia incorporó, en su Declaración Política del Estado Plurinacional de Bolivia sobre los Sistemas Alimentarios, la exigencia al Sistema de Naciones Unidas, la necesidad de implementar indicadores y medidores que reflejen la producción local, tradicional y agroecológica.
[6] https://porlatierra.org/
[7] https://ipdrs.org/index.php/publicaciones/libros/impreso/136
[8] https://www.fao.org/publications/sofo/2022/es/
Verano 2022 / 2023
Oscar Bazoberry Chali
Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS)
Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS)